TEORÍA SOBRE LA CIUDAD ANARQUISTA EN ESPAÑA

Antonio Bonet Correa



Desde la Antigüedad hasta nuestros días se han escrito muchísimos textos acerca de los orígenes, el desarrollo y la razón de ser de las ciudades. El fenómeno urbano ha interesado siempre a los filósofos y a los legisladores, los geógrafos y los historiadores, los demógrafos y los higienistas, los arquitectos y los ingenieros. También a los novelistas y a los poetas y, en el siglo XX, a los fotógrafos y a los cineastas. La atracción irresistible por las ciudades es universal y recurrente. Durante siglos las grandes aglomeraciones urbanas han estimulado la imaginación y han sido objeto de la atención de los estudiosos de los hechos sociales, generando toda una bibliografía que va desde la descriptiva y narrativa hasta la científica y técnica de carácter estructural sobre el arte de construir. La diversidad de miradas sobre las ciudades es inmensa. Ahora bien, pese a las distintas posiciones profesionales, críticas e ideológicas de todos los autores de los textos que tratan del fenómeno urbano, hay que constatar que, en el fondo, todos ellos acaban proponiendo cómo debiera ser la ciudad perfecta del futuro, la ciudad ideal, en una palabra la utopía.

Un capítulo que puede considerarse inédito o más bien todavía sin estudiar a fondo es el que trata de las propuestas urbanísticas formuladas por los anarquistas españoles del siglo XX. Como es sabido, en cambio, se han publicado textos que han dado a conocer las ideas y las realizaciones llevadas a cabo por el Partido Socialista Obrero Español, tanto en la época de la Dictadura de Primo de Rivera como en la Segunda República española. Por el contrario, muy poco se ha estudiado lo que se refiere al pensamiento y a la acción de los Sindicatos Obreros de los comunistas libertarios, de la CNT y la FAI. Es cierto que, debido al rechazo de los anarquistas a toda intervención en la política estatal, al ser partidarios de la acción revolucionaria directa, sus miembros nunca, incluso durante la Guerra Civil de 1936-1939, ocuparon cargos gubernamentales en el ramo del urbanismo y de la construcción. De ahí que sus propuestas de una nueva ciudad, acorde con una nueva sociedad, no pasasen de la teoría en las páginas de los artículos de los periódicos y de los folletos didácticos de la prensa ácrata. Nuestro intento es dar aquí una breve noticia de los escritos urbanísticos del ingeniero Alfonso Martínez Rizo y del escritor y periodista Felipe Alaiz, ambos activos intelectuales anarquistas, redacto sobre las instituciones económicas.

Para la comprensión de los textos de urbanismo publicados, en 1932, por Martínez Rizo y, en 1947, por Felipe Alaiz, es necesario conocer sus fuentes bibliográficas. Ambos autores conocían el pensamiento anarquista europeo del siglo XIX, traducido al castellano. A los textos de los socialistas utópicos Proudhon, Fourier, Owen y Cabet, anteriores al socialismo científico de Marx, hay que añadir las obras posteriores de escritores que, como Ruskin, Morris o Tolstoï, tenían afinidades con los escritos de los anarquistas Kropotkin y Eliseo Reclus. Muy importante en tanto que tema recurrente de la crítica de la sociedad y de la ciudad capitalista fue el libro que Engels publicó sobre las pésimas condiciones en que vivían, en infectos tugurios, los trabajadores ingleses. Consecuencia de su crítica y de las denuncias de muchos otros autores fue la reacción social de las autoridades políticas y administrativas. La construcción de barrios o colonias de casitas unifamiliares en serie, con un pequeño jardín, que filantrópicamente, a partir de mediados del siglo XIX, construyeron los estamentos oficiales y los empresarios liberales y reformistas, generaron toda una literatura específica sobre la vivienda obrera o la casa mínima. En España, a título de ejemplo, señalemos solamente el texto que Joaquín Costa, pensador muy respetado por los anarquistas, publicó, “Instituciones económicas para obreros. Las habitaciones de alquiler barato de la Exposición Universal de París en 1867”, y el librito del arquitecto zaragozano Félix Navarro, “La casa de mil pesetas y el nuevo procedimiento constructivo de la carpintería del ladrillo” (1891). Estas obras, de carácter divulgativo y social, en la primera mitad del siglo XX se hicieron realidad con la construcción de las llamadas “Casas Baratas”, cuya primera Ley sobre las mismas fue promulgada en 1911, hace hoy exactamente cien años.

La bibliografía sobre el urbanismo moderno nació en la segunda mitad del siglo XIX. En realidad fue fruto de la necesidad que los constructores de la ciudad sintieron de clarificar sus ideas y de poner al día sus conocimientos para poder reformar, ensanchar y hacer viables las viejas y obsoletas urbes heredadas del Antiguo Régimen. Las ciudades de la época romántica obligatoriamente tenían que renovarse. Los trabajos de la Reforma Interior de París, de Haussmann, el trazado del Ring en Viena, las obras de equipamiento moderno del Londres victoriano y el Ensanche de Barcelona generaron nuevas reflexiones sobre las grandes ciudades. El rechazo que provocó la nueva arquitectura fabril y las nuevas tendencias estéticas crearon también una nueva visión de cómo debía ser la ciudad moderna. El libro fundacional de Cerdá, “Teoría General de la Urbanización” (1867) o “La Construcción de Ciudades según principios artísticos” (1889), de Camilo Sitte, traducido al castellano en 1927, marcaron dos pautas diferentes de carácter urbano. Los escritos de Arturo Soria, Howard, Unwin, Mawson, Geddes o Stübben constituyen los pilares en los que se fundamenta la abundante bibliografía contemporánea posterior, con obras teóricas tan importantes como los libros de Le Corbusier o de Lewis Munford. 

La idea de cambiar la ciudad o cambiar el mundo a través del urbanismo adquiere, a fines del siglo XIX y principios del siglo XX, cotas que sobrepasan los problemas concretos de la práctica administrativa y técnica de la reforma y el ensanche de las ciudades. Peter Hall, en el libro “Ciudades del mañana. Historia del Urbanismo en el siglo XX” (Barcelona, 1996), tras analizar el tema de la Ciudad Jardín propuesta por el emprendedor Ebenezer Howard en el libro “Garden Cities of tomorrow” (Londres, 1898), estudia la aparición de la concepción antropológica de la ciudad en evolución, formulada por el biólogo y urbanista escocés Patrick Geddes, que continuará su admirador y discípulo, el norteamericano Lewis Munford. Geddes, que quería dar continuidad histórica a las ciudades hechas por y para hombres reales, propugnaba la planificación como elemento esencial para solucionar la pervivencia comunitaria y regional de una sociedad más justa y equitativa.

En el caso de las Ciudades Jardín, en las que la vivienda unifamiliar, con su correspondiente parcela verde es el quid de la cuestión urbana, es indispensable clarificar la diferencia que existe con el ya mencionado tema de la vivienda mínima obrera y la Casa Barata. La similitud de ambos modelos puede llevar a confusión. Ebenezer Howard, como señala Peter Hall, “no escribía para utópicos que deseaban llevar una vida sencilla, sino para agudos hombres de negocios victorianos que querían estar seguros de que recuperarían el dinero invertido”. Los barrios de casas con jardín que se construirían, se dirigían a la clientela burguesa deseosa de una casa higiénica y a la vez bella. La “Asociación Limitada de la Primera Ciudad jardín”, -constituida en 1900 en Londres y que tuvo como arquitecto a Raymond Unwin en las realizaciones de los barrios de Letchworth y Hampstead en Londres-, era totalmente capitalista y su modelo muy pronto tuvo una difusión universal en todos los países civilizados.

Fernando de Terán, repetidas veces en sus estudios sobre la Ciudad Lineal de Madrid, ha señalado cómo Arturo Soria, en 1882, se adelantó a Howard. En España el tema del chalet, de la villa o del hotelito particular merece ser estudiado como un elemento urbano tradicional y popular, como casa o quinta construida en las afueras de la ciudad. Los Cigarrales de Toledo, en el Siglo de Oro, las fincas de recreo del siglo XIX en Carabanchel o las»torres» en los alrededores de Barcelona pueden dar una razón de lo que afirmamos. A principios del siglo XX tienen que ver con el afán de la burguesía acomodada que quiere emular a los palacetes y a las lujosas mansiones unifamiliares, hoy desaparecidas, de los aristócratas en el Paseo de la Castellana de Madrid. La novelita de Carmen de Burgos (Colombina), del primer tercio del siglo pasado, titulada “Villa María”, es un ejemplo de lo que afirmamos. Una familia, deseosa de tener el prestigio social que cree merecer, construye un chalet que será su ruina. Ramón Gómez de la Serna, en su macabra novela “El Chalet de las Rosas”, describe con todos sus pormenores la vivienda de un criminal seductor de mujeres que enterraba a sus víctimas en el florido jardín de su solitaria mansión en la madrileña Ciudad Lineal. Hay que advertir que el modelo anglosajón de la Ciudad Jardín no debe confundirse con los suburbios ajardinados y sin urbanización planificada de los antiguos extrarradios de Madrid y Barcelona. 

En Barcelona las obras escritas y la acción acerca de la construcción de barrios según el modelo anglosajón de Ciudad Jardín por parte del abogado Cebrià de Monteliu merece ser reseñada ya que sus ideas y proyectos influyen poderosísimamente sobre el tipo de ciudad que proponían los anarquistas Martínez Rizo y Felipe Alaiz. Montoliu, admirador de los Prerafaelitas, lector y editor de las obras de Ruskin, de William Morris, de Henry George y de Walt Whitmann, entre 1902 y 1912 fundó, en Barcelona, la “Sociedad Cívica. La Ciudad Jardín” y dio conferencias en el “Institut Obrer Català”, propugnando el ideal corporativista como alternativa válida a una comunidad. En el debate, tan de los urbanistas de la época de acabar con la dicotomía Campo/Ciudad, y de llevar a cabo la descentralización de las congestionadas aglomeraciones urbanas, Montolíu sigue las ideas del biólogo escocés Patrick Geddes al que conoció personalmente en 1913 en una exposición de Construcción Cívica en Gante (Bélgica).

La idea de la Ciudad Jardín no convenció, como veremos, a los anarquistas a los que aquí estudiamos. De igual manera que tampoco eran partidarios de las Casas Baratas en tanto que viviendas a las que un obrero español no podía acceder por falta de medios. Su teoría de la ciudad inspirada en las ideas de una sociedad nueva y solidaria era contraria también a la ciudad compacta y de crecimiento ilimitado como la Barcelona de Cerdá. Partidarios de la ciudad orgánica acorde con la región natural tal como la concebía el geógrafo Eliseo Reclus en “La Ciudad del Buen Acuerdo” y Piotr Kropotkin en “Campos, Talleres, Fábricas”, que concebían las unidades de población como comunidades descentralizadas y diseminadas en el paisaje. Como Geddes, aspiraban a un urbanismo antropológico en el que se armonizaban el campo y la ciudad, resolviendo el dilema de la contraposición y el debate recurrente del mundo rural y del mundo urbano. Como Wright en Broadacre-City, quieren crear un urbanismo que asegure la libre expansión del individuo que goza a la vez de una casa con jardín y del contacto directo con la naturaleza. La condena de las casas bloques y la megalópolis industrial fueron un sueño de los ácratas naturalistas.

En la primera mitad del siglo XIX eran muy escasos los textos que sobre el urbanismo podían leerse en español. No es cuestión aquí de hacer el estudio crítico de la bibliografía sobre el tema. Únicamente por el carácter general de la obra señalemos que, en el año 1936, la editorial Espasa-Calpe publicó el libro del Urbanista ingles Patrick Abercrombie, “Planeamiento de la Ciudad y del Campo” que, traducido al español por el arquitecto de la Oficina de Urbanización del Ayuntamiento de Madrid, Santiago Esteban de la Mora, completó la obra con un apéndice titulado “Los trazados de las ciudades de España”, que en realidad es un esbozo de la historia del urbanismo de la Penínsulas Ibérica. Ante la carencia de grandes libros sobre el tema, destacan las obras que son objeto de nuestra investigación. La primera en fecha es el folleto, de 43 páginas y 2 ilustraciones, del ingeniero industrial y militante anarquista Alfonso Martínez Rizo, titulado “La Urbanización del Porvenir”, publicado por “Cuadernos de Cultura, publicación quincenal” (Valencia, 1932), es obra típica de las ediciones ácratas, que editaban siempre textos breves de carácter didáctico. Martínez Rizo, que publicó la novela “Óbito” (“La novela Biofila”, núm. 2, Barcelona, 1936), de carácter naturista, fue autor de artículos como “Urbe” en la revista anarquista “Estudios”, núm. 145 (Valencia, 1935). Sobre la personalidad de este ingeniero y maestro racionalista recomendemos la lectura del grueso libro “La ecología humana en el anarquismo ibérico. Urbanismo «orgánico» o ecológico, neomalthusianismo y naturismo social” (Icaria, Antrazyt, Barcelona, 2000).

Martínez Rizo, contrario al crecimiento desmesurado de las ciudades que, como la Barcelona de Cerdá, siguen un plano ilimitado, era partidario de las poblaciones de un tamaño mediano, con una construcción regularizada y una migración sindical y geográfica controlada. También pensaba que la ciudad debía estar zonificada, tener un trazado geométrico con chaflanes, conservar un cinturón agrícola y forestal y estar provista de viviendas unifamiliares con sus correspondientes jardines y habitaciones en las que entrase el sol. La higiene era esencial. Tras afirmar que las grandes ciudades son antieconómicas y analizar el «caso Madrid», concede gran importancia al tema de las ciudades jardín y las casas baratas. De la Ciudad-Jardín dice que no es “la ciudad con que nosotros soñamos, la ciudad del porvenir, ya que el trabajador no podrá en el régimen actual aspirar y disponer de un hogar con las apetecibles comodidades y que llene todas sus legítimas necesidades”. Más bien piensa que son suburbios destinados a la clase adinerada, lo que de hecho sucedía, ya que las casas baratas con jardín fueron compradas por la clase media acomodada. Martínez Rizo, que estudia los distintos medios de locomoción, critica los desplazamientos que debe hacer el obrero para ir al lugar de trabajo. Un buen profesional, que conoce el arte de construir, trata de las calles, de la altura de los edificios, de los materiales como el hormigón armado que hace que los muros tengan una estructura resonante y que sea imposible, por su dureza, clavar un solo clavo en ellos. A propósito de las ciudades ideales de trazado diseminado, menciona la novela de Anatole France titulada “Sobre la piedra inmaculada”, en la cual los habitantes para desplazarse emplean una «máquina voladora». Realista, considera que esta ciudad es una especie de sueño imposible y trata de aspectos más prácticos y realizables.

El folleto “Urbanismo”, publicado en Francia por Felipe Alaiz en 1947 —diez años más tarde que el de Martínez Rizo y después de haber tenido lugar la Guerra Civil española (1936- 1939) y de haberse acabado la última Guerra Mundial (1939-1945)—, es el fruto de un intelectual exiliado que quiere mantener viva la llama de la anarquía. Obra literaria y de índole moral, es de carácter menos técnico y ordenado que el texto de Martínez Rizo, sin datos estadísticos de población, económicos y constructivos. Felipe Alaiz, escritor y periodista -elogiado por Federica Montseny en su folleto “Qué es el Anarquismo” (Barcelona, 1976) y citado por José Carlos Mainer en “La Edad de Plata (1902-1939). Ensayo de un proceso cultural” (Cátedra, Madrid 1981) por su colaboración en el semanario “España” (1915-1924)-, fue un personaje muy apreciado entre sus camaradas anarco sindicalistas. Merecedor de la atención de Ortega y Gasset, que le introdujo en el periódico “El Sol”, amigo íntimo del pintor y escultor vanguardista Ramón Acín, Alaiz tuvo contacto con gentes del arte nuevo como el poeta catalán Salvat Papassait y el pintor uruguayo Rafael Barradas. Nacido en 1887 en Belver de Cinca (Huesca), falleció en Francia en 1959. Sobre su talla humana e intelectual hay que leer la etopeya que de él hace José Peirats en el volumen “Figuras del movimiento libertario español” (Colección Nueva Senda, Barcelona 1978) y el libro monográfico “Felipe Alaiz. Estudio y Antología por Francisco Carrasquer del primer escritor anarquista español” (Ediciones Júcar, Madrid 1981).

Felipe Alaiz fue autor de numerosos y variados artículos literarios de crítica cultural y social. Gran lector, escribió una serie de semblanzas de escritores y políticos contemporáneos además de pequeños ensayos de tipo histórico y urbanístico como “Barcelona, Ciudad Rural”, en la revista “Tiempos Nuevos” (Barcelona 1935) o “Por una economía solidaria entre el campo y la ciudad” (CNT y FAI, Barcelona 1971). En el campo de la narrativa publicó varias “Novelas ideales”, editadas por “La Revista Blanca” y pequeños relatos que, en forma de folletín, aparecían todos los domingos en el periódico “Solidaridad Obrera”. De sus novelas la más importante es “Quinet”(Editorial Hoy, Barcelona 1924), de la cual existe una reedición con prólogo de J. Peirats (París 1961). “Quinet” es más que una novela, una crónica de la educación sentimental, en los años de formación, de un joven romántico y quijotesco, de un héroe emersoniano que, nómada, va de un lado para otro y se forja a sí mismo. En parte es un antihéroe, diferente del galán “ingeniero” con el cual, en la época, soñaban las señoritas pueblerinas que iban a pasear a la estación de ferrocarril para ver si llegaba el ansiado príncipe azul. En las páginas de “Quinet” el lector puede encontrar la descripción que Alaiz hace de la vieja ciudad típica de España que califica de “ciudad mudéjar”, de “corazón de España; como se dice en el púlpito, relicario de España”, de un urbanismo de “bloque excesivo, calles y plazas (que) están amontonadas, sin jardines que podrían separar conjuntos urbanos surtidos de agua y árboles”. También resulta desoladora su visión de las pequeñas poblaciones a las que denomina “villas de segundones”. Habitadas por personas de retrógrada mentalidad y pueblerina picardía, su progenie es la de las villas horrendas y los “burgos podridos” descritos por Pérez Galdós, la Pardo Bazán, Manuel Azaña y tantos escritores españoles del siglo XIX y primera mitad del XX. 

El folleto “Urbanismo” de Felipe Alaiz consta de 48 páginas y tiene, como única ilustración, la de la portada que representa el plano de una ciudad ortogonal atravesada por una ancha avenida arbolada con una glorieta circular en su centro. Su texto forma parte de una “Enciclopedia popular anarquista” editada en fascículos, con el título “Hacia una federación de autonomías ibéricas” (Cuaderno, núm. 35, Rennes, 1947), de la “Biblioteca Tierra y Libertad”. Interesante es señalar que su discurso comienza refiriéndose a los puntos de vista del arquitecto inglés Summerson acerca del urbanismo y de la reconstrucción de Conventry y Londres, después de la guerra, por el arquitecto Forshaw y el “conocido urbanista Abercombie”. Esta cita, como otras de autores anglosajones se debe, sin duda, al conocimiento que Alaiz tenía del inglés ya que tradujo varias novelas del norteamericano Upton Sinclair, escritor que criticaba duramente la sociedad capitalista. El texto de Alaiz es el de un moralista contrario a las megalópolis modernas y contrario al urbanismo monumentalista de los “vendedores de perspectivas” barrocas a lo Bernini y Luis XIV. Su concepto de la ciudad es verde y próximo a la naturaleza en la que está ubicada. Muy importante es el análisis que hace de las zonas y de los elementos que componen el conjunto urbano. Aparte de su estudio de la casa popular, holgada, higiénica y bien equipada, presta atención a las distancias entre la vivienda y el lugar del trabajo, los trayectos e itinerarios cotidianos de los habitantes. De manera pormenorizada y sin un orden muy claro trata de las calles rectilíneas y sin impedimentos, del alcantarillado, las fuentes, los mataderos, mercados, lavaderos, piscinas, etc.. También de las estatuas, los arcos de triunfo, los obeliscos y los panteones de los cementerios, señalando la vanidad risible de las autoridades locales que erigen tales monumentos.

El texto de Alaiz contiene muchas citas. Interesante es la que hace de la frase de Le Corbusier sobre El Escorial como un rascacielos recostado. También menciona a Antonio Machado, “el Bueno” e ironiza sobre el poeta Verdaguer que escribe la “Oda ditirámbica de Barcelona”, olvidando la “demografía Negra” de la capital de los milagros. Curiosa es la mención a las casas desmontables de acero, conocidas como «Casa Churchill» y que, más caras que un automóvil, no pueden ser compradas por los trabajadores ya que es como “ofrecer pavo trufado a quien no puede pagar una tortilla de medio huevo”. De las “casas baratas”, construidas con materiales poco durables, sentencia que “no son baratas ni casas”. Del ensanche de Barcelona dice que es para los ricos. También que en la capital catalana el furor arquitectónico anticlásico que rugió “a principios de siglo, no produjo nada estimable, porque respondía al filisteísmo atroz de propietarios improvisados”. Muy curiosa es la cita que hace del narrador estadounidense Edgard Bellamy (1850-1898) que, en su novela utópica “El año 2000”, publicada en 1888, el protagonista Julian West despierta de un sueño de más de un siglo para encontrarse en una sociedad rica y feliz, liberada del individualismo económico y basada en el capitalismo de estado. Alaiz es tajante en su criterio. Se trata de un libro de urbanismo totalitario, organizado minuciosamente por la mecánica. En su ámbito de edificios grandiosos de cemento y de hierro, los seres humanos se convierten en autómatas que obedecen las órdenes dadas por silbatos ejecutivos. Especie de manicomio con sádicos tormentos, esta ciudad imaginada por Bellamy, es para Alaiz como la premonición de una máquina infernal ideada por “el loco de atar” que fue Hitler. Hay un cuento onírico de Unamuno, titulado “Mecanópolis”, que coincide con el criterio «antimaquinista» de Alaiz, sin duda alguna conocedor de las ideas que sobre las ciudades tenía el rector de la Universidad de Salamanca, atento lector y comentarista de la utópica novela “Erewhon” (1872) del inglés Samuel Butler.

Para finalizar la exposición sobre la ciudad ideal de los anarquistas españoles, citemos solamente, a manera de contrapunto, una visión diferente del urbanismo moderno tal como lo entendía un autor coetáneo de Martínez Rizo y Felipe Alaiz. Nos referimos a la novela titulada “La hija de Marte”, publicada en Málaga en 1930 por el ingeniero militar Francisco Carcaño (1886-1936), que proyectó y trazó obras públicas, entre otras la Capilla castrense de Melilla. Esta novela, de la que hay una edición hecha en Melilla en 1997, describe las dos ciudades africanas, el peñasco fortificado de Melilla la Vieja y la ciudad modernista, Melilla la Nueva, asentada en la llanura. Carcaño, que era natural de Torre Vieja, en la provincia de Alicante, en la novela llama a Melilla “Rusadia”. En su opinión, la nueva ciudad “sin la fundamental intervención de Marte... el aleteo y el aliento del dios de la guerra, no hubiera nacido tan brusca y espléndidamente y su gestación hubiese sido normal y mediocre”. En las páginas de la novela, el lector va viendo cómo surge, al calor de la guerra de África y en muy corto plazo, una ciudad con suntuosos edificios públicos, casas de tres y cuatro pisos de alquiler, un parque de palmeras, suntuosos cafés, casinos militares, círculos sociales y un aeródromo. Los negocios bélicos son florecientes y los promotores inmobiliarios hacen grandes fortunas. Reproduzcamos un largo párrafo en el cual un personaje de la novela, cuando todavía el llano al pie de la amurallada Melilla la Vieja no era más que un campo lleno de estacas, imagina lo que sería la futura ciudad: “en un porvenir no muy lejano, donde hoy están estos huertos existirán manzanas de casas magníficas, calles de amplias perspectivas. Aunque me creáis un visionario, un iluso, un soñador, yo veo cómo será esa magnífica ciudad, emporio de riqueza, de actividad comercial. Aquí, en esta llanada y ahí, en esas alturas que la rodean, en la que vigilan las guarniciones de los fuertes, se asentará una ciudad moderna, cosmopolita. Estas estaquitas se convertirán en árboles corpulentos que darán fresca sombra».

Resulta obvio indicar la antinomia que separa la visión de la ciudad moderna por parte de los anarquistas Martínez Rizo y Felipe Alaiz y el militar Francisco Carcaño. Sin querer ahondar en el abismo existente entre las dos concepciones opuestas de la construcción de la ciudad, solamente señalemos que las propuestas de los anarquistas no pudieron pasar por razones históricas evidentes de no ser más que aspiraciones o anhelos de una ciudad ideal. En la edad contemporánea, tal como ha mostrado Donald Drew Egbert, en el voluminoso libro “El Arte y la Izquierda en Europa. De la Revolución Francesa a Mayo de 1968” (Gustavo Gili, Barcelona 1981), el pensamiento libertario ha alentado la mente y el espíritu de todos aquellos que aspiran a un mundo más justo, más solidario e igualitario para la humanidad. 




Ilustraciones de arriba a abajo: 

Reproducción de una página del folleto "La urbanística del porvenir". Fuente: Alfonso Martínez Rizo, Valencia (1932).

Reproducción de una página del folleto "La urbanística del porvenir". Fuente: Alfonso Martínez Rizo, Valencia (1932). 

Reproducción de la portada del folleto "Urbanismo" de Felipe Alaiz, "Biblioteca Tierra y Libertad", Rennes (1947).

 

Artículo publicado en “Ciudad y Territorio. Estudios Territoriales” XLIII (169-170), Ministerio de Fomento de España, Madrid, 2011. Pág. 507 a 513


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