Todo
es muy eficaz y hasta hoy ha funcionado perfectamente. Desde luego consiste en
algo razonado y elaborado con sumo cuidado: la gente que se dedica a las
relaciones públicas no está ahí para divertirse; está haciendo un trabajo, es
decir, intentando inculcar los valores correctos. De hecho, tienen una idea de
lo que debería ser la democracia: un sistema en el que la clase especializada
está entrenada para trabajar al servicio de los amos, de los dueños de la sociedad,
mientras que al resto de la población se le priva de toda forma de organización
para evitar así los problemas que pudiera causar. La mayoría de los individuos
tendrían que sentarse frente al televisor y masticar religiosamente el mensaje,
que no es otro que el que dice que lo único que tiene valor en la vida es poder
consumir cada vez más y mejor y vivir igual que esta familia de clase media que
aparece en la pantalla y exhibir valores como la armonía y el orgullo americano.
La vida consiste en esto. Puede que usted piense que ha de haber algo más, pero
en el momento en que se da cuenta que está solo, viendo la televisión, da por
sentado que esto es todo lo que existe ahí afuera, y que es una locura pensar
en que haya otra cosa. Y desde el momento en que está prohibido organizarse, lo
que es totalmente decisivo, nunca se está en condiciones de averiguar si
realmente está uno loco o simplemente se da todo por bueno, que es lo más
lógico que se puede hacer.
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J. Montgomery, 1917 (1)
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Así pues, este es el ideal, para alcanzar el cual se han desplegado
grandes esfuerzos. Y es evidente que detrás de él hay una cierta concepción: la
de democracia, tal como ya se ha dicho. El rebaño desconcertado es un problema.
Hay que evitar que brame y pisotee, y para ello habrá que distraerlo. Será
cuestión de conseguir que los sujetos que lo forman se queden en casa viendo
partidos de fútbol, series o películas violentas, aunque de vez en cuando se
les saque del sopor y se les convoque a corear eslóganes sin sentido, como
“Apoyad a nuestras tropas”. Hay que hacer que conserven un miedo permanente,
porque a menos que estén debidamente atemorizados por todos los posibles males
que pueden destruirles, desde dentro o desde fuera, podrían empezar a pensar
por sí mismos, lo cual es muy peligroso ya que no tienen la capacidad de
hacerlo. Por ello es importante distraerles y marginarles.
Esta
es su idea de democracia. De hecho, si nos remontamos al pasado, la última
victoria legal de los trabajadores fue realmente en 1935, con la Ley Wagner.
Después del inicio de la 1ª GM, los sindicatos entraron en un declive, al
igual que lo hizo una rica y fértil cultura obrera vinculada directamente con
aquellos. Todo quedó destruido y nos vimos trasladados a una sociedad dominada
de manera singular por los criterios empresariales. Era esta la única sociedad
industrial, dentro de un sistema capitalista de Estado, en la que ni siquiera
se producía el pacto social habitual que se podía dar en latitudes comparables.
Era la única sociedad industrial -aparte de Sudáfrica, supongo- que no tenía un
servicio nacional de asistencia sanitaria. No existía ningún compromiso para elevar
los estándares mínimos de supervivencia de los segmentos de la población que no
podían seguir las normas y directrices imperantes ni conseguir nada por sí
mismos en el plano individual. Por otra parte, los sindicatos prácticamente no
existían, al igual que ocurría con otras formas de asociación en la esfera popular.
No había organizaciones políticas ni partidos: muy lejos se estaba, por tanto,
del ideal, al menos en el plano estructural. Los medios de información
constituían un monopolio corporativizado; todos expresaban los mismos puntos de
vista. Los dos partidos eran dos facciones del partido del poder financiero y
empresarial. Y así la mayor parte de la población ni tan solo se molestaba en
ir a votar ya que ello carecía totalmente de sentido, quedando, por ello,
debidamente marginada. Al menos este era el objetivo. La verdad es que el
personaje más destacado de la industria de las relaciones públicas, Edward Bernays,
procedía de la Comisión Creel. Formó parte de ella, aprendió bien la lección y
se puso manos a la obra a desarrollar lo que él mismo llamó la ingeniería del
consenso, que describió como la esencia de la democracia.
Los
individuos capaces de fabricar consenso son los que tienen los recursos y el
poder de hacerlo -la comunidad financiera y empresarial- y para ellos
trabajamos.
FABRICACIÓN DE OPINIÓN
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F.O. Seibel, 1950 (2)
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También es necesario recabar el apoyo de la población a las aventuras
exteriores. Normalmente la gente es pacifista, tal como sucedía durante la
Primera Guerra Mundial, ya que no ve razones que justifiquen la actividad
bélica, la muerte y la tortura. Por ello, para procurarse este apoyo hay que
aplicar ciertos estímulos; y para estimularles hay que asustarles. El mismo Bernays
tenía en su haber un importante logro a este respecto, ya que fue el encargado
de dirigir la campaña de relaciones públicas de la United Fruit Company en
1954, cuando los Estados Unidos intervinieron militarmente para derribar al
gobierno democrático-capitalista de Guatemala e instalaron en su lugar un
régimen sanguinario de escuadrones de la muerte, que se ha mantenido hasta
nuestros días a base de repetidas infusiones de ayuda norteamericana que tienen
por objeto evitar algo más que desviaciones democráticas vacías de contenido.
En estos casos, es necesario hacer tragar por la fuerza una y otra vez
programas domésticos hacia los que la gente se muestra contraria, ya que no
tiene ningún sentido que el público esté a favor de programas que le son
perjudiciales. Y esto, también, exige una propaganda amplia y general, que
hemos tenido oportunidad de ver en muchas ocasiones durante los últimos diez años.
Los programas de la era Reagan eran abrumadoramente impopulares. Los votantes
de la victoria arrolladora de Reagan en 1984 esperaban, en una proporción de
tres a dos, que no se promulgaran las medidas legales anunciadas. Si tomamos
programas concretos, como el gasto en armamento, o la reducción de recursos en
materia de gasto social, etc., prácticamente todos ellos recibían una oposición
frontal por parte de la gente. Pero en la medida en que se marginaba y apartaba
a los individuos de la cosa pública y estos no encontraban el modo de organizar
y articular sus sentimientos, o incluso de saber que había otros que compartían
dichos sentimientos, los que decían que preferían el gasto social al gasto
militar -y lo expresaban en los sondeos, tal como sucedía de manera generalizada-
daban por supuesto que eran los únicos con tales ideas disparatadas en la
cabeza. Nunca habían oído estas cosas de nadie más, ya que había que suponer
que nadie pensaba así; y si lo había, y era sincero en las encuestas, era
lógico pensar que se trataba de un bicho raro. Desde el momento en que un individuo
no encuentra la manera de unirse a otros que comparten o refuerzan este parecer
y que le pueden transmitir la ayuda necesaria para articularlo, acaso llegue a
sentir que es alguien excéntrico, una rareza en un mar de normalidad. De modo
que acaba permaneciendo al margen, sin prestar atención a lo que ocurre,
mirando hacia otro lado, como por ejemplo la final de Copa.
Así
pues, hasta cierto punto se alcanzó el ideal, aunque nunca de forma completa,
ya que hay instituciones que hasta ahora ha sido imposible destruir: por ejemplo,
las iglesias. Buena parte de la actividad disidente de los Estados Unidos se
producía en las iglesias por la sencilla razón de que estas existían. Cuando
había que dar una conferencia de carácter político en un país europeo era muy
probable que se celebrara en los locales de algún sindicato, cosa harto difícil
en América ya que, en primer lugar, estos apenas existían o, en el mejor de los
casos, no eran organizaciones políticas. Pero las iglesias sí existían, de manera
que las charlas y conferencias se hacían con frecuencia en ellas: la
solidaridad con Centroamérica se originó en su mayor parte en las iglesias,
sobre todo porque existían.
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Pablo Picasso, 1952 (3)
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El
rebaño desconcertado nunca acaba de estar debidamente domesticado: es una batalla
permanente. En la década de 1930 surgió otra vez, pero se pudo sofocar el
movimiento. En los años sesenta apareció una nueva ola de disidencia, a la cual
la clase especializada le puso el nombre de crisis de la democracia. Se
consideraba que la democracia estaba entrando en una crisis porque amplios
segmentos de la población se estaban organizando de manera activa y estaban
intentando participar en la arena política. El conjunto de élites coincidían en
que había que aplastar el renacimiento democrático de los sesenta y poner en
marcha un sistema social en el que los recursos se canalizaran hacia las clases
acaudaladas privilegiadas. Y aquí hemos de volver a las dos concepciones de
democracia que hemos mencionado en párrafos anteriores. Según la definición del
diccionario, lo anterior constituye un avance en democracia; según el criterio
predominante, es un problema, una crisis que ha de ser vencida. Había que obligar
a la población a que retrocediera y volviera a la apatía, la obediencia y la
pasividad, que conforman su estado natural, para lo cual se hicieron grandes esfuerzos,
si bien no funcionó. Afortunadamente, la crisis de la democracia todavía está vivita
y coleando, aunque no ha resultado muy eficaz a la hora de conseguir un cambio
político. Pero, contrariamente a lo que mucha gente cree, sí ha dado resultados
en lo que se refiere al cambio de la opinión pública.
Después
de la década de 1960 se hizo todo lo posible para que la enfermedad diera
marcha atrás. La verdad es que uno de los aspectos centrales de dicho mal tenía
un nombre técnico: el síndrome de Vietnam, término que surgió en torno a 1970 y
que de vez en cuando encuentra nuevas definiciones. El intelectual reaganista
Norman Podhoretz habló de él como las inhibiciones enfermizas respecto al uso
de la fuerza militar. Pero resulta que era la mayoría de la gente la que
experimentaba dichas inhibiciones contra la violencia, ya que simplemente no entendía
por qué había que ir por el mundo torturando, matando o lanzando bombardeos intensivos.
Como ya supo Goebbels en su día, es muy peligroso que la población se rinda
ante estas inhibiciones enfermizas, ya que en ese caso habría un límite a las
veleidades aventureras de un país fuera de sus fronteras. Tal como decía con
orgullo el Washington Post durante la histeria colectiva que se produjo durante
la guerra del golfo Pérsico, era necesario infundir en la gente respeto por los
valores marciales. Y eso sí es importante. Si se quiere tener una sociedad violenta
que avale la utilización de la fuerza en todo el mundo para alcanzar los fines
de su propia élite doméstica, es necesario valorar debidamente las virtudes
guerreras y no esas inhibiciones achacosas acerca del uso de la violencia. Esto
es el síndrome de Vietnam: hay que vencerlo.
LA
REPRESENTACIÓN COMO LA REALIDAD
También
es preciso falsificar totalmente la historia. Ello constituye otra manera de
vencer esas inhibiciones enfermizas, para simular que cuando atacamos y
destruimos a alguien lo que estamos haciendo en realidad es proteger y
defendernos a nosotros mismos de los peores monstruos y agresores, y cosas por
el estilo. Desde la guerra del Vietnam se ha realizado un enorme esfuerzo por
reconstruir la historia. Demasiada gente, incluidos gran número de soldados y
muchos jóvenes que estuvieron involucrados en movimientos por la paz o antibelicistas,
comprendía lo que estaba pasando. Y
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Pablo Picasso, 1951 (4)
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eso no era bueno. De nuevo había que poner
orden en aquellos malos pensamientos y recuperar alguna forma de cordura, es
decir, la aceptación de que sea lo que fuere lo que hagamos, ello es noble y
correcto. Si bombardeábamos Vietnam del Sur, se debía a que estábamos
defendiendo el país de alguien, esto es, de los sudvietnamitas, ya que allí no
había nadie más. Es lo que los intelectuales kenedianos denominaban “defensa
contra la agresión interna en Vietnam del Sur”, expresión acuñada por Adlai
Stevenson, entre otros. Así pues, era necesario que esta fuera la imagen
oficial e inequívoca; y ha funcionado muy bien, ya que si se tiene el control
absoluto de los medios de comunicación y el sistema educativo y la intelectualidad
son conformistas, puede surtir efecto cualquier política. Un indicio de ello se
puso de manifiesto en un estudio llevado a cabo en la Universidad de
Massachusetts sobre las diferentes actitudes ante la crisis del Golfo Pérsico,
y que se centraba en las opiniones que se manifestaban mientras se veía la
televisión. Una de las preguntas de dicho estudio era: ¿Cuantas víctimas
vietnamitas calcula usted que hubo durante la guerra del Vietnam? La respuesta
promedio que se daba era en torno a 100.000, mientras que las cifras oficiales
hablan de dos millones, y las reales probablemente sean de tres o cuatro
millones. Los responsables del estudio formulaban a continuación una pregunta
muy oportuna: ¿Qué pensaríamos de la cultura política alemana si cuando se le preguntara
a la gente cuantos judíos murieron en el Holocausto la respuesta fuera unos 300.000?
La pregunta quedaba sin respuesta, pero podemos tratar de encontrarla. ¿Qué nos
dice todo esto sobre nuestra cultura? Pues bastante: es preciso vencer las
inhibiciones enfermizas respecto al uso de la fuerza militar y a otras
desviaciones democráticas. Y en este caso dio resultados satisfactorios y demostró
ser cierto en todos los terrenos posibles: tanto si elegimos Próximo Oriente,
el terrorismo internacional o Centroamérica. El cuadro del mundo que se
presenta a la gente no tiene la más mínima relación con la realidad, ya que la
verdad sobre cada asunto queda enterrada bajo montañas de mentiras. Se ha
alcanzado un éxito extraordinario en el sentido de disuadir las amenazas
democráticas, y lo realmente interesante es que ello se ha producido en
condiciones de libertad. No es como en un estado totalitario, donde todo se
hace por la fuerza. Esos logros son un fruto conseguido sin violar la libertad.
Por ello, si queremos entender y conocer nuestra sociedad, tenemos que pensar
en todo esto, en estos hechos que son importantes para todos aquellos que se interesan
y preocupan por el tipo de sociedad en el que viven.
NOAM CHOMSKY
Fragmento
del artículo “El control de los medios de comunicación”, de la videoconferencia
de Noam Chomsky titulada “Fabricando consenso”, producida por National Film
Board of Canada en 1992.
http://bibliotecaanarquistaculturayaccion.blogspot.com/p/sociedad.html
(1) James Montgomery Flagg (1877-1960), ilustrador y dibujante de comics. Cartel empujando
al reclutamiento en el ejército de los Estados Unidos, 1917.
(2) Fred
Otto Seibel (1886-1968), humorista gráfico. Ilustración de abusiva propaganda
anticomunista, original del publicado en el “Richmond Times-Dispatch”
(principal periódico del Estado de Virginia), en enero de 1950.
(3) Pablo Picasso (1881-1973). “La guerra” y “La paz”. Pinturas al fresco montadas en la cúpula de la antigua capilla del castillo de Vallauris;
enfrentadas siguiendo la curva de la bóveda de cañón del suelo al techo,
ocupando una superficie de casi 100 metros cuadrados. Obra empezada en 1952,
instalada en 1954 e inaugurada oficialmente en 1959. Musée national Pablo
Picasso - La Guerre et la Paix, en Vallauris.
(4)
Pablo Picasso (1881-1973). Cartel con un dibujo a tinta de 1951, donado por
Picasso para la “Marcha contra la muerte: marcha sobre Washington” que tuvo
lugar entre los días 13 y 15 de noviembre de 1969 en Washington, para protestar
contra la guerra de Vietnam.
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