El orden es una minoría insignificante, educada en las cátedras gubernamentales, que por esta sencilla razón se impone a las mayorías y educa a sus hijos para ocupar más tarde las mismas funciones, con objeto de mantener los mismos privilegios, por la astucia, la corrupción, la fuerza y el crimen; es la guerra continua de hombre a hombre, de oficio a oficio, de clase a clase, de nación a nación; es el cañón sin cesar en Europa un solo instante su estampido de muerte; es la devastación de los campos, el sacrificio de generaciones enteras en la guerra, la destrucción en un año de todas las riquezas acumuladas en muchos siglos de ruda labor.
El orden es la servidumbre, el embotamiento de la inteligencia; es el envilecimiento de la raza humana mantenido por el hierro, por el látigo y el fuego; es la muerte continua por el grisú, sepultando a miles de desventurados mineros destrozados, convertidos en piltrafas por la rapacidad de los patronos o ametrallados, acribillados a bayonetazos, si intentan quejarse de su suerte negra. El orden, en fin, es, el lago de sangre en que ahogaron a la Comuna de París; es la muerte de treinta mil hombres, mujeres y niños, destrozados por las bombas y la metralla, enterrados con el blanco sudario de cal viva en las calles de París; es el destino de la juventud rusa condenada a pudrirse en las cárceles y a ser sepultada en las nieves de la Siberia; y los mejores, los más enérgicamente puros, los más heroicos, a morir ahorcados por la cuerda del verdugo. ¡ He ahí el orden!
Veamos ahora el desorden, lo que las gentes sensatas llaman desorden.
Es la protesta del pueblo contra el innoble orden presente, la protesta para romper las cadenas, destruir los obstáculos y marchar luchando hacia un porvenlr mejor. El desorden es el timbre más glorioso que la humanidad tiene en su historia.
Es el despertar del pensamiento, la víspera misma de las revoluciones; la negación de las hipótesis sancionadas por la inmovilidad de los siglos precedentes; el germen de un raudal de ideas nuevas, de invenciones maravillosas, de obras audaces; es la solución de los problemas científicos.
El desorden es la abolición de la esclavitud antigua, la insurrección de los pueblos, la supresión de la servidumbre feudal, las tentativas de abolición de la esclavitud económica; es la rebeldia del campesino contra el clero y los señores, incendiando los palacios para engrandecer su choza, saliendo de lóbregos tugurios para disfrutar del sol y del aire; es Francia aboliendo la monarquía y dando un golpe mortal a la tirania en toda la Europa occidental.
El desorden es el 1848 haciendo temblar los reyes y proclamando el derecho al trabajo; es el pueblo de París luchando por una idea nueva y que, a pesar de haber sucumbido ametrallado, liga a la humanidad la idea del “municipio libre”, que abre el camino hacia la gran revolución que nosotros deseamos, la revolución social.
Lo que llaman desorden son esas épocas durante las cuales generaciones enteras sostienen luchas incesantes y se sacrifican, preparando a la humanidad para un mundo mejor, librándola de la tiranía y la servidumbre del pasado; son esos períodos durante los cuales el genio popular se desenvuelve y da en pocos años pasos gigantescos sin los que la humanidad no hubiera salido de la esclavitud antigua, ni el hombre hubiera dejado de ser una bestia envilecida por la tiranía y la miseria.
El desorden es el germen de las más hermosas pasiones, de los más grandes heroísmos, es la epopeya del supremo amor a la humanidad.
“Palabras de un rebelde”, Piotr Kropotkin. Edhasa, 2001, Barcelona, págs 131-135
Enlace en “Cultura y Acción”:
https://drive.google.com/file/d/0B14Synwe1mHzcGFiWGlJTmw2TkU/view
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