AFGANISTÁN: Cuando de lo que se trata es de vender armas

 
por Javier Montenegro
 
 
 
Afganistán es la prueba más fehaciente de adonde conduce el parasitismo de los Estados y los Estados mismos: una desgracia que tenga la denominación que tenga, sea reino, república, república democrática, república islámica o emirato islámico, devora todo lo que toca, y sirve exclusivamente para abusar de la población y canalizar la corrupción política.
 
Desde el final de la 2ª GM, la situación geográfica de Afganistán, frontera del llamado en occidente “Telón de Acero”en el marco de la Guerra Fría , hizo que los Estados Unidos estuvieran siempre metidos en sus asuntos, primero apoyando al rey y su régimen autárquico (disfrazado de parlamentario), hasta el Golpe de Estado de 1.973, y luego para preservarlo del comunismo, iniciando una guerra civil que dura cuarenta y ocho años, y los que le quedan. 
 
Como dijo Bakunin “El Estado moderno es, necesariamente, por su esencia y su objetivo, un Estado militar; por su parte, el Estado militar se convierte también, necesariamente, en un Estado conquistador” (1), así que para entender la conducta militarista y antisocial de los Estados Unidos, basta recordar a Esopo (siglo VI a.n.e.) y la moraleja de la fábula del escorpión y la rana, desgraciadamente: está en su naturaleza actuar así. 
 
En estos casi cincuenta años de intervención militar de los Estados Unidos en Afganistán, que van de 1.973 -fecha de nacimiento de los muyahidines (2) (los llamados luego “freedom fighters” por Ronald Reagan)- hasta hoy, hay que distinguir dos fases: la primera, con la excusa de frenar el comunismo y desde 1.979 para expulsar a los soviéticos, a los que la república democrática había pedido ayuda para defenderse de los muyahidines, y Brézhnev -jefe supremo de la U.R.S.S. entre 1.964 y 1.982- habría  accedido por solidaridad, apelando al peculiar concepto de "internacionalismo proletario" (versión leninista del "imperialismo colonial"); y la segunda, desde 1.989 hasta aquí, con la excusa de “implementar la democracia”, a la que se añade desde 2.001 la pretensión de acabar con el terrorismo; y en todo este tiempo siempre han apoyado sucesivamente a las fuerzas más reaccionarias en lucha, especialmente en las últimas décadas a aquellas relacionadas con una de las corrientes más fanática del fundamentalismo islámico, el sunismo wahabí, el credo religioso de Arabia Saudí (la dictadura de la familia Saúd y sus petrodólares), la familia Bin Laden y los talibanes. 
 
Contra la república (1.973-1.978) -de caracter socialista- y la república democrática (1.978-1.992) -de carácter comunista-, arrojaron a los muyahidines -grupos chiítas y sunitas, creados, armados y entrenados por la CIA, y entre ellos a "al-Qaeda"- y a los “señores de la guerra” -los cavernícolas anticomunistas amiguetes de Bernard-Henri Lévy-, favoreciendo el fraccionamiento y la militarización de los numerosos grupos étnicos y religiosos, así como la internacionalización del conflicto, haciendo una llamada a la yihad contra el comunismo. Derrotada la república democrática en 1.992, no contentos con lo que tenían se inventaron a los talibanes (escisión sunita wahabí de los muyahidines creada en 1.994), a los que finalmente decidieron entregar el poder de 1.996 a 2.001; luego después del 11-S con la excusa de acabar con el terrorismo, otra vez a los muyahidines y “señores de la guerra” anticomunistas de 2.001 a 2.021 (entre otros a la Alianza del Norte creada en 1.996 para luchar contra los talibanes); y después de veinte años lavando dinero y pagando sobornos para mantener un régimen corrupto tras otro, ahora otra vez entregan el poder a los talibanes. Así que al cabo de veinticinco años, se vuelve a la casilla de salida. 
 
La iconoclastia llevada al absurdo, y la bien conocida brutalidad asesina de los suníes wahabíes contra todo lo que se mueva pero especialmente contra mujeres, niñxs y homosexuales, hunden sus raíces en una tradición cruel e inhumana, instigada en Afganistán desde Catar y Arabia Saudí (principal propagandista en el mundo de sunismo wahabí) y alimentada por la codicia capitalista de los Estados Unidos , que en defensa de sus oscuros (por lo sucio) intereses -el muy lucrativo negocio de la guerra-, siempre han apostado por la involución política y la prolongación del conflicto armado. Nadie se llame a engaño, pese a las escenificaciones de Biden lamentándose por la situación, Afganistán va a seguir siendo la plataforma norteaméricana para embarrar la zona, desde la que: seguir vendiendo armas a todxs; exportar el fundamentalismo wahabí allá donde puedan, como freno al progreso y para desestabilizar gobiernos; ofrecer protección a los terroristas islámicos chinos y rusos; enfrentarse con los chiitas de Irán; y continuar con el negocio del narcotráfico (el negociado de la DEA) en el país primer productor mundial de opio, que con la confusión de la inminente nueva guerra civil, se verá favorecido. 
 
La retirada de tropas y embajadas occidentales, pactada el 29 de febrero de 2.020 por el payaso Donald Trump en el Acuerdo de Doha (capital de Catar), y cumplida ahora por Biden, no ha podido ser más explícita, se van dejando atrás intactas todas las armas, municiones e infraestructuras militares, inversiones multimillonarias después de veinte años de ocupación… si eso no es un regalo para los talibanes, ya me dirán como llamarlo. 
 
Arabia Saudí, Pakistán y Egipto, tres países históricamente aliados de los Estados Unidos, han sido y son los principales patrocinadores y mentores ideológicos de toda esta mierda (el fundamentalismo religioso y la ambición de poder de los diferentes grupos en pugna), ellos les han facilitado el refugio, sostén político, y servido de intermediarios para el suministro contínuo de armas y municiones, con las que matarse unxs a otrxs, y el balance son cientos de miles de afganxs muertxs para que unxs pocxs se enriquezcan vendiendo armas, y de paso, manipulando la información, poder justificar ante la alienada “opinión pública” occidental la hipertrofia de la industria militar. Porque esta guerra no tiene nada que ver con acabar con el terrorismo internacional (3), y mucho menos con las huríes del paraíso (que no existen) o el cuentito de instaurar la democracia, aquí de lo que se trata es de vender armas y municiones. 
 
Obviamente la guerra civil en Afganistán no ha terminado y pronto asistiremos a sucesos vergonzantes para occidente, y otra vez la colaboración o los enfrentamientos de suníes wahabíes entre ellos mismos, consecuencia del desencuentro actual entre Arabia Saudí y Catar, talibanes contra ISIS K o al-Qaeda; talibanes y chiitas: hazara o resistentes tayicxs del Valle de Panshir; talibanes y fundamentalistas uzbekxs o radicales kirguises; etc, “el hambre con las ganas de comer”... y de forma más o menos encubierta según los casos y la ocasión, seguirá el patrocinio de los Estados Unidos y los países europeos, directamente o por mediación de otros -especialmente Arabia Saudí y Pakistán-, al baño de sangre afgano; y dicho coloquialmente, seguir usando el culo de lxs afganxs para dar patadas a Rusia, Irán y China; extendiendo el caos por la región, que beneficie sus bien conocidos intereses comerciales, en detrimento de eventuales competidores. Lxs afganxs tendrán que seguir pagando el zakat (limosna obligatoria) (4), sometidxs a la atrasada y demencial sharía, y sufriendo los desastres de la guerra. Los Estados Unidos se van del escaparate para mejorar su imagen en el Tercer Mundo, pero se quedan en la trastienda al cuidado de la empresa política y comercial. 
 
Nosotrxs sabemos que la guerra es un negocio capitalista consustancial a cualquier Estado, que “mientras exista el sistema capitalista se tuvo y se tiene que contar constantemenente con el peligro de una guerra” (5), y que los Estados grandes se comen a los medianos, y estos se comen a los más chicos, en una dinámica perversa que se retroalimenta y en la que lxs perjudicadxs directa o indirectamente somos todxs. Sólo nos queda protestar una vez más, y no ser necixs y desentendernos. Hay que tomar conciencia y hacer algo porque “el grito ¡Abajo las armas! no basta, mientras no dejemos caer los martillos que las forjan” (6) y acabemos con los Estados, sus leyes y sus fronteras, abrazando nuevos ideales para la humanidad, y repartiendo la riqueza del planeta entre todxs, haciendo realidad el principio anarcocomunista, “a cada cual según sus necesidades, de cada cual según su capacidad”. En manos de sindicatos y trabajadorxs está la solución, y acabar con la insensatez asesina de lxs fabricantes de armas, para empezar negándonos a trabajar en sus industrias, enfrentando el concepto anarcosindicalista de "ÉTICA DE LA PRODUCCIÓN" a la codicia capitalista. 
 
 

 

 
(1) “Obras Completas, Tomo V (Estatismo y Anarquía)”, Mijail Bakunin. Ediciones de La Piqueta, 1.986, Madrid, pág.67

(2) El término remite también de manera general, a "soldados de dios" o "los que luchan en la guerra santa". 
 
(3) Que aún falta por saberse, que lo del 11-S no fuera un atentado de falsa bandera.

(4) Uno de los 5 pilares del islam, instrumento de control social gestionado directamente de forma implacable por las autoridades religiosas locales de cada comunidad. 
 
(5) “La responsabilidad del proletariado ante la guerra”, Rudolf Rocker. Ediciones Madre Tierra, 1.991, Móstoles, pág.23 
 
(6) Ibidem, pág.37

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