En la presentación del Año Josep Benet, historiador de integridad absoluta (Palacio de la Generalitat el 19/02/2.020), Jaume Sobrequés, catedrático aúlico por antonomasia, aprovechó para, delante de Jordi Pujol, titularlo como “el político más importante de la Cataluña del siglo XX”. Que la Generalitat subvencione con millones de euros el extravagante Institut Nova Història evidencia su pobre afán por acometer el estudio del pasado. Decía Pere Quart: todo es aproximado, provisional, relativo y transitorio, pero hay ocurrencias excesivas. Diez días antes Javier Cercas sostenía que las novelas de Galdos (El País semanal, 09/02/2.020) “tienden a menudo a ser redundantes; lo que ellas enseñan ya lo enseñan los libros de historia”. Diría de estos, que a menudo son sólo hagiógrafos y elogio de poderosos, que construyen una fábula del ayer sometida a su dictado.
El pasado de cualquier país tiene fechas capitales, 1.492, 1.789, 1.917. La historia oficial vinculada al Procés elige 1.714, quizás otros habrían escogido el verano del 36. Optar por una u otra tiene consecuencias decisivas: Muñoz Molina reseñando “Fantasmas de la ciencia española” de Juan Pimentel opina, “la memoria española preserva mejor a los conquistadores que a los sabios empeñados en la búsqueda del conocimiento” (El País, Babelia, 07/03/2.020).
Es convicción mía que para rescatar el pasado a menudo son más directos los artistas que los cronistas. En la exposición “Gràfica anarquista. Fotografia i revolució social, 1.936-1.939”, muestra con fondos de la Oficina de Información y Propaganda de la CNT-FAI, en el Arxiu Fotogràfic de Barcelona, 27/11/2.019 – 16/05/2.020, se transmite la sensación popular generalizada de entusiasmo y esperanza.
BARCELONA, 19 DE JULIO 1.936
Incidentes posteriores, el desenlace de la guerra, y el pacto de silencio con la muerte de Franco, han generado multitud de controversias al escribir la crónica de aquellos tiempos y me centraré en tres temas: derrota de los “alzados”, furia anticlerical y suerte de los cambios económicos, sociales y culturales.
Mientras la derrota de los alzados no admite discusión, no hay acuerdo sobre quién fue el artífice de la victoria. Hay, al menos, tres versiones: fuerzas del orden, proletariado o el conjunto de ambos. Partidarios de la primera suelen serlo de forma terminante, y es curioso que discrepan de sus "maestros". Fontana apunta: “la revuelta militar (…) fue vencida el 19 de julio en las calles de Barcelona, gracias en buena medida al esfuerzo de la resistencia popular y obrera”, pero Riquer, dicípulo suyo, es categórico: “el fracaso de la rebelión militar en Barcelona ha sido objeto de interpretaciones exageradas y deformadoras de la realidad. Se ha pretendido divulgar que fue la intervención del pueblo en armas, de los militantes del obrerismo revolucionario, lo más decisivo para acabar con los rebeldes. Y eso es falso”.
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19 de julio de 1.936 en la Via Laietana (Foto: Agustí Centelles) |
Casas enfatiza en las Conclusiones de su tesis: “Ahora podemos decir (…) quiénes tuvieron el mérito de derrotar la sublevación militar: el conjunto de la población antifascista, con un peso determinante del movimiento libertario, seguido en este orden por ERC, POUM, UGT”. Casas, “creo honestamente que el conjunto de las fuerzas populares fue el elemento más decisivo para la derrota (…) no sólo considerando el número de bajas; también por la existencia de un plan estratégico, unas tácticas (… las) fuerzas de orden público y fuerzas populares fueron complementarias.
FURIA ANTICLERICAL
Los poderosos, en muchas ocasiones, han exterminado a quienes sospecharan pudieran poner en peligro su poder material, político o social. Contra los cátaros se mandó: “Matadlos a todos, Dios reconocerá a los suyos”. Mao, para superar el fracaso del Gran Salto Adelante, lanzó a sus Guardias Rojos contra aquellos que juzgaba como rivales, lo que significó diez años de caos, unos dos millones de muertos, la economía arruinada, un patrimonio cultural milenario destruido y la identidad nacional herida. Otros no dudaron en arrasar bibliotecas o similares, el cardenal Cisneros, ca. 1.500, destruyó en la hoguera los Manuscritos de Granada, y Diego de Landa, misionero franciscano, segundo obispo de Yucatán, estableció en Maní, un tribunal religioso convertido pronto en Inquisición, que en Auto de Fe, el 12/07/1.562, destruyó 5.000 ídolos y objetos sagrados, y quemó centenares de códices mayas.
Demasiadas veces antes de que Giordano Savonarola consumara su Hoguera de las Vanidades, se ha destruido lo que desagradaba; si en el siglo V los cristianos mataron a Hipatia y destruyeron su biblioteca, el mismo disparate han cometido en nuestros días, nazis, franquistas, maoístas, talibanes o serbios, reduciendo a escombros la biblioteca de Sarajevo.
Propietarios, el clero y todo el secular aparato represivo del sistema, insólitamente se alzaron en julio de 1.936 contra el Gobierno legítimo, temiendo que el parlamento elegido en febrero, iniciara cambios que acabasen con su caduco “establishment”, autoritario, injusto y violento. No era el primer Golpe de Estado, pero esta vez coincidían los tres grupos. Los militares conspiraban descaradamente, la Iglesia y la burguesia, lo hacían disimulando por descontado, pues nunca dejan pruebas de sus iniquidades: no hay documentos sobre la explotación de esclavos en Cuba, de la connivencia del pistolerismo y la policía. Si bien, por esa misma razón, no se pueda proclamar todo lo contrario.
El furor anticlerical, el más estridente de los sucesos del verano del 36, ha dado lugar a todo tipo de paráfrasis, de la negación a la hipérbole. Ya hace muchos años Hilari Raguer declaró que en el verano del 36 bastaba “que alguien fuera identificado como sacerdote, o como activista cristiano, para ser eliminado sin proceso”. Más tarde cambió notoriamente de parecer, pero su rotunda afirmación fue copiada por Villarroya: “Durante los primeros meses de la revuelta, era suficiente que una persona fuera identificada como sacerdote o religioso, para ser liquidado sin proceso, y a veces de forma cruel”. Termes afirma enfático: “Unas 8.500 personas fueron asesinadas en Cataluña, especialmente religiosos y devotos cristianos. (…) Mientras unos luchaban contra el fascismo, otros iniciaban la quema de iglesias, conventos y la Casa de Misericordia. Aquí empezó a perderse la revolución y la guerra”. Según Balcells, “no hay ningún caso documentado de que el clero participara o secundara la revuelta militar del 19 de julio en Barcelona”, pero un poco más allá añade: “El único obispo de Cataluña que estuvo en contacto con la conspiración militar fue el integrista navarro Manuel Irurita” y en medio recuerda “El clero había participado en la campaña electoral, en febrero de 1.936, aconsejando el voto para las derechas”, insolente e impúdicamente, todo sea dicho. Es chocante el dictamen de Pelai Pagès, primero califica de insólito en la historia de Cataluña el estallido de anticlericalismo, y a continuación afirma que fue “más intenso y extenso que durante los episodios (…) de quema de conventos en 1.835 o la Semana Trágica de 1.909”, y añade: “El anticlericalismo popular, de honda tradición histórica en muchos lugares de Cataluña, no fue cosa de incontrolados” sino de “todas las organizaciones antifascistas -incluso las que más tarde aparecerían como partidos de orden- que en un grado u otro, tomaron parte en la represión de los primeros meses”. Y agrega que en Solidaridad Obrera y en publicaciones del POUM “se llevaron a cabo campañas para que cesara la represión indiscriminada”.
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Ilustración de "Sim", José Luis Rey Vila |
Para Martín Ramos la cuestión fue nuclear, “La revolución pareció confundirse en un primer momento con la violencia y de manera particular la anticlerical, en contraste con la nula incidencia de esta en los meses anteriores a la guerra. El asalto a conventos e iglesias, la persecución y asesinato de sacerdotes y religiosos o religiosas, fue una de las imágenes de las jornadas de julio y las semanas que siguieron”. Y añade “El ataque a la iglesia católica, edificios y personas, fue el más frecuente acto simbólico de lucha contra la reacción y el fascismo en la retaguardia”. Aunque quizás fuera más simbólico derribar la cárcel de mujeres o crear nuevos hospitales, si bien reconoce que “La furiosa reacción anticlerical estaba alimentada por dinámicas de fondo, seculares, y potenciada por la beligerancia política de la iglesia católica contra la República; (…) particularmente beligerante en las elecciones de febrero de 1.936 pretendiendo que lo que estaba en juego era, como señaló el obispo de Lérida, la victoria de Dios, la iglesia y la sociedad”. Hay exégesis surrealistas como la de Jordi Albertí que acaba su libro proclamando, “permitidme una licencia: en algunas ocasiones (…) he llegado a asociar las escenas de asesinatos en Cataluña en 1.936, con la violencia gratuita de la que fueron víctimas, entre 1.976 y 1.979, muchos ciudadanos de Camboya a manos de los Jemeres Rojos dirigidos por el maoísta Pol Pot”. Y anticipa los verdugos: logias masónicas, marxistas, incontrolados, pero “una multitud de testimonios (…) acreditan la certeza incuestionable que había consignas, procedentes especialmente de los Comités con predominio de la CNT-FAI, que pretendían la abolición de la Iglesia como estamento social, la destrucción de todos los vestigios arquitectónicos y culturales de la civilización cristiana, y la muerte de los sacerdotes que ostentaban su representación, y de todos aquellos que mantenían un compromiso activo con ella”, e insiste, “ En resumen, todo hace pensar que la persecución religiosa de 1.936, en términos generales, fue principalmente uno de los capítulos básicos de la violencia revolucionaria ácrata, en el contexto general de una lucha feroz por el poder, más que el culmen de la expresión violenta de una tradición anticlerical”. En la edición en castellano aún es más terminante: “En un símil matemático diría que en la persecución religiosa, el anarquismo encarnó el mínimo común múltiple de todos los fáctores revolucionarios de las demás formaciones e ideologías” y “donde los anarquistas fueron mayoría, la persecución religiosa no sólo fue implacable, sino que además mantuvo de forma constante esa motivación revolucionaria”. Ante el fenómeno incuestionable, arrebato iconoclasta de apariencia impenetrable, hay diferentes respuestas, intentar entenderlo o buscar culpables. Delgado que analizó las razones antropológicas, aludió a la mania de atribuirlo a los ácratas, si bien el principal sospechoso habrían sido siempre “las turbas”, puestas en un marco de caos absoluto por circunstancias históricas excepcionales, “masas” exhibiendo sus ansias reprimidas, irracionales y peligrosas, su bulimia insaciable de sangre y devastación; prejuicios tradicionales y tópicos extraídos de la peor “psicología de masas”; proceder manifiestamente necio de seres mentalmente débiles, y de multitudes veleidosas, seducidas e ignorantes. Diagnóstico similar al del psicólogo Vallejo Nágera, y añade Delgado lo siguiente: para Pagès “Hombres de escasa conciencia política y social, surgidos como subproducto de un mundo urbano e industrial generador de miseria y marginación”, “Incontrolados” según Manent, “populacho” para Escofet, “Los de siempre (…) los piojosos” para Aurelio Fernandez de CNT, mientras a Joan Peiró le recuerdan el “salvajismo de unas hordas carniceras”. Reig culpa también a los ácratas diciendo que “La persecución a la que se vió sometida” la Iglesia, “parece ser que fue fundamentalmente protagonizada por los anarquistas, cuya fe en la revolución universal les impulsó a destruir aquellos elementos que consideraban más contrarrevolucionarios”. Es más preciso Casanova: “En realidad, a esas transformaciones políticas y sociales del verano de 1.936 y a la creación y a la organización de milicias, consideradas las máximas manifestaciones del poder popular, siempre les acompañó la violencia. (…) Y la sangre corrió derramada por los múltiples comités de empresa, barrio y pueblo que se crearon al calor de la revolución; por los grupos de investigación y vigilancia encargados de limpiar la atmósfera de gente malsana. (…) El fuego purificador alcanzó con especial virulencia al clero”. Utiliza palabras chocantes, el clero vivió “un auténtico calvario” y llama “mártires” a los religiosos asesinados en Lérida. Calvario ya lo había empleado antes. Despropósito que repite “Víctimes, 1.936-1.945”, exposición del Memorial Democràtic, 18/07/2.018 – 01/09/2.019, donde en su visita teatralizada resumía el período de la guerra en quema de iglesias y checas, contra las opiniones opuestas que cito a continuación. La rotunda tesis de Josep M. Solé y Joan Villarroya, ya aclaró la cuestión hace más de 30 años: los mayores índices de sacerdotes asesinados, lo fueron en zonas rurales con pocos afiliados de CNT, y resumo sus conclusiones: “En la región se abona la idea de que la represión fue menor en las zonas industriales (…) las dos comarcas con el índice de represión más alto de toda Cataluña: la Terra Alta y el Priorat, son zonas donde el conflicto social agrario tuvo una fuerza importante (…) la Terra Alta, con un índice de represión que casi cuadruplica el global de Cataluña, es con mucho, la comarca con más violencia y represión del país (…). / En la comarca de Osona este índice tan alto de represión (fué…) contra las personas que detentaban tradicionalmente el poder en la comarca, muy ligadas al tradicionalismo y la Iglesia”. Las mismas conclusiones aporta el detalle de las ejecuciones en la región: “La importancia en comarcas rurales, a pesar que su número de habitantes sea inferior al de las (…) industriales (… en) Barcelona, el 29,9 % del total (…) no tiene relación de correspondencia con el peso de su población en el conjunto del país (54,6 %) (… y) confirma que el número de víctimas en las zonas rurales fue superior al de las zonas industriales”. En “Les Garrigues y La Segarra (…) durante los sucesos de octubre de 1.934, los enfrentamientos fueron muy duros”. El índice en el Alt Camp (3,2 %) supera “la media por el profundo arraigo del tradicionalismo”; el del Alt Penedés se explica por el conflicto de campesinos arrendatarios, como en la Conca de Barberà, Priorat, Terra Alta o Les Garrigues. Y recordemos que en la atroz represión contra los campesinos, octubre 1.934, junto a los propietarios y la Guardia Civil, los sacerdotes tuvieron un rol capital, no en vano estos eran los hijos segundos de los hacendados. La contribución de Soler y Villarroya fue aceptada por todos los colegas, incluido Casanova: “Y aunque un tercio de ese terror en Cataluña encontró la muerte en Barcelona, la persecución, si se pone en relación el número de asesinados con el de habitantes, fue más dura e intensa en las comarcas agrícolas del interior que en las más industrializadas del litoral. El fuego purificador alcanzó con especial virulencia al clero”. O Cattini que puntualiza “La dura represión que se desencadenó en el entorno rural también demuestra la vigencia en la memoria de la lucha de clases. (…) De hecho, las contradicciones del mundo rural habían inflamado la revuelta del seis de octubre en muchas poblaciones catalanas. (…) El estallido de la Guerra Civil debía destapar por fuerza las revanchas históricas de los campesinos contra los propietarios, y también, en más de un caso, las venganzas personales. (…) / Los argumentos que pueden ayudar a entender las razones por las que en el mundo rural hubo una represión más sangrienta, cruel y contundente, que en la ciudad, se han de contextualizar en las mismas características e idiosincrasia del mundo rural. En los pueblos, las relaciones sociales son mucho más personales que en las ciudades (…) todos se conocen y, por tanto, las filias y las fobias, las amistades y los odios tienen nombres y apellidos”. Y precisa “Sin remontarse a tiempos inmemoriales, aún está vivo en el recuerdo la constante oposición de la Iglesia a la República o el Seis de Octubre de 1.934, cuando en Navàs se asesinó al cura del pueblo y se produjeron intentos de quemar iglesias, sin llegar a las dimensiones de la Semana Trágica de 1.909 cuando -como recuerda Balcells- en los cinco días que duró la revuelta se quemaron, más o menos, el mismo número de edificios religiosos que después del 19/07/1.936”. Riquer, aludiendo a la “acusada persecución de la Iglesia católica, del clero y de las gentes identificadas como católicos activos”, dice “La violencia fue, sin duda, el episodio más negro y trágico de la revolución catalana”, y admite, “Pero quizás se ha exagerado algo su alcance, sobre todo en comparación con otras zonas de España. (…) La violencia fue mucho más intensa en la Cataluña rural que en la urbana, en la pobre que en la rica. Fue sobre todo en las pequeñas localidades agrarias de la Cataluña del secano, en las más pobres comarcas meridionales y occidentales (desde el Segrià o la Noguera, hasta el Montsià o el Baix Ebre) y en las ciudades pequeñas (como Tortosa, Cervera, Lleida o Balaguer) en donde los índices de violencia duplican y triplican los de las comarcas centrales y las grandes ciudades, como la propia Barcelona”. Y repetia, “Significativamente, la violencia sobre los eclesiásticos como sobre los civiles, fue mucho más intensa en las comarcas rurales de la Cataluña agraria y pobre de poniente”. Lo que reiteraba veinte años más tarde, “Significativamente, la violencia sobre los eclesiásticos, como sobre los civiles, fue mucho más intensa en las comarcas rurales de la Cataluña agraria y pobre de poniente, que en las zonas urbanas y de las comarcas orientales”. Hay una cuestión de la que faltan referencias. Últimamente se ha destapado una escabrosa, grave e infausta llaga de la Iglesia, la existencia de muchos sacerdotes pederastas y depredadores sexuales; perversión que marca a las víctimas para siempre. Y también abusaban de mujeres. Es verosimil que las víctimas aprovecharan la confusión general, provocada en parte por los católicos, para ajustar cuentas.
CAMBIOS ECONÓMICOS, SOCIALES Y CULTURALES
De nuevo difieren diametralmente los juicios, y los hay muy negativos, como el de Ucelay, “En la desorganización, solamente pudieron funcionar entidades concretas -sindicatos, periódicos, partidos, cooperativas- o partes de estas, pero no hubo ninguna coordinación real, ni vínculo alguno entre los diferentes esfuerzos”, y es muy crítico con las colectivizaciones. Como era de presumir tambien el juicio de Riquer: “De la falta de autoridad, se aprovecharon miles de militantes obreros armados que se convirtieron en amos de pueblos y ciudades, y provocaron un descontrol total del orden público y de la justicia (…) el proceso revolucionario había surgido de la base sin que hubiese ningún plan, ninguna estrategia de asalto al poder. Nadie, ni en la CNT, ni en la FAI, había planeado tomar el poder” y “El apasionado testimonio militante a llevado a visiones simplificadoras, idealistas y casi épicas (…). Vuelvo a recordarlo: no había un plan revolucionario; no había un programa claro y previo de cómo actuar; no había una estrategia revolucionaria. (…) Las colectivizaciones no tenían nada que ver con la estrategia de socialización que había aprobado la CNT (… en) Zaragoza”. Pero afirma lo contrario al referirse a la industria de guerra, desmintiendo sobre “la escasa contribución catalana al esfuerzo bélico. Más bien creemos que fue todo lo contrario, una clara muestra de creatividad, de una inventiva y de un tesón admirables (…). Todo ello fruto de la gran capacidad de iniciativa de unos técnicos y trabajadores que habían transformado unas industrias no bélicas en fábricas de armas y municiones”. Casanova, de la misma forma es también categórico: “Muchos anarquistas vieron sus sueños cumplidos. Soñaron despiertos. Duró poco, pero esos meses de verano y otoño de 1.936 fueron lo más parecido a lo que ellos creían que era la revolución y la economía colectivizada. Poco importaba que la revolución se llevara por medio a miles de personas (…). La necesaria destrucción de ese orden caduco era algo insignificante, en cualquier caso, comparado con la reconstrucción económica y social que se emprendió en julio de 1.936, sin precedentes en la historia mundial. Esa es la imagen feliz del paraíso terrenal que transmitió la literatura anarquista (…) a esas transformaciones políticas y sociales del verano de 1.936 y a la creación y a la organización de milicias (…) siempre les acompañó la violencia”.
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Cartel de Carme Millà |
Miquel Izard
Fuente del texto: “Enciclopédic 43”. La revista de l´Ateneu Enciclopedic Popular (Barcelona), IV Época, Marzo 2.021, núm. 43, págs 2 a 9
Traducción: CompaNoTrabajes
HISTORIADORES CITADOS EN EL ARTÍCULO: Jordi Albertí i Oriol (1.950- ), Albert Balcells i González (1.940- ), Josep Benet i Morell (1.920- 2.008), Francesc Bonamusa Gaspà (1.947- ), Julián Casanova Ruiz (1.956- ), José Luis Casas Sánchez (1.954- ), Giovanni C. Cattini (1.972- ), Severiano Delgado Cruz, Josep Fontana i Lázaro (1.931- 2.018), Miquel Izard Llorens (1.934- ), Albert Manent i Segimon (1.930- 2.014), José Luis Martín Ramos (1.948- ), Pelai Pagès i Blanch (1.949- ), Juan Pimentel Igea, Paul Preston (1.946- ), Hilari Raguer i Suñer (1.928- 2.020), Gabriele Ranzato (1.942- ), Alberto Reig Tapia (1.949- ), Borja de Riquer i Permanyer (1.945- ), Jaume Sobrequés i Callicó (1.943- ), Josep Maria Solé i Sabaté (1.950- ), Josep Termes Ardèvol (1.936- 2.011), Enric Ucelay- Da Cal (1.948- ) y Joan Villarroya i Font (1.953- ).
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