PIOTR KROPOTKIN: SOBRE EL DERECHO AL BIENESTAR

El pueblo sufre y pregunta: “¿Qué hacer para salir del atolladero?”.

Reconocer y proclamar que cada cual tiene ante todo el derecho de vivir, y que la sociedad debe repartir entre todo el mundo, sin excepción, los medios de existencia de que dispone. Obrar de suerte que, desde el primer día de la Revolución, sepa el trabajador que una nueva era se abre ante él; y que en lo sucesivo nadie se verá


obligado a dormir debajo de los puentes, junto a los palacios, a permanecer en ayuno mientras haya alimentos, a tiritar de frío cerca de los comercios de pieles. Sea todo de todos, tanto en realidad como en principio, y prodúzcase al fin en la historia una revolución que piense en las necesidades del pueblo antes de leerle la cartilla de sus deberes.

Esto no podrá realizarse por decretos, sino tan sólo por la toma de posesión inmediata, efectiva, de todo lo necesario para la vida de todos; tal es la única manera verdaderamente científica de proceder, la única que comprende y desea la masa del pueblo.

Toma posesión, en nombre del pueblo sublevado, de los graneros de trigo, de los almacenes atestados de ropa y de las casas habitables. No derrochar nada, organizarse en seguida para llenar los vacios, hacer frente a todas las necesidades, satisfacerlas todas; producir, no ya para dar beneficios, sea a quien fuere, sino para hacer que viva y se desarrolle la sociedad.

¡Basta de esas formas ambiguas, como el “derecho al trabajo”! Tengamos el valor de reconocer que el bienestar debe realizarse a toda costa.

Cuando los trabajadores reclamaban en 1848 el derecho al trabajo, organizabánse talleres nacionales o municipales y se enviaba a los hombres a fatigarse en esos talleres por dos pesetas diarias. Cuando pedían la organización del trabajo, respondíanles: “Paciencia, amigos; el gobierno va a ocuparse de eso, y ahí tenéis por hoy dos pesetas. ¡Descansad rudos trabajadores, que harto os habéis afanado toda la vida!”. Y entre tanto apuntábanse los cañones, convocábanse hasta las últimas reservas del ejército, desorganizábanse los mismos trabajadores por mil medios que conocen al dedillo los burgueses. Y cuando menos lo pensaban, dijéronles: “¡O vaís a colonizar el África, u os ametrallamos!”

¡Muy diferente será el resultado si los trabajadores reivindican el derecho al bienestar! Por eso mismo proclaman su derecho a apoderarse de toda la riqueza social; a tomar las casas e instalarse en ellas con arreglo a las necesidades de cada familia; a coger los víveres acumulados y consumirlos de suerte que conozcan la hartura tanto como conocen el hambre. Proclaman su derecho a todas las riquezas, y es menester que conozcan lo que son los grandes goces del arte y de la ciencia, harto tiempo acaparados por los burgueses.

Y cuando afirman su derecho al bienestar, declaran su derecho a decidir ellos mismos lo que ha de ser su bienestar, lo que es preciso para asegurarlo y lo que en lo sucesivo debe abandonarse como desprovisto de valor.

El “derecho al bienestar” es la posibilidad de vivir como seres humanos y de criar los hijos para hacerles miembros iguales de una sociedad superior a la nuestra; al paso que el “derecho al trabajo” es el derecho a continuar siempre siendo un esclavo asalariado, un hombre de labor, gobernado y explotado por los burgueses de mañana. El derecho al bienestar es la revolución social; el derecho al trabajo es, a lo sumo, un presidio industrial.


“La conquista del pan”, Piotr Kropotkin. Ediciones Júcar, 1977, Madrid, pág. 22 a 24. Recopilación de artículos, 1ª edición en París en 1892
(Corresponde a la parte III -integra- del capítulo titulado "Nuestras riquezas")
Litografía de Adolphe Willette (1857-1926)

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