La tarea de la
ciencia está toda en buscar incesantemente, en vista de los resultados
obtenidos y de los fenómenos que se van produciendo, cuales son las innovaciones
inmediatas realizables.
P.J. Proudhon,
“Miseria de la filosofía. Americalee, Buenos Aires, 1945. Edición digital de
Chantal López y Omar Cortés, pág.31
La ciencia es
un veneno para los esclavos.
Ibid. pág.77
(...)
afirmamos, en primer lugar, que el carácter de la ciencia es éste
necesariamente: Armonia de la razón y de la experiencia.
Ibid. pág.309
(...) y la sociedad que marcha visiblemente hacia la igualdad y la ciencia, es la negación
incesante de Dios.
Ibid. pág.352
He afirmado
antes que el médico no puede ser peor retribuido que cualquier otro productor,
que no debe quedar por bajo de la igualdad y no me detendré en demostrarlo.
Pero ahora añado que tampoco puede elevarse por cima de esa misma igualdad,
porque su talento es una propiedad colectiva que no ha pagado y de la que
siempre será deudor. Así como la creación de todo instrumento de producción es
el resultado de un esfuerzo colectivo, el talento y la ciencia de un hombre son
producto de la inteligencia universal y de una ciencia general lentamente
acumulada por multitud de sabios, mediante el concurso de un sinnúmero de
industrias inferiores.
P.J. Proudhon,
“Propiedad y federación”. Narcea S.A. de Ediciones, Madrid, 1972, pág.106
El artista, el
sabio, el poeta, reciben su justa recompensa sólo con que la sociedad les
permita entregarse exclusivamente a la ciencia o el arte. De modo, que en realidad
no trabajan para ellos, sino para la sociedad que les ha instruido y les
dispensa de otro trabajo. La sociedad puede en rigor pasarse sin prosa, ni
versos, ni música, ni pintura, pero no puede estar un solo día sin comida ni
alojamiento.
Es indudable
que el hombre no vive sólo de pan. Vive también, según el Evangelio, de la
palabra de Dios, es decir, debe amar el bien y practicarle, conocer y admirar
lo bello, contemplar las maravillas de la naturaleza. Más para cultivar su alma
es preciso que comience por mantener su cuerpo. La necesidad le ha impuesto
este último deber, cuyo cumplimiento no puede dejar desatendido. Si es honroso
educar e instruir a los hombres, también lo es alimentarles. Cuando la
sociedad, fiel al principio de la división del trabajo, encomienda a uno de sus
miembros una labor artística o científica, haciéndole abandonar el trabajo
común, le debe una indemnización por cuanto le impide producir industrialmente,
pero nada más. Si el designado pidiera más, la sociedad, rehusando sus servicios,
reduciría sus pretensiones a la nada. Y entonces obligado para vivir a
dedicarse a un trabajo para el cual la naturaleza no le dio aptitud alguna, el
hombre de talento conocería su imperfección y viviría de un modo miserable.
Ibid. pág.108
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