La
historia de un arroyo, hasta la del más pequeño que nace y se pierde entre el
musgo, es la historia del infinito. Sus gotas centelleantes han atravesado el
granito, la roca calcárea y la arcilla; han sido nieve sobre la cumbre del frío
monte, molécula de vapor en la nube, blanca espuma en las erizadas olas. El
sol, en su carrera diaria, las ha hecho resplandecer con hermosos reflejos; la
pálida luz de la luna las ha irisado apenas perceptiblemente; el rayo la ha convertido
en hidrógeno y oxígeno, y luego, en un nuevo choque, ha hecho descender en
forma de lluvia sus elementos primitivos. Todos los agentes de la atmósfera y
el espacio y todas las fuerzas cósmicas, han trabajado en concierto para
modificar incesantemente el aspecto y la posición de la imperceptible gota; a
su vez, ella misma es un mundo como los astros enormes que dan vueltas por los
cielos, y su órbita se desenvuelve de cielo en cielo eternamente y sin reposo.
Bosque y arroyos (1) |
La fuente, el punto donde el chorro de agua, oculto hasta allí, se manifiesta repentinamente, es el paraje encantador hacia el cual nos sentimos invenciblemente atraídos; que ésta parezca adormecida en un prado como simple balsa entre los juncos, que salga a borbotones de la arena arrastrando laminitas de cuarzo o de mica, que suben y bajan arremolinándose en un torbellino sin fin, que brote modestamente entre dos piedras, a la sombra discreta de los grandes árboles, o bien que salga con estrépito de una abertura de la roca ¿cómo no sentirse fascinado por el agua que acaba de salir de la obscuridad y tan alegremente refleja la luz? Gozando nosotros del espectáculo encantador que el manantial nos ofrece, nos es fácil comprender por qué los árabes, los españoles, los campesinos de los Pirineos y otros muchos hombres de todas las razas y de todos los climas han creído ver en las fuentes «ojos» de seres encerrados en las tenebrosas entrañas de las rocas, con los cuales contemplan el espacio y la verdura. Libre de la cárcel que la aprisionaba, la ninfa alegre mira el cielo azul, los árboles, las hierbas, las cañas que se balancean; refleja la inmensa naturaleza en el hermoso zafiro de sus aguas, y, sugestionados por sus límpidas miradas, nos sentimos poseídos de misteriosa ternura.
La transparencia de las fuentes fue en todo tiempo el símbolo de la pureza moral; en la poesía de todos los pueblos, la inocencia se compara con el agua cristalina de las fuentes, y el recuerdo de esta imagen, transmitido de siglo en siglo, se ha convertido para nosotros en atractivo.
No cabe duda que esta agua se enturbiará más lejos; pasará por rocas que le dejarán materias impuras y arrastrará vegetales en putrefacción; se escurrirá por sucias tierras y se cargará de inmundancias por los animales y los hombres; pero aquí, en su balsa de piedra o en su cuna de juncos, es tan pura, tan luminosa, que parece aire condensado: los reflejos movibles de la superficie, los repentinos borbotones, los círculos concéntricos de sus rizos, los contornos indecisos y flotantes de las piedras sumergidas, es lo único que revela que ese fluido tan claro, es agua lo mismo que los ríos cenagosos. Inclinándonos sobre la fuente y viendo en ella reflejada nuestra cara fatigada y con frecuencia nada buena sobre su límpida superficie, no hay nadie que no repita instintivamente, hasta sin haberlo aprendido, el antiguo canto que los güebros enseñaban a sus hijos:
Acércate a la flor, pero no la deshojes,
mírala y dí en voz baja: ¡Oh, quién fuera tan bueno!
En fuente cristalina no arrojes nunca piedras;
contémplala y exclama: ¡Oh, quién fuera tan puro!
La fuente (2) |
La leyenda romana nos dice que Numa Pompilio tenía como consejera a la ninfa Egeria. Penetraba solo en el interior de los bosques, bajo la sombra misteriosa de las encinas; se aproximaba confiadamente a la gruta sagrada y con su sola presencia, al agua pura de la cascada, con su ropaje bordado de espuma y el flotante velo de vapor, irisado, adquiría la forma de una mujer hermosa y le sonreía con amor. Numa, el mísero mortal, la hablaba como a su igual, y la ninfa le contestaba con voz cristalina, a la que se mezclaban como un coro lejano el murmullo del follaje y los ruidos del bosque. El legislador aprendió allí su sabiduría. Ningún anciano con su barba blanca hubiera pronunciado palabras tan juiciosas como las que salían de los labios de la ninfa, inmortal y eternamente joven.
Egeria dictando a Numa (3) |
En nuestras universidades e institutos, muchos profesores, sin saber lo que hacen o creyendo hacer bien, intentan disminuir el valor de la juventud educando la fuerza y la originalidad según sus propias ideas, imponiendo a todos la misma disciplina y mediocridad. Existe una tribu de pieles rojas en la que las madres intentan hacer hijos para consejeros y para la guerra haciéndoles inclinar la cabeza hacia adelante o hacia atrás por medio de sólidos instrumentos de madera y vendajes apropiados; lo mismo que esta tribu existen pedagogos que se consagran a la obra funesta de fabricar cabezas de funcionario y otros cargos, lo cual consiguen, desgraciadamente, con harta frecuencia. Pero pasan los diez meses de cadena, los diez largos meses de estudios, y llegan los días felices de vacaciones: la juventud adquiere su libertad; vuelve al campo, ve nuevamente los álamos del prado, los árboles del bosque, y la fuente sobre cuyas aguas flotan ya las primeras hojas amarillas que el otoño marchita; llenan sus pulmones con el aire puro de la campiña, renuevan su sangre, fortalecen un cuerpo y todos los aburrimientos de la escuela serán insuficientes para hacer que desaparezcan del cerebro los recuerdos de la naturaleza libre. Que el colegial salido de la cárcel, escéptico y extenuado, se aficione a seguir el tortuoso sendero que bordea al arroyo, que contemple los remolinos de las aguas, que separe las hojas o levante las piedras para ver salir el agua de los pequeños manantiales, y este ejercicio le hará muy pronto sencillo de corazón, jovial y cándido.
Manantial (4) |
El agua era quien les evitaba los odios y furias insensatas de sus vecinos, los semitas del desierto, y ella era quien les había salvado de la vida errante fecundando sus campos Y alimentando sus cultivos; a ella debían el haber podido fijar la primera piedra del hogar, y luego, la población y la ciudad, ensanchando así el círculo de sus sentimientos y sus ideas. Sus hijos, los helenos, comprendieron la importancia del agua y su influencia decisiva en el origen de las sociedades, según más tarde demostraron construyendo un templo y levantando la estatua de un dios al borde de cada una de sus fuentes.
Fluyendo (5) |
En adelante, a todos los hombres que aman a la vez la poesía y la ciencia, a todos los que deben trabajar de común acuerdo para el bienestar general, corresponde el deber de levantar la maldición arrojada sobre las fecundas y encantadoras fuentes por los sacerdotes de la Edad Media. No adoraremos, es cierto, como nuestros antepasados, arios, semitas o íberos, el agua transparente que sale a borbotones del suelo; para manifestar nuestro agradecimiento por la vida y las riquezas que produce a las sociedades, no le construiremos ningún ninfeo, no le dedicaremos ninguna libación solemne, pero en honor de la fuente haremos más que todo eso. Estudiaremos en sus aguas, en su espuma, en la arena que arrastra, en las tierras que disuelve y, a pesar de las tinieblas, remontaremos el curso subterráneo hasta la primera gota que la roca transpira; a la luz del día la seguiremos de cascada en cascada, de curva en curva, hasta llegar al inmensa depósito del mar a donde va a confundirse, y conoceremos con exactitud el papel importante que desempeña en la historia del planeta.
Bosque de bambúes del río Lijiang (6) |
Cuando empezó el renacimiento de los pueblos europeos, un mito extraño se propagó entre los hombres. Se contaba que lejos, muy lejos, más allá de los límites del mundo conocido, existía una fuente maravillosa, que reunía las virtudes de todas las demás fuentes; no sólo curaba los males sino que rejuvenecía y daba la inmortalidad. El vulgo creyó esta fábula y se puso a buscar la «Fuente dé la Juventud,» esperando encontrarla, no en la entrada de los infiernos, como la laguna Estigia, sino al contrario, en un paraíso terrestre, en medio de flores y verdura, bajo una primavera eterna. Después del descubrimiento del Nuevo Mundo, los soldados españoles, a millares, se aventuraban con heroísmo inusitado en medio de tierras desconocidas, a través de los bosques, pantanos, barrancos y montes, y en regiones pobladas de enemigos; iban siempre adelante, y cada una de sus etapas se marcaba con la muerte de muchos de ellos; pero los que quedaban avanzaban sin detenerse, esperando hallar al fin, en recompensa de sus esfuerzos, esa agua maravillosa cuyo contacto les haría vencer a la muerte. Aun hoy, según se dice, los pescadores descendientes de los primeros conquistadores españoles dan vueltas alrededor de las islas del estrecho de las Bahamas, con la esperanza de ver en alguna playa salir a borbotones la maravillosa agua.
La Fuente de la Juventud (7) |
Consiste en que nada les parecía imposible a los que habían visto realizarse las maravillas del Renacimiento. En Italia, los sabios habían sabido resucitar el mundo griego con sus pensadores y artistas; en la brumosa Alemania los magos de la verdad habían descubierto la maravilla de hacer grabar el metal y la madera; los libros se imprimían, y el dominio infinito de las ciencias se abría así a las masas del pueblo, condenadas en otro tiempo a la obscuridad de la ignorancia; en fin, los navegantes genoveses, venecianos, españoles y portugueses habían hecho surgir, como un segundo planeta unido al nuestro, un continente nuevo con sus plantas, sus animales, sus pueblos y sus dioses. La inmensa renovación de las cosas había embriagado los espíritus; sólo lo posible parecía quimérico. La Edad Media desapareció en el abismo de los siglos pasados, y, para los hombres empezaba una nueva era, más libre y feliz.
Los que por el estudio se habían emancipado del error y las supersticiones, comprendieron que la ciencia, el trabajo y la unión fraternal podían sólo aumentar el poder de la humanidad y hacerla triunfar definitivamente de la influencia del pasado; pero los soldados groseros, héroes contra el buen sentido, iban buscando en el pasado legendario esa gran era de renovación que se abría precisamente por las conquistas de la observación y la negación del milagro; tenían necesidad de un símbolo material para creer en el progreso, y este símbolo era el de la fuente, en donde los miembros del anciano recobraran la fuerza y la belleza. La imagen que se presentaba naturalmente a su imaginación era la de la fuente, naciendo a la libertad del fondo tenebroso del suelo y haciendo crecer en seguida sobre sus orillas frondosas las plantas, las flores y la juventud.
ÉLISÉE RECLUS
“El Arroyo” de Élisée Reclus, publicado en Francia en 1869. Capítulo 1, titulado “La Fuente”. The Project Gutenberg eBook of El Arroyo, by Elíseo Reclus.
http://bibliotecaanarquistaculturayaccion.blogspot.com/p/ecologia.html
(1) Wu Guanzhong (1919-2010), "Bosque y arroyos". Tinta y pintura, técnica mixta sobre papel; 137 x 68 cm.
(2) Jean Auguste Dominique Ingres (1780-1867), "La fuente", 1856. Óleo sobre tela; 163 x 80 cm. Musée de Orsay, París.
(3) Ulpiano Checa y Sanz (1860-1916), "Egiria dictando a Numa" o "La ninfa Egiria dictando a Numa Pompilio las leyes de Roma", 1885. Óleo sobre tela; 301 x 206 cm. Museo Ulpiano Checa, Colmenar de Oreja (Comunidad de Madrid)
(4) Wu Guanzhong (1919-2010), "Manantial", 1984. Tinta y pintura, técnica mixta sobre papel; 66 x 48 cm.
(5) Wu Guanzhong (1919-2010), "Fluyendo", 1980. Tinta y pintura, técnica mixta sobre papel; 43 x 34 cm.
(6) Wu Guanzhong (1919-2010), "Bosque de bambúes del río Lijiang", 1977. Óleo sobre tela montado en tabla; 56,5 x 41 cm.
(7) Lucas Cranach El Viejo (1472-1553), "La Fuente de la Juventud", 1546. Óleo sobre madera de tilo; 122,5 x 186,5 cm. Gemäldegalerie, Berlín.
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