Lo estamos esperando. Comprendo que un estafador encuentre
siempre accionista, que la Censura encuentre defensores, la ópera cómica a su
público, el Constitucional a sus abonados, el señor Carnot a pintores que
celebren su triunfal y rígida entrada en una ciudad languedociana; comprendo
también que Chantavoine se empeñe en buscar rimas; lo comprendo todo. Pero que
un diputado, o un senador, o un presidente de la República, o el que sea, entre
todos los farsantes que reclaman una función electiva, cualquiera que sea, encuentre a un elector, es decir, a un ser
fantástico, al mártir improbable que os alimenta con su pan, os viste con su
lana, os engorda con su carne, os enriquece con su dinero, con la sola
perspectiva de recibir, a cambio de esas prodigalidades, golpes en la cabeza o
patadas en el culo, cuando no son golpes de fusil en el pecho, verdaderamente,
todo eso supera las nociones, ya muy pesimistas, que tengo sobre la estupidez
humana en general, y la estupidez francesa en particular, nuestra querida e
inmortal estupidez. Esta claro que hablo en este caso del elector avisado,
convencido, del elector teórico, del que se imagina, pobre diablo, que actúa
como un ciudadano libre, expresando su soberanía, sus opiniones, o imponiendo
-locura admirable y desconcertante -programas políticos y reivindicaciones
sociales ; no me refiero pues al elector "que se las sabe" y que se
burla, al que ve en "los resultados de su omnipontencia" nada más que
una burla a la charcutería monárquica, o una francachela al vino republicano.
Su soberanía consiste en emborracharse a costa del sufragio universal. Él
conoce la verdad, porque sólo a él le importa, y se despreocupa del resto. Sabe
lo que se hace. Pero ¿y los demás ?
¡Ah, sí! ¡Los demás! Los serios, los austeros, el pueblo
soberano, los que sienten una embriaguez al mirarse y decirse : "¡Soy
elector!" Todo se hace por mi. Yo soy la base de la sociedad moderna. Por
mi propia voluntad, Floquet hace las leyes a las que se ciñen treinta y seis
millones de hombres, y Baudry d'Asson también, y Pierre Alype igualmente".
¿ Cómo hay todavía gente de esta calaña ? ¿ Cómo, tan orgullosos, cabezotas y
paradójicos como son, no se han sentido, después de tanto tiempo,
descorazonados y avergonzados de su obra ? ¿ Cómo puede ser que exista en
cualquier parte, incluso en el fondo de las landas más perdidas de Bretaña, o
en las inaccesibles cavernas de Cévennes y de los Pirineos, un bonachón tan
tonto, tan poco razonable, tan ciego ante lo que ve y tan sordo ante lo que se
dice, que vote azul, blanco o rojo, sin que nadie le obligue, sin que nadie le haya
pagado o le haya emborrachado ?
¿ A qué barroco sentimiento, a qué misteriosa sugestión
puede obedecer ese bípedo pensante, dotado de una voluntad, orgulloso de su
derecho, seguro de cumplir con un deber, cuando deposita en una urna electoral
cualquiera una papeleta cualquiera, igual da el nombre que lleve escrito en
ella ? ¿ Qué se dirá a sí mismo, para sí, que justifique o simplemente explique
ese acto tan extravagante ? ¿ Qué es lo que espera ? Porque, en fin, para
consentir que se le entregue a dueños tan ávidos, que le engañan y golpean,
será necesario que se le diga y que espere algo extraordinario que nosotros no
nos imaginamos. Será necesario que, gracias a poderosos desvíos cerebrales, las
ideas del diputado se traduzcan en él como ideas de ciencia, de justicia, de
entrega, de trabajo y de probidad ; será necesario que en los nombres de Barbe y
Baïhaut, no menos que en los de Rouvier y Wilson, descubra una magia especial y
que vea, a través de un espejismo, florecer y expandirse en Vergoin y en
Hubbard promesas de felicidad futura y de consuelo inmediato. Y esto es lo verdaderamente
horrible. Nada le sirve de lección, ni las comedias más burlescas, ni las más
siniestras tragedias.
Sin embargo, por muchos siglos que dure el mundo y que se
desarrollen y sucedan las sociedades, iguales unas a otras, un hecho único
domina todas las historias : la protección de los grandes y el aplastamiento de
los pequeños. No puede llegar a comprender que hay una razón de ser histórica,
la de pagar por un montón de cosas de las que no disfrutará jamás, y morir por
unas combinaciones políticas que no le atañen en absoluto.
¿ Qué importa que sea Pedro o Juan el que le pida el dinero
o la vida, si está obligado a desprenderse de uno y entregar la otra ? ¡ Pues,
vaya ! Entre sus ladrones y sus verdugos, él tiene sus preferencias, y vota a
los más rapaces y feroces. Ha votado ayer y votará mañana y siempre. Los
corderos van al matadero. No se dicen nada ni esperan nada. Pero al menos no
votan por el matarife que los sacrificará ni por el burgués que se los comerá.
Más bestia que las bestias, más cordero que los corderos, el elector designa a
su matarife y elige a su burgués. Ha hecho revoluciones para conquistar ese derecho.

Oh, buen elector, incomprensible imbécil, pobre desgraciado,
si en lugar de dejarte engañar por las cantinelas absurdas que te cantan cada
mañana, a cambio de un céntimo, los periódicos grandes o pequeños, azules o
negros, blancos o rojos, pagados para conseguir tu pellejo; si en lugar de
creer en esos quiméricos halagos que acarician tu vanidad, que rodean tu
lamentable soberanía andrajosa; si en lugar de pararte, papanatas, ante las
burdas engañifas de los programas ; si
leyeras alguna vez al amor de la lumbre a Schopenhauer y a Max Nordau, dos
filósofos que saben mucho sobre tus dueños y sobre ti, puede que aprendieras
cosas asombrosas y útiles. Puede ser también que, después de haberlos leído, te
vieras menos obligado a adoptar ese aire grave y esa elegante levita para
correr hacia las urnas homicidas en las que, metas el nombre que metas, estás
dando el nombre de tu más mortal enemigo. Los filósofos te dirían, como buenos
conocedores de la humanidad, que la política es una mentira abominable, que
todo va contra el buen sentido, contra la justicia y el derecho, y que tú no
tienes nada que ver, pues tus cuentas ya están ajustadas en el gran libro de
los destinos humanos. Sueña después de esto, si así lo deseas, con paraísos de
luces y perfumes, con fraternidades
imposibles, con felicidades irreales. Es bueno soñar, y calma el sufrimiento.
Pero no mezcles nunca al hombre en tus sueños, porque allí donde está el hombre
está el dolor, el odio y la muerte. Sobre todo, acuérdate de que el hombre que
solicita tu voto es, por ese hecho, un hombre deshonesto, porque a cambio de la
situación y la fortuna a la que tú lo lanzas, él te promete un montón de cosas
maravillosas que no te dará y que, por otra parte, tampoco podría darte. El
hombre al que tu elevas no representa ni a tu miseria, ni tus aspiraciones, ni
a nada tuyo ; no representa más que a sus propias pasiones y sus propios
intereses, que son contrarios a los tuyos. Para reconfortarte y animarte con
esperanzas que pronto se verán defraudadas, no vayas a imaginarte que el
espectáculo desolador al que asistes hoy día es propio de una época o de un
régimen, y que todo pasará. Todas las épocas y todos los regímenes son equiparables,
es decir, que no valen nada. Así que, vuelve a tu casa, buen hombre, y ponte en
huelga contra el sufragio universal. No tienes nada que perder, te lo digo yo ;
y eso podrá divertirte por algún tiempo. En el umbral de tu puerta, cerrada a
los solicitantes de limosnas políticas, verás desfilar a la muchedumbre, mientras
te fumas tranquilamente una pipa.
Y si existiera, en algún lugar desconocido, un hombre
honrado capaz de gobernarte y amarte, no lo eches en falta. Sería demasiado
celoso de su dignidad como para enfangarse en una lucha de partidos, demasiado
orgulloso para recibir cualquier orden de ti si no la diriges a la audacia
cínica, el insulto y la mentira.
Ya te lo he dicho, buen hombre, vete a casa y ponte en
huelga.
Le traicionó el subconsciente a la Secretaria General del PP, María Dolores de Cospedal, literalmente: - Y hemos trabajado mucho para saquear a nuestro país.
ResponderEliminarPor fin oímos algo sincero de la clase política.
https://www.youtube.com/watch?v=_LwLkOCb8Ec