por Javier Montenegro
El feminismo es una corriente de
pensamiento que surgió con la revolución francesa, la obra “Vindicación de los
derechos de la mujer” de Mary Wollstonecraft (1), publicada en 1792, es
considerada el primer manifiesto feminista. Lxs primerxs en aceptar el feminismo,
ya a finales del siglo XIX, principios del siglo XX, fueron librepensadorxs
como George Sand (2), la mayoría de anarquistas (3) y unxs pocxs liberales y
socialistas, de estxs últimxs destaco la figura del economista Thorstein
Brunde Veblen, Barbara Bodichon, Lydia Becker, Flora Tristán o Emmeline Pankhurst, y entre las
precursoras del feminismo anarquista, por ejemplo, Voltairine de Cleyre,
Virginia Bolten, Louise Michel, Emma Goldman, Maria Lacerda de Moura, Kate Austin, Teresa Mañé o Teresa
Claramunt. Desde entonces hasta hoy, primero despreciadas por todxs, el
movimiento feminista ha ido articulándose gradualmente con diferentes
incorporaciones, y las últimas han sido y son altamente tóxicas, me refiero a las procedentes de la iglesia
católica (cristianxs de base), o las "empoderadas" de la revolución conservadora de la era Reagan y el
inconsecuente revisionismo posmoderno, a lxs que me niego a llamar feministas,
pero muy activxs en la actualidad, defensoras de su independencia personal sin mirar mucho más allá, y del ser humano como mercancía,
alimañas que serían capaces de vender hasta el aire que respiramos. Unxs y
otrxs, católicxs marginales, liberales y conservadorxs posmodernxs, aprovechando la idiotez general pretenden parar el reloj de la historia, reclamando la vuelta a la legalidad de la
prostitución.
Afortunadamente hoy, la prostitución igual
que la esclavitud, el trabajo infantil o el lanzamiento de enanos, son actividades
ilegales prácticamente en todo el mundo, porque desde los tiempos de Pompeya y
mucho antes, hasta la Inglaterra de Charles Dickens, pasando por la España de
Felipe IV y la dictadura franquista hasta 1956 (4), la prostitución siempre fue
una actividad legal, regulada por el Estado, y por ejemplo: “En el siglo XVII,
como en el XVI, hubo en España burdeles públicos con el nombre oficial de
mancebías, toleradas, reglamentadas y aún amparadas por los gobiernos. Monarca
tan puritano como Felipe II, había expedido ya en 1570 unas minuciosas
pragmáticas sobre el particular” (5).
El volumen de negocio de la prostitución
no es comparable al del lanzamiento de enanos, porque si lo fuera, lxs mismxs
que piden la legalización de la prostitución, alzarían la voz a favor de
su legalización, apelando al mismo argumento, una caricatura posmoderna de la
libertad de conciencia que nos atrasa a la época del Antiguo Régimen. Unx es muy libre de hacer con su cuerpo lo que
le venga en gana, pero para explotar el cuerpo del prójimo hay límites
establecidos por las leyes que no se pueden rebasar, y aprovecharse de la
ignorancia, la desigualdad social y la extrema necesidad, para atentar contra
la dignidad humana, repugna a la inteligencia, independientemente de la
existencia o no de la ley. La prohibición explicita legal fue una conquista
después de una larga lucha (6). Aceptar nuevamente la legalización de la
prostitución es abrir una puerta que nos podría hacer retroceder al Liber
Iudiciorum visigodo o antes, la vuelta del trabajo infantil, las luchas de
gladiadores o la esclavitud voluntaria como pago de deudas.
La comercialización del sexo alimentada
por la codicia y las necesidades biológicas no satisfechas de lxs asquerosxs
clientes y las víctimas -la mala costumbre de comer todos los días-, es tan
antigua como la propiedad privada y la pobreza. La pobreza de las víctimas, y
el comportamiento antisocial e inmoral de lxs victimarixs, siendo que “la
inmoralidad es esencialmente hipocresía” (7), crean las condiciones necesarias
para el abuso, en una relación siempre injusta, por desigual. Es obvio que la
legalización de la prostitución nada tiene que ver con el feminismo, y sí con
el embrutecimiento capitalista que reduce la vida a comprar y vender, y que
incluso las relaciones personales las establece como un intercambio comercial.
Sobre lxs católicxs decir que fueron de
lxs últimxs en sumarse, de forma tímida y muy minoritaria, a la defensa de los derechos de la
mujer, hubo que esperar casi hasta después del Concilio Vaticano II, y aún hoy su
ideología sobre la mujer sigue siendo discriminatoria y transparentando aquello de “santa o puta”; en concreto sobre la prostitución con su proverbial hipocresía, por un lado condenan y reprueban
a las víctimas con linchamientos eventuales, y por el otro muestran
condescendencia piadosa con lxs victimarixs, con el pretexto de una supuesta
“necesidad biológica” ligada al mantenimiento del orden social, haciendo de la
prostitución herramienta complementaria a la represión de la sexualidad. Así
durante siglos, con la misma facilidad que condenaban desde el púlpito a las
putas, dirigían burdeles. Es famoso el caso del papa Sixto IV (1471-1484) que
construyó en Roma un enorme prostíbulo para financiar su guerra contra el
sultán turco Mehmet II. Y desde entonces hasta hoy no han cambiado apenas al
respecto, igual que en su reticencia a blanquear beneficios monetarios, y han sido muchas las ocasiones en que la iglesia católica, sectores influyentes o marginales de ella -como en la actualidad-, han defendido implícita o explícitamente, en privado o públicamente, el negocio de la
prostitución.
Siendo el matrimonio una forma de prostitución. La prostitución es un aspecto más de la
alienación de la sexualidad, que en el capitalismo forma parte de un proceso
general que transforma las personas en objetos, en este caso, en
objetos de consumo sexual. Una cosa es el amor libre y otra el matrimonio, una cosa es la sexualidad abierta y sin prejuicios, y otra muy distinta el puterío, y tres cuartos de lo mismo sucede con la fecundación subrogada,
una cosa es el acto altruista sin ánimo de lucro, entre iguales, adultos en plenitud de sus facultades mentales, y otra
muy distinta la asquerosa relación comercial denominada vientres de alquiler.
No es lo mismo que una madre por generosidad amamante un bebé extraño, que la
comercialización de leche materna y la estabulación de mujeres en granjas al efecto.
Como afirmó Godwin, "sin igualdad no puede haber justicia"; la
propiedad es un robo, el comercio una forma de delincuencia, y la prostitución
lo más opuesto que pueda haber al amor libre y a las concepciones anarquistas
de las relaciones humanas y la sexualidad. Pensamos como Saint-Simon que “toda
la sociedad debe esforzarse hacia el mejoramiento de la existencia moral y
física de la clase más pobre, la sociedad debe organizarse en la mejor manera
posible para alcanzar este objetivo” (8). Nosotrxs lo hacemos gratis. Ninguna
persona nace para ser putx, hacen falta ayudas, educación, crear expectativas
de futuro para las víctimas, y acabar con la impunidad de lxs clientes. En
resumen, la prostitución es una lacra social que durante siglos ha servido al
sistema de dominación y al Estado, para lucrarse y abusar de mujeres en
situación de pobreza, y en general, como elemento estructural de discriminación
a las mujeres, por más que en Holanda y eventualmente por necesidades del
sistema de partidos y la gobernabilidad, en Alemania, Austria y Suiza, hoy sea
legal.
(1) Compañera
afectiva de William Godwin y madre de Mary Shelley.
(2) Famosa
e influyente escritora francesa amiga personal de Bakunin, al que defendió de
las diatribas difamatorias de Marx.
(3) Entre
las excepciones cabe citar al machista P. J. Prudhon.
(4) Se trataba de burdeles
autorizados, con precios regulados por el gobierno.
(5) “La
mala vida en la España de Felipe IV”, José Deleito y Piñuela, Alianza
Editorial, 1987, Madrid, pág. 48
(6) En
1949, la Asamblea General de Naciones Unidas aprobó el Convenio para la
Represión de la Trata de Personas y de la Explotación de la Prostitución Ajena (resolución
317 IV del 2 de diciembre de 1949), por ser “incompatible con la dignidad y
valor del ser humano”.
(7) “Esbozo
de una moral sin obligación ni sanción”, Jean Marie Guyau, Ediciones Júcar,
1978, Gijón, pág. 82
(8) “Utopías y anarquismo”, Víctor García, Editores Mexicanos Unidos, 1977, México, pág. 44 (cita de Saint-Simon)
Sobre la prostitución en Madrid durante el reinado de Felipe IV:
"Parece ser que en aquel momento pasaban de ochocientas las casas públicas que estaban abiertas día y noche en la Corte -por estarlo se las llamaba "casas llanas"- y se calculaba que había unas treinta mil mujeres públicas entre las autorizadas y las solapadas. Existían muchas clases de meretrices: había la manceba, que vivía con un hombre maritalmente y sostenía, en ocasiones, un largo concubinaje, pero también otras se alquilaban por meses y se llamaban amesadas. En fin, existían también las cortesanas que sostenían pretensiones de un cierto disimulo: las llamaban con sarcasmo, por sus pretensiones y amaneramientos "tusonas" o "damas del tusón" (por el Toisón de Oro, máxima orden de la caballería). Luego estaban las rameras de una cierta categoría: marcas, damas de achaque, damas de medio mango, rameras, simplemente. Finalmente, múltiples, las busconas que vivían furtivamente, fuera de cualquier casa y disciplina, y estas podían ser cantoneras, putas de encrucijada, que acechaban a los paseantes en los cantones de las esquinas, mozas del partido, del agarro, etcétera.
Las casas estaban gobernadas por un "padre" de la mancebía, quien respondía de ella ante las autoridades. Normalmente estaba a sus órdenes una mujer vieja, también llamada "tapadora" que era nombrada por el dueño de la casa y el Concejo de la Villa de Madrid debía aprobar su nombramiento. En alguna ocasión el padre se ayudaba con alguna madre y en raros casos la madre era la tapadora única. Los propietarios de mancebías eran desconocidos y podían ser gentes de calidad.
La mancebía de la calle de los Francos era acreditada y legal. Para entrar una joven en ella tenía que aportar un documento ante el juez de su barrio conforme era mayor de doce años, había perdido la virginidad, era huérfana, o de padres desconocidos, o abandonada por su familia, siempre que ésta no fuese noble. Entonces el juez, patriarcal, les endilgaba un sermón sin convicciones, recitado con voz monótona, y procuraba que desistiesen de sus torcidos intentos con esta descolorida plática moral: si no la convencía, le otorgaba un documento donde la autorizaba a ejercer su oficio."
"Decidnos, ¿Quién mató al conde?. Las siete muertes del conde de Villamediana", Néstor Luján. Plaza & Janés Editores, 2ª edición, 1987, Barcelona, pág. 24
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