Abraham Guillén: "Ni burgueses, ni burócratas, ni tecnócratas"

El interesante libro titulado “Economía autogestionaria. Las bases del desarrollo económico de la sociedad libertaria” del que forma parte “Ni burgueses, ni burócratas, ni tecnócratas”, fue publicado en 1990 sólo un año antes de la abrupta desintegración de la URSS y la consiguiente disolución del agónico COMECON (Consejo de Ayuda Mutua Económica). Desde entonces el Este ha cambiado mucho y los defensores de su modelo económico han quedado atrás; pero en el Oeste después de treinta años los paradigmas económicos son los mismos, de un lado los defensores del Estado providencia sacando las castañas del fuego a los capitalistas garantizándoles la "paz social" (Keynes, Schumpeter y Galbraith) y del otro los cavernícolas hooligans del capitalismo salvaje y del “laissez faire” a los capitalistas (Friedman, Hayek y Mises). Así que las reflexiones de Abraham Guillén siguen teniendo actualidad.


Abraham Guillén (1913-1993)


NI BURGUESES, NI BURÓCRATAS, NI TECNÓCRATAS (1) 


Hay tantas teorías o ideologías económicas como posiciones de clase de los economistas, que no son rigurosamente científicos sino influenciados: por sus orígenes de clase, por sus intereses materiales, por sus ideologías políticas y por sus privilegios profesionales.

Las burocracias estatistas han optado por una doctrina económica de planificación centralizada en el Este, oponiéndose a democratizar la economía y con ella la política mediante un socialismo autogestionario al cual se oponen, como ha sucedido en Hungría (1956) y en Checoslovaquia (1968), reprimiendo a los trabajadores, que pedían su participación directa en la gestión de sus empresas y en el control del excedente económico de las mismas. Por otra parte, la democratización, sin burocracias estatistas, implica el funcionamiento de un mercado socialista en que compitan libremente los colectivos de trabajo, que en un mercado sin capitalistas ni burócratas, autorregule la producción, la distribución, el cambio y el consumo, a fin de terminar con las "colas" en los almacenes vacíos del Estado, como está sucediendo en los países del COMECON.

Por otra parte, las burocracias occidentales, de filiación socialdemócrata o los tecnócratas partidarios de la "revolución directorial" en las empresas, se inclinan por una economía dirigida (doctrina keynesiana), que ha creado el Estado-providencia. También esta experiencia está fracasada, pues el Estado, a fuerza de elevar los impuestos, de emitir papel-moneda insolvente, de otorgar subsidios a las empresas nacionalizadas (para nacionalizarles las pérdidas), de financiar un enorme paro obrero en vez de invertir capital para dar trabajo, ha creado así un Estado-protector que, finalmente, no puede proteger a nadie. El agotamiento de la política laborista en Inglaterra y del socialismo en Suecia, indicaría que el dirigismo económico, el reformismo socialdemócrata o socialista en el Occidente, está involucrando una crisis económica estructural en que cada año que pasa es mejor que el que viene.

Y de ahí, por consiguiente, un retorno al liberalismo renovado por economistas como Friedman que se oponen a los dirigistas empedernidos como Keynes, Galbrailh y en cierto modo a Schumpeter: todos ellos ideólogos de las clases medias izquierdistas, de las tecnocracias y de las burocracias occidentales que aspiran a disfrutar del poder en razón de su saber... más ideológico que económico. Por consiguiente nos parece oportuno analizar el pensamiento, en forma sintética, de economistas contemporáneos como Friedman, Keynes, Galbrailh, Schumpeter, Liberman, Hayek y Mises.

JOHN MAYNARD KEYNES

J. M. Keynes (1883-1946). Puede ser considerado como el teórico de la economía dirigida sin suprimir el capitalismo privado. Propuso el ahorro obligatorio para financiar la guerra, sin duda emitiendo papel-moneda insolvente que es un título al portador sin pagar el principal ni los intereses, lo cual implica la inflación monetaria como instrumento político. En ese sentido, el keynesianismo es un monetarismo ya que no es partidario de una moneda neutra y por tanto, contrario al patrón-oro que se oponía a una moneda elástica, emitida a voluntad de la clase política socialdemócrata, laborista, democristiana, etcétera.

El nazi-fascismo en doctrina económica fue tan keynesiano como el laborismo o las corrientes socialdemócratas y democristianas, ya que todas esas ideologías, por más antagónicas que parecieran, tenían en común ser movimientos de la clase media profesional y de la burocracia en su ascenso al poder, invocando la creación de un Estado-providencia al servicio del pueblo; pero, en realidad, contra él al usurparle el excedente económico sin ninguna forma económica cooperativa, solidaria o autogestionaria. Se diría, pues, que tan keynesianos han sido Mussolini, Hitler, Franco y Perón como lo fueron Aulee, Adenauer, de Gasperi, Mitterand, Felipe González y otros; todos ellos pequeña burguesía profesional o burocracia administrativa o política, siempre al servicio del capitalismo nacional o imperialista de las empresas multinacionales.

La doctrina keynesiana era muy seductora como ideología económica de la clase política pequeño-burguesa de un período histórico de multiplicación de los "terciarios", de la clase media profesional que al condenar la "vieja economía", condenaban a los empresarios como únicos dirigentes del proceso económico. Pues, según Keynes, el viejo capitalismo no aseguraba el pleno empleo habiendo exceso de oferta de bienes y servicios, pero faltando demanda efectiva popular, que hay que asegurarla con inversiones públicas, con el Estado-empresario, cuando haya subinversión privada que produce desocupación obrera.

Para alcanzar estos objetivos de pleno empleo, de prosperidad, Keynes propone que fluya dinero del Estado hacia la economía nacional, aunque aumente desmedidamente el déficit presupuestario; y que baje la tasa de interés para estimular la inversión que produzca pleno empleo; pero a costa de una inflación sistemática, primero lenta y luego rápida, que, en fin de cuentas produciría efectos contrarios, como sucede actualmente, ya que tenemos lo que se denomina "stagflación" (inflación y recesión) y lo que es peor, desocupación masiva con más de 31 millones de desocupados en 1989 en los países ricos de la OCDE donde han sido aplicadas durante muchos años las doctrinas keynesianas.

Para Keynes con su macroeconomía de signo matemático, los hombres y los países parecieran no existir, basando así su doctrina económica en un determinismo que se cumpliría irrefragablemente; pero los hombres actúan políticamente por encima de los cálculos de los tecnócratas; los países se desarrollan muy desigualmente económica y tecnológicamente; y las cambiantes tecnologías crean productos nuevos y países nuevos que substituyen a los viejos en el mercado mundial como, por ejemplo, Japón a Gran Bretaña, país debilitado económicamente a causa de que el laborismo abusó del keynesianismo como panacea política, económica y social.

En oposición a la ley de los mercados de J. B. Say, según la cual la oferta crea su propia demanda ya que el dinero no hace más que de intermediario, Keynes sostiene que es la demanda efectiva la que condiciona la evolución de la expansión económica. Y por tanto, es la política, léase el Estado providencia, quien tiene que incrementar esa demanda inyectando dinero para dinamizar el proceso económico. Pero levantar la demanda con una oferta insatisfecha de bienes crea condiciones perniciosas como las inflaciones galopantes en la Argentina, Perú, Brasil, por ejemplo, ya estén en el poder los peronistas, los apristas o los militares, pues no son distintos unos de otros al tener en común la doctrina económica keynesiana, y a agotarla hasta la saciedad política, económica y socialmente.

El keynesianismo de un tiempo a esta parte se ha convertido en un anacronismo, pero su durabilidad, su vigencia, estriba en que es la política económica de reformistas, social-demócratas, neoliberales y democristianos, todos ellos de extracción burocrática o de clases medias profesionales, que quieren tener el poder con su saber universitario, mesocrático o pequeño-burgués. En consecuencia, el keynesianismo debe ser superado con una economía autogestionaria que logre el pleno empleo con la cooperación y la autogestión, sin clases parasitarias o burocráticas, colocando al hombre como protagonista del proceso económico mediante formas económicas, políticas y sociales de democracia directa, no delegada en la burguesía, la burocracia o la tecnocracia de los "yuppies".

JOSEPH A. SCHUMPETER
 
Joseph A. Schumpeter (1883-1950). Fue banquero y ministro de finanzas en Austria, políticamente militante socialcristiano aunque de tendencia proclive al "socialismo de cátedra". En su análisis del desarrollo capitalista estima que las condiciones esenciales del empresario son: iniciativa, dinamismo personal y sobre todo, capacidad para la innovación científico-tecnológica para renovar las fuerzas productivas. Pero siendo la innovación más que la obtención de beneficio el fin del capitalista, para que su empresa esté colocada a niveles de competencia en el mercado, crea así un exceso de fuerzas productivas que no puede asimilar sin crisis por invertir a ciegas, sin tener en cuenta la totalidad del mercado. En ese sentido, el dinamismo creador del capitalismo lleva su autodestrucción conducente al socialismo un tanto como devenir histórico necesario. De allí la vigencia de la doctrina económica de Schumpeter entre "socialistas de cátedra", socialdemócratas y democristianos e ideólogos, con distintas variantes políticas, del socialismo burgués.

Respecto a los ciclos de prosperidad y depresión los relaciona con las ondas largas de Kondratieff: ciclo de la revolución de la industria textil mecánica entre 1790-1840; ciclo de la máquina de vapor y de los ferrocarriles entre 1840-1890; ciclo de la electricidad, del motor de explosión; pero Schumpeter considera en cierto modo que el capitalismo agota sus innovaciones, no pudiendo así sobrevivir sin ver lo que puede inventar de nuevo; qué industrias podrían satisfacer las necesidades insatisfechas para asegurar la durabilidad del sistema que perecería más en razón de sus éxitos que de sus fracasos. Sin embargo, después de 1950, año en que murió Schumpeter, la industria capitalista ha seguido inventando sin agotarse: electrodomésticos, automatización de cadenas de producción, aviación e industria espacial, petroquímica, plásticos, ingeniería genética, nuevos productos logrados en un proceso acelerado de innovación en que las patentes de invención circulan por todo el mundo, no durando muchos años, ya que son suplantadas y perfeccionadas por otras. Así pues, el capitalismo no puede perecer por falta de innovación ya que en los inventos ahora, entre su descubrimiento teórico y su explotación industrial, hay cada vez menos años. Por consiguiente, la innovación no se agota con el capitalismo sino que es impulsada por él en razón de la ley de la competencia económica que actúa como la selección natural darwiniana.

Más acertada es en Schumpeter la interpretación de los monopolios respecto a versatilidad económica: son superados unos por otros en función de la mejor tecnología aplicada por cada uno de ellos, pereciendo los que emplean la peor tecnología y por tanto, compiten difícilmente en un mercado agresivo a nivel nacional e internacional. Además, el gigantismo industrial engendra una tecnoburocracia que va desalojando de la dirección de las grandes empresas a la burguesía, que delega funciones en los "ejecutivos". Sin embargo, estos no serán una clase dominante como en el socialismo burocrático mientras no tengan el monopolio de la administración, no con propiedad privada, sino pública o nacionalizada (URSS).

Mientras la burguesía de las grandes empresas constituya los consejos de administración de las mismas y posea el paquete de acciones, los "directores" serán dependientes de ella. En este orden de ideas, James Burnham, en su libro “The managerial revolution” sostiene que los herederos del capitalismo no son los proletarios, sino los "managers", los directores, los ejecutivos. Es fácil intelectualmente llegar a estas conclusiones ante la "tecnoestructura" de las grandes empresas occidentales y ante los "directores" orientales del socialismo administrativo, pero ese devenir puede ser evitado en el Oeste y en el Este, instaurando el socialismo autogestionario, dando el protagonismo político y económico al pueblo trabajador auto-organizado: sin burgueses, burócratas y tecnócratas; sin tomar en serio las doctrinas económicas de clase de Keynes, Schumpeter, Galbraith y Cía. Todos ellos quieren que la economía sea una ciencia rigurosa, matemática, profesional, a fin de que sus representantes accedan al poder como los viejos mandarines chinos. Sólo la instauración de una economía autogestionaria, con el saber económico socializado, con el Estado de clase disuelto o absorbido por la sociedad autoorganizada, puede emancipar al pueblo trabajador de los ideólogos del pensamiento burgués, burocrático o tecnocrático.

Schumpeter, aparentemente un economista objetivo, considera sin embargo que el capitalismo tiende a un socialismo de organización centralizada y racional de la economía para superar las crisis y sobre todo, el desempleo, lo cual requiere la adhesión de la mayoría de la población. Dicho con otras palabras, la planificación centralizada, la obediencia del pueblo, el predominio de una "nomenklatura". Así las cosas, Schumpeter es otro Keynes entronizando en el poder a los "managers" de Burnham, arreando a los trabajadores como fuerza de trabajo sin participación en la gestión de la economía, obra exclusiva de "sabios"... del poder total para tecnócratas y burócratas, o "yuppies".

JOHN KENNETH GALBRAITH
 
La teoría económica de Galbraith es más bien de contenido político e ideológico, revelando una cierta ambivalencia entre el keynesianismo y el socialismo administrativo conducidos por los "yuppies" (young urban profesional), es decir los que han despuntado en la clase media ilustrada, los "master", los "asesores", los "onúcratas", los "eurócratas", la "tecnoestructura" dirigente de las grandes empresas nacionales y multinacionales. Estos personajes, escudados tras sus títulos de "master", constituyen un prototipo de hombre en serie: dominan el inglés; se visten y peinan a la misma moda; almuerzan en los mismos restaurantes; tienen sus residencias de fin de semana en las playas elegantes; leen a Marx y a Keynes para ser burócratas o tecnócratas en el Oeste y si cabe, en el Este, o mejor dicho, en las Naciones Unidas y en la Comunidad Económica Europea. Por otra parte, la "tecnoestructura" de la cual nos habla Galbraith, siguiendo a Burnham, compartiendo ideales y conceptos comunes: planificación centralizada de la economía (para dirigirla ellos solos) y por tanto un desprecio intelectual absoluto por la economía de mercado, que identifican como el contenido del capitalismo caótico, aunque el mercado ha sido, es y será anterior y posterior al capitalismo; en la medida en que el mercado capitalista se transforme en mercado autogestionario dejando que las leyes económicas objetivas del socialismo autogobiernen económicamente a la sociedad sin sufrir la dictadura de los burócratas del Este o del Oeste.

Por otra parte, la "tecnoestructura", llamada a ejercer el poder según Galbraith, tanto en las empresas industriales concentradas como con el monopolio administrativo del Estado-providencia, busca sus alianzas políticas en los sindicatos institucionalizados o dominados por las ideologías de "izquierda" que procuran ministros y asesores para gobernar sin el pueblo pero adulándolo: política común de socialdemócralas, neoliberales, democristianos y sindicalistas que hablan de los obreros, pero comportándose como burgueses ya que la burguesía les suele pagar a éstos las cuotas sindicales, mensualmente, depositadas en los bancos.

Galbraith ha escrito, entre otros, dos libros con títulos muy publicitados: “La era de la opulencia” y “El nuevo Estado industrial”; en el primero, trata de demostrar que nuestras ideas tradicionales económicas están muy enraizadas en la pobreza, el peligro económico y la desigualdad del pasado, no siendo así fácil adaptarse a la abundancia; en el segundo, trata de demostrar, sin conseguirlo con pruebas históricas suficientes, que la competencia económica no existe ya en la economía norteamericana, dominada por grandes empresas que contratan la mayor parte de los negocios. Sin embargo, el monopolio de dos o tres empresas sobre un producto o artículo, en buena parte de su mercado nacional, es posible que se haya realizado en algunas ramas de industria o de materias primas. Pero es que en la dialéctica económica el monopolio a nivel nacional puede ser conseguido, pero no en los ámbitos del mercado mundial, lo cual no es posible ni para una economía centralizada planificada como la de la Unión Soviética.

Por otra parte Galbraith sostiene que el fin de la gran empresa no es conseguir beneficio máximo sino procurar un desarrollo en seguridad, aunque más bien debería entenderse por eso en ciertos momentos, el sostén económico del Estado y la defensa de la propiedad, en caso de conflictos sociales o revolucionarios. Sin embargo, el verdadero monopolio sin procurar beneficio está constituido por las empresas nacionalizadas, ya que el Estado es el único que puede producir con pérdidas, supliéndolas con dinero del Tesoro Público para las empresas nacionalizadas deficitarias. Pero esta política económica ha fracasado en donde se creía que había triunfado: en muchos países europeos comunistas y tercermundistas en que la tecno-burocracia ha tomado el gobierno y las direcciones de las empresas nacionalizadas produciendo a su vez déficit en el presupuesto del Estado, más y más pesados impuestos y cuando éstos no son suficientes, emitir aceleradamente papel-moneda insolvente que produce las inflaciones incontroladas, como en América Latina, después de producirse en 1982 la crisis de la deuda externa.

Galbraith sostiene que para cubrir riesgos económicos hay que fortalecer al Estado, ya que una de sus funciones principales consiste en regular la demanda (efectiva), exactamente como lo propuso Keynes, lo cual no constituye una novedad.

Por otra parte, Galbraith manifiesta que estando el poder económico en manos de las grandes empresas y del Estado que las sustenta económicamente, las leyes del mercado, según la economía clásica, no rigen ya, pues el consumidor no decide en el mercado, sino las grandes empresas y sus campañas de publicidad. En suma, Galbraith propone la planificación, sin "dictadura del proletariado"; pero, en fin de cuentas, da todo el poder a la tecnoestructura; o sea, todo por el pueblo pero sin el pueblo: vieja fórmula del despotismo ilustrado; antes de los monarcas absolutos; ahora de los "yuppies", tecnócratas y de la clase política neoliberal o socialdemócrata.

YEVSEI G. LIBERMAN
 
Así como Stanislav G. Strumilin fue un planificador de la economía soviética en sentido vertical no dejando a las empresas mucha autonomía al cumplir rigurosamente las cifras del Gosplán, Liberman en cierto modo quiere introducir más participación de los directores y los técnicos en la conducción de las empresas, siguiendo el criterio de la eficacia y no el cumplimiento riguroso de los niveles de producción impuestos desde arriba por el Gosplán. En este orden de ideas, más que cumplir o rebasar las cifras de los planes anuales, lo que importaría según Liberman es la obtención de un beneficio en las empresas, confiándoles desde abajo responsabilidades directas sobre costos de producción y de la remuneración de su capital. ¿Pero ese beneficio en beneficio de quién es? ¿De los trabajadores o de los burócratas y de los tecnócratas?

Las tesis de Liberman —que dieron mucho que hablar en Oriente y en Occidente— fueron expuestas por primera vez en un artículo inserto en Pravda el 9 de septiembre de 1962, en el cual proponía una serie de "reformas'' necesarias en la conducción de las empresas soviéticas. El 11 de octubre de 1965, concretando más sus reformas económicas, Liberman propuso entre otras las siguientes medidas económicas: los dirigentes de las empresas deben ser directamente responsables de ellas en cuanto al empleo de mano de obra, del salario de sus trabajadores y del mejoramiento de sus condiciones de vivienda. Por otra parte las empresas soviéticas han de estar facultadas para recibir los pedidos de otras empresas (insumos) y de las organizaciones, a fin de poder producir fuera del Gosplán, aunque sin producirle inconvenientes en su ejecución. Así las cosas, los excedentes económicos o beneficio, fuera de los exigidos por el escalón de planificación centralizada, podrían ser reinvertidos por las empresas libremente en la rama o sector escogido por sus direcciones. Cosa que intenta la reforma económica de Gorbachov a la cual se opondrán los "conservadores" del PCUS.

Liberman, -al liberar a la empresa de la tutela del plan del Estado, que comprende el plan nacional y el de todas las empresas- proponía transformarlos en un plan programa o en una ley programa económico, similar a la práctica yugoslava, en que es compatible la planificación indicativa con los planes propios de cada empresa, aunque Liberman no introduce la autogestión en las empresas como sucede en Yugoslavia, y menos aún el funcionamiento de una economía de mercado socialista como la existente en este país. Ello es un eterno problema sin resolver, tampoco después de conversarlo mucho por Gorbachov y su "perestroika", siempre demorada por la burocracia soviética conservadora.

La reforma económica de Liberman, de haberla aceptado en principio, hubiera supuesto la llegada al poder económico de la "tecnoestructura" en el sentido indicado por Galbraith. Pero la burocracia política del PCUS perdería, poco a poco, el rol principal en la conducción de la economía y de la política de la URSS. Tal y como están las cosas en la URSS, Liberman iba demasiado lejos queriendo colocar a los tecnócratas, a los directores de empresa, como nueva "burguesía roja”. Y como los tecnócratas piensan en cifras económicas, en su bienestar, en el localismo de sus empresas, el Kremlin si dejara emerger a su tecnocracia como una nueva clase dominante que desplace a la burocracia política del PCUS, perdería el sentido del hegemonismo que como infraestructura económica y tecnológica, necesita un complejo militar-industrial tan poderoso al menos como el de Estados Unidos, para que la URSS siga siendo primerísima potencia mundial.

El plan del Estado soviético, con todos sus defectos de desarrollo desproporcionado entre agricultura e industria, entre industria pesada y liviana; a pesar de su extremado rigor y de los desequilibrios que produce en la práctica que desborda la teoría, seguirá rigiendo los destinos de la economía soviética, poniendo una muralla de contención a la tecnocracia de las empresas, sierva de la burocracia política y militar, una parte muy infinitesimal de la población, pero que tiene el monopolio del poder económico, político, militar, policial, jurídico, de la información y de la educación; o sea, todo el poder sin compartirlo con el pueblo soviético.

Para responder al desafío de la burguesía imperial norteamericana, la burocracia hegemonista de Rusia no dio paso a las doctrinas de Liberman, ya que era disminuir o entregar el poder omnímodo del PCUS tanto en política nacional como internacional. Consecuentemente, ni un Galbraith es aceptable para la burguesía norteamericana ni un Liberman para la burocracia política soviética. He ahí los límites de el reformismo imposible de la tecnocracia, tanto en el Oeste como en el Este.

Es difícil que los tecnócratas en la URSS o los tecnócratas en USA puedan llegar a conducir la economía como clase dominante, ya que las clases medias son mediocres políticamente y en ciertos momentos con sus políticas keynesianas, galbraithianas o libermanianas no satisfacen ni a las burguesías de Occidente, (con el Estado-providencia), ni a las burocracias totalitarias de Oriente, debido a que las clases medias son más consumidoras que productoras, y en ciertos momentos detienen el desarrollo económico con sus rentas parasitarias, con su enorme consumo improductivo. De ahí que haya perdido vigencia, en el Oeste y en el Este, la economía doctrinal o de ideología tecnomática a lo Galbraith y la "tecnoestructura" a lo Burnham, o las burocracias ascendentes a lo Schumpeter o de los "directores" a lo Liberman.

La reforma de la economía soviética de la que tanto se ha hablado y nunca se ha hecho, parecería una misión imposible dentro del Estado-patrón del monolitismo del PCUS, del complejo militarindustrial soviético y de la dictadura, no del proletariado, sino de la burocracia soviética.

En el curso de unas tres décadas, desde que Liberman planteó la reforma de la economía soviética en 1962, han pasado Jruchov, Brezhnev, Chernenko, Andropov, Gorbachov como líderes supremos, acumulando en una sola persona el poder omnímodo del PCUS y del Estado total. Este poder ilimitado, omnipotente y omnisapiente en un hombre semi-dios, sólo lo tuvieron en la historia de la humanidad los regímenes de despotismo asiático, los Faraones, los Incas, los reyes asirio-caldeo-babilónicos y ciertos sultanes, por no citar también, a los señores feudales en sus dominios, como dueños de vidas y haciendas.

Sin reforma política, en el sentido de convertir la dictadura burocrática en democracia directa, socializando al Estado mediante la autoorganización de la sociedad, llevando la autogestión a las empresas y el autogobierno a todos los escalones federativos del autopoder, la URSS puede ir de mal en peor, incluso retornando al capitalismo como solución económica, lo cual constituye un remedio peor que la enfermedad que se intenta curar urgentemente.

Si las empresas multinacionales de Occidente penetraran en la URSS y en los países del COMECON, asociándose en forma mixta con las empresas estatales, sería para percibir una alta tasa de plusvalía propia del salario barato que rige en estos países. Sin embargo una economía estatalizada, muy burocratizada, desintegrada, ya que no existe un verdadero mercado en la URSS, con un rublo inflacionario e inconvertible, difícilmente pueda asociarse con empresas multinacionales europeas occidentales, norteamericanas y japonesas. Ello explicaría que durante casi tres décadas la economía soviética trate de reformarse de palabra, pero quedando igual a sí misma, sin cambio sustancial alguno desde Stalin a Gorbachov...

Una economía de pobreza franciscana con una gran escasez de bienes de consumo, con grandes "colas" para conseguirlos a las puertas de los almacenes vacíos del Estado, con exceso de producción de armamentos sofisticados y subproducción de alimentos, tiene a la URSS en una situación crítica si a los problemas del desabastecimiento se añaden los de la independencia propugnada por los nacionalismos bálticos, de Moldavia y de los países caucasianos. Quizá el nacionalismo insurgente de las colonias dentro del Imperio soviético no hubiera aflorado tan violentamente como lo ha hecho en la época de Gorbachov, si la situación económica de la URSS no se hubiera deteriorado aceleradamente.

Durante unos setenta años la URSS, desde Stalin a Gorbachov, prácticamente no ha cambiado en lo esencial, pues el cambio de un líder supremo por otro no ha supuesto necesariamente cambios en la superestructura política burocrática ni en la infraestructura económica. En ese sentido todo pareciera haber cambiado, pero siempre se ha quedado en lo mismo.

En consecuencia, ningún tecnócrata como Liberman podría cambiar nada sustancial en la URSS, ya que dar más autonomía a las empresas y menos poder al Estado, más independencia a las nacionalidades y un poco más de democracia al pueblo, supondría por reacción en cadena quitarle la administración de la plusvalía de Estado a una reducida "nomenklatura" que tiene el monopolio de la riqueza y del poder omnímodo. Y si en Occidente la burguesía no cede su poder de clase sin combatir, en Oriente, en la URSS y cía., no habría paso de la dictadura burocrática a formas de democracia directa o filo-burguesa sin que haya rebelión popular y de las nacionalidades oprimidas dentro del Imperio soviético, el último de los imperios, quizá no por mucho tiempo.

Los trabajadores soviéticos, particularmente los mineros en su huelga general de 1989 no pidieron sólo aumento de salarios y más aprovisionamiento de bienes de consumo, pidieron también la autogestión de sus empresas y más participación política, pasando de la dictadura de la burocracia a un socialismo autogestionario contrario a la dictadura económica de la burguesía a la manera occidental, y a la dictadura burocrática a la manera del PCUS y de su socialismo administrativo.

 MILTON FRIEDMAN
 
M. Friedman, profesor de la Universidad de Chicago, defensor de la economía de mercado como Hayek y Mises, partidario de la liberación del precio del oro y de los tipos de cambio fluctuantes de las monedas y doctrinalmente, continuador de la línea monetarista de I. Fisher. Su obra más popular es “Libertad de elegir” pero su libro esencial es “Capitalism and freedom”, donde defiende los mecanismos económicos del libre mercado, reprocha a los empresarios su falta de dinamismo que ha esclerosado al viejo liberalismo, y los hace responsables de predicar por un lado la libertad económica, la libre empresa, mientras que por el otro aceptan o promueven la protección de cártels y... del Estado caro dirigista.

En el "nuevo liberalismo" de Millón Friedman, la libre empresa, no significa que los patrones puedan hacer lo que quieran, pues hay que crear un sistema económico donde la competencia mercantil y el libre juego del mercado sean los guías y vigilantes de lo que hay que hacer por medio de la "mano invisible" de las leyes económicas, en el sentido indicado por Adam Smith. No obstante, Friedman considera que una buena política monetaria restringiendo hasta lo necesario la intervención del Estado, puede regular el proceso económico corrigiendo algunos defectos del "laissez faire". En este orden de ideas, estima que la demanda de moneda supone la demanda de alguna forma de capital que a su vez significa una influencia decisiva sobre los precios, que al mismo tiempo dependen económicamente de la oferta monetaria y sobre todo de la menor o mayor abundancia de crédito otorgado por las autoridades monetarias. Por otra parte, Friedman repudia la política de incrementar los impuestos, acrecentar el déficit presupuestario del gobierno y emitir moneda insolvente, abusando de la inflación, aunque con ello se trate —como estima Keynes— de aumentar la demanda efectiva. Por consiguiente, Friedman es contrario a la moneda fácil y a los impuestos elevados que han creado o financiado las aberraciones financieras del Estado-providencia, gran demiurgo de Keynes y sobre todo de Galbraith, apologista del advenimiento al poder de la "tecnoestructura", esto es en Occidente, de la burocracia política y de la tecnocracia empresarial. En este sentido, el Oeste con la burocracia encaramada en el Estado-burocrático podría darse la mano con la burocracia soviética, haciendo del mundo un "paraíso" en el centro de cuyo cielo estaría la "tecnoestructura" del Este y del Oeste, sin burguesías y sin "nomenklalura" soviética, y con un proletariado pasivo en todo el mundo.

Este destino de nuestro mundo, que sería el ideal de economistas como Galbraith y Liberman, no es compartido por economistas neoliberales como Friedman, Hayek y Mises para quienes la burguesía todavía tiene una misión histórica que cumplir en el desarrollo del capitalismo, que no se autodestruye con sus éxitos según Schumpeter, ni es superado por las tecnocracias industriales como estima Galbraith, sino que es capaz de "evolucionar" y de "seguir durando", ya que es esencialmente, "mejor que el socialismo de tipo soviético", según estos ideólogos y economistas del neoliberalismo.

Estamos, pues, frente a una polémica entre economistas neoliberales ideológicamente burgueses, y economistas de tipo dirigista representantes de la clase media profesional que en esta hora del mundo, adulando al pueblo quieren todo el poder para ellos pero sin el pueblo. Unos y otros, diciendo que la economía es una ciencia, hacen prevalecer sus respectivas ideologías o políticas de clase; quieren representar el interés general por medio de una "ciencia" (ideología) del interés particular de una clase no productora, usurpadora del excedente económico sin dar participación a los trabajadores en su gestión, distribución e inversión, ni tampoco en la gestión directa de sus empresas, de sus economías locales, regionales y nacionales. En suma, que Friedman, al presentarse como el anti-Galbraith, se postula como el economista teórico de la burguesía (cuando ésta ya no puede explotar mas la economía dirigida keynesiana) y al contrario Galbraith (cuando el keynesianismo es insuficiente para salir de la crisis) quiere en el Occidente un régimen económico sin revolución, pero con el mismo contenido que el sistema soviético aunque con otra forma política. En ambos casos, el pueblo trabajador tendría que sufrir la explotación y la opresión o de las nuevas burguesías neoliberales o de las tecnocracias planificadoras y centralistas de tipo neosoviético. Así las cosas, de esta polémica entre burgueses ilustrados y tecnócratas neo-marxistas, el pueblo trabajador no tiene donde elegir pero debe hacer algo para salir del marasmo económico actual, de la inflación sistemática, de la desocupación, de la depresión, instaurando una economía autogestionaria que desaburguesando o desburocratizando la economía en el Oeste y en el Este, haga posible la gran revolución industrial y tecnológica, la socialización del saber y de la información, para que todos los hombres sin excepción sean capaces de asumir la historia en paz y libertad, poniendo la riqueza en común asegurando para todos el derecho al trabajo, sin falsas ideas sobre la "plena ocupación” keynesiana, doctrinalmente tecnocrática.

FRIEDRICH A. HAYEK
 
F. A. Hayek, es un economista ferviente partidario de la libertad económica como condición básica de la libertad política, lo cual es posible, no con el dirigismo económico de tipo Keynesiano o con la economía centralmente planificada, sino en función de un libre mercado y de la espontaneidad del sistema económico. Hayek rechaza la creciente intervención del Estado determinada por la crisis económica, que no resuelve sino que la acumula y la difiere para más tarde: inflación monetaria creciente que en fin de cuentas genera más desocupación que la que quería evitar con la aplicación de medidas keynesianas.

Para Hayek, la principal responsabilidad de la "stagflación" (alza de los precio y desocupación) corresponde a la aplicación de la teoría económica Keynesiana que por querer resolver el paro con inversiones públicas procedentes del déficit presupuestario del gobierno, crea más inflación y finalmente más desocupación. En este orden de ideas, Hayek infiere que si Keynes viviera no sería keynesiano sino liberal.

Hayek en su libro “¿Inflación o pleno empleo?” (Unión Editorial, Madrid, 1.976) dice acerca de Keynes lo siguiente: "Probablemente mucho más importante que este prejuicio de moda frente al método científico, atractivo para los economistas profesionales, son las implicaciones políticas que el sistema keynesiano presenta. Les ofrecía a los políticos no sólo un método rápido y barato para aliviar el sufrimiento humano, sino que también les aliviaba a ellos de aquellas molestas restricciones que les impedían alcanzar la popularidad. El gastar y los presupuestos deficitarios se consideraron de pronto la representación de las virtudes. Se arguyó, persuasivamente incluso, que el continuo gasto gubernamental era muy meritorio, dado que llevaba a la utilización de recursos hasta entonces no usados y que esto sólo no costaba nada a la comunidad, sino que aportaba una ganancia neta”. (Obr. cit. p. 42).

Así, emitiendo papel-moneda insolvente, aumentando el déficit presupuestario gubernamental, haciendo inflación nacional e inflación internacional del dólar por los acuerdos de Bretton Woods, ajustando los pagos internacionales sobre la base de los países con superávit y no exigiendo a los países con déficit que se contrajeran, se ha desquiciado el sistema económico mundial soportando un cuarto de siglo de inflación.

Ante estas condiciones económicas viciadas de naturaleza, Hayek piensa que sin adoptar remedios eficientes fuera de las recetas keynesianas, sería imposible evitar el "crack" internacional determinado por la persistente inflación en todo el mundo y sobre todo por las enormes deudas exteriores del Tercer Mundo. Emitiendo más moneda se podría evitar el "crack” un decenio más, pero finalmente la crisis económica latente se convertiría en una gran depresión. Y tal y como están las cosas, el Occidente en economía se desliza hacia la crisis y quizá persistiendo en los errores actuales, al querer salvar las instituciones del mundo entero pero a destiempo, quizá no se haría más que agravar la situación de crisis.

Sobre el socialismo administrativo de modelo soviético, Hayek piensa que sus tesis sobre "el socialismo no es que a medias es injusto, sino que es totalmente falso". Por consiguiente Hayek, menos progresivo que Friedman, predica un liberalismo de "laissez faire"; aunque ambos tienen en común tesis muy parecidas sobre el keynesianismo, el dirigismo y la planificación; son en cierto modo los apologistas de la economía de libre mercado; pero con un retorno al capitalismo clásico, lo cual tampoco es una opción válida para salvar el capitalismo ya que precisa en estos tiempos de la ayuda del Estado para "nacionalizar pérdidas de empresas en déficit" y financiar paro obrero. Así las cosas, el amor a la libertad y la libertad de mercado, sin introducir como sustitución del keynesianismo y el socialismo burocrático, y como planificación y libertad, el socialismo de autogestión; Hayek y Friedman no son más que la vuelta al capitalismo tradicional que por sus propios mecanismos internos produce las crisis económicas cíclicas, lo cual quería ser evitado por J. M. Keynes, Galbraith y los planificadores de socialismo burocrático.

Estamos, pues, en un momento crítico de las doctrinas económicas que sin quererlo se han convertido en ideologías de la burguesía o de la tecnoburocracia, dejando así de tener suficiente valor científico para asegurar la paz, la prosperidad, el pleno empleo, el desarrollo económico y tecnológico en el mundo. Por consiguiente, sólo hay una alternativa: la instauración de un modelo de crecimiento económico autogestionario que coloque al hombre como protagonista del proceso económico y tecnológico, sin clases dirigentes burguesas, burocráticas o tecnocráticas. Sólo así el proceso de desarrollo económico será diáfano, poniendo la riqueza al servicio de la sociedad y no del Estado, del pueblo trabajador y no de la "élite" del poder.

LUDWIG VON MISES
 
Ludwig von Mises, (1881-1973) es considerado como uno de los teóricos más destacados del neoliberalismo, crítico del modelo soviético y colaborador de una doctrina como alternativa al socialismo. En su obra fundamental titulada “Human Action” considera que lo más característico de nuestra época son las guerras devastadoras, la desintegración social y la insuficiencia teórica de la ciencia económica.

Para Mises la suerte de la civilización moderna, que los pueblos blancos han desarrollado en más de 200 años, está indisolublemente ligada a la suerte o la eficacia de la ciencia económica. Así las cosas, esta civilización perecerá inevitablemente si las naciones se empeñan en practicar doctrinas económicas contrarias al funcionamiento del libre mercado, a fin de que los precios en moneda estable informen objetivamente a las empresas y a los consumidores, y de que el cálculo económico sea posible, ya que la ausencia de precios sin competencia económica en el mercado, bajo un sistema como el soviético, no permite el funcionamiento de una economía debidamente cuantificada y autorregulada sin necesidad de un costoso y burocrático aparato de planificación centralizada.

Sin una intervención del mercado, los costos de producción no serían reales y, en consecuencia, todo cálculo económico —según Mises— no es verdadero. He aquí al respecto lo que dice empleando sus propias palabras: "Precisamente (en el Este) ningún factor de producción será jamás objeto de libre intercambio, será imposible así determinar su valor monetario... El dinero nunca podrá desempeñar en un Estado socialista la función que cumple en una sociedad concurrencial para la determinación de los valores productivos. El cálculo en términos de dinero será imposible... No habrá manera de determinar lo que es racional, por lo que, evidentemente, la producción nunca podrá dirigirse en base a consideraciones económicas... En lugar de la economía basada en el método de producción "anárquico", se colocaría la producción sin pies ni cabeza de un aparato absurdo. Las ruedas girarían en el vacío" (2).

Afirmar que es incompatible el socialismo con el cálculo económico racional no es verdad, si bien en los sistemas de socialismo burocrático con una rigurosa planificación centralizada, los precios no se forman según la ley del valor-trabajo desarrollada por Marx. Sin embargo la economía autogestionaria es la única que cumple la ley del valor-trabajo, ya que la autogestión coloca al trabajador en el centro del proceso económico como gestor directo de sus empresas, cuyos productos, bienes o servicios, pasan por la forma mercancía pero sin la existencia de capitalistas a la manera como los define Mises. El mercado autogestionario forma los precios competitiva y objetivamente para que sea posible el cálculo económico real. Así pues, el socialismo autogestionario como economía racional, realizado en la práctica, demuestra que Mises al idealizar el liberalismo pierde de vista que el régimen económico más libre, si estuviera extendido mundialmente el modo de producción autogestionario, realizaría objetivamente las leyes económicas sin tomar los deseos por realidades.

La propiedad social, con mercado autogestionario y competencia económica entre grupos de trabajo asociado, constituye la alternativa a una economía en crisis bajo las contradicciones inherentes a la propiedad privada (Oeste) y a la propiedad estatal (Este). Por tanto, la alternativa de nuestra época "de guerras y de desintegración social", de agotamiento de las doctrinas económicas y de las ideologías políticas, no es volver a un liberalismo, que ha demostrado históricamente su caducidad y su inoperancia económica, sino instaurar un socialismo autogestionario que sin capitalistas podría realizar la armonía económica y social, superando las depresiones económicas, los antagonismos bélicos entre las naciones y entre las clases sociales. Ni la propiedad privada con liberalismo, ni la propiedad estatal con socialismo burocrático, resuelven las contradicciones de nuestra época, sino la democracia directa en política y el socialismo de autogestión o la empresa autogestionada en economía, funcionando autorreguladamente sobre el principio de que todo lo que pueda hacer la sociedad autoorganizada no lo haga el Estado, único medio de llegar a su extinción en una sociedad sin clases, donde el buen autogobierno de la economía social hace innecesarios los gobiernos de clase, no superados por el de matiz "libertario" pero burgués de Mises, Hayek y Friedman.

EDVARD KARDELJ
 
Para este teórico del socialismo yugoslavo de autogestión, la crisis del capitalismo contemporáneo es un proceso que ya dura medio siglo y que se está convirtiendo en la crisis del mundo, una crisis de sistema vinculada a los factores de desarrollo económico y social, imbricada en los importantes cambios estructurales que ha experimentado el capitalismo. En este orden de ideas, una crisis de sistema no puede ser resuelta con medidas monetarias (Friedman) o aumentando el déficit del presupuesto de los gobiernos o disminuyendo la tasa de interés para estimular la inversión y con ella incrementando la desocupación. Sería demasiado fácil la solución de una crisis simplemente con aumentar o disminuir la cantidad de dinero o reducir la tasa de interés, pues la realidad es que luego de medio siglo de estas experiencias económicas, hay mucha inflación y mucha desocupación, estando endeudado hasta más no poder el Estado providencia. Estas políticas han fracasado en la patria de Keynes (Inglaterra) y en Suecia, donde el "milagro sueco" se convierte en crisis; en países industrializados y subdesarrollados, ya que una crisis estructural se resuelve cambiando las estructuras socio-económicas y políticas anacrónicas y no sólo recurriendo a mecanismos monetarios, impositivos, cambiarios o bancarios.

Según Kardelj, "la crisis del mundo capitalista se ha agravado con el derrumbe del sistema colonial" (...) "que se ha derrumbado en un lapso relativamente breve, o sea, en poco tiempo, lo que demuestra evidentemente que su liquidación se ha convertido esencialmente ya en necesidad a largo plazo del capitalismo monopolista contemporáneo". Y de ahí derivan las causas de los conflictos Norte-Sur, entre países industrializados y subdesarrollados: unos, ricos; otros, pobres; opuestos los unos a los otros, porque la prosperidad y la riqueza se polarizan hacia el hemisferio Norte y la pobreza y el atraso hacia el hemisferio Sur. Estas contradicciones, dentro del sistema colonial eran amortiguadas, ya que los países colonizados estaban dentro de los mercados y del sistema monetario y de los países industrializados. Si a los conflictos entre la burguesía y el proletariado de los países industrializados, se suman las contradicciones entre países industrializados y subdesarrollados y los antagonismos entre los bloques militares opuestos, la gran crisis de nuestra época no puede ser conjurada con las recetas del keynesianismo y del friedmanismo en el Oeste, y con el libermanismo, en el Este, lo cual indicaría que la gran solución a la depresión mundial consistiría en establecer una economía autogestionaria universal y federal.

Para Kardelj, ni el Estado-providencia al estilo Keynesiano en su modelo más seductor que sería el "socialismo sueco", ni el socialismo administrativo” (URSS), constituyen una solución económica, política y social, ni en el Oeste ni en el Este, sino una democracia socialista autogestionaria donde el trabajo se asocie con sus medios de producción. Si ello fuera el modo de producción universal, garantizaría la plena ocupación, la prosperidad y la libertad para todos, siempre que entre los trabajadores y el capital no medien ni los "tecnoestructuralistas" de Galbraith, ni las iconoburocracias de Liberman, ni el dirigismo burocrático y burgués, como en la economía dirigida de Keynes, Schumpeter y Galbraith.

"... la autogestión -dice Kardelj- no es la forma de cierto neoliberalismo económico, ni el pluralismo autogestor es una competencia espontánea e ilimitada de diversos intereses parciales, sino la autogestión es un sistema económico, político y democrático que posibilita al trabajador manifestar libremente sus intereses auténticos, pero que a la par le organiza democráticamente para armonizar estos intereses, para resolver los conflictos y para la orientación social".

"...ni la gestión del trabajo corriente -afirma Kardelj-, ni la obtención del ingreso, ni su disposición ni participación en el proceso de la reproducción ampliada (del capital social), son asuntos del Estado, es decir de su aparato, ni del monopolio tecnocrático arbitrariamente impuesto, sino son asuntos de las relaciones entre los trabajadores mismos, las que —con arreglo a sus intereses— ellos realizan en el mercado, en el libre intercambio de trabajo por el acuerdo social y la concertación autogestora en la coligación de los trabajos medios, en la obtención y distribución del ingreso realizado conjuntamente, etc. Empero, aunque se trata del sistema de autogestión democrática, estos intereses de todos modos, no pueden manifestarse ni realizarse por cierto automatismo, por cierta libertad absoluta, por cierta competencia espontánea en el mercado o en las relaciones mutuas, o en formas similares de liberalismo económico clásico” (3).

Y es que el mercado autogestionario no es la concurrencia económica de los capitalistas, sino el aporte de los bienes y servicios por los trabajadores asociados con sus medios de producción, sin intermediarios onerosos, sin especuladores privados, todo ello en beneficio de los trabajadores y de los consumidores.


Abraham Guillén



1. “Economía autogestionaria. Las bases del desarrollo económico de la sociedad libertaria”. Fundación de Estudios Libertarios Anselmo Lorenzo (Cueva de Alí Babá), Madrid, 1990. Páginas 848 a 875.

2. Ludwig von Mises, “Die Wirtschatsrennung im socialistischen gemeinweses”.

3. Edvard Kardelj, “Vías de la democracia en la sociedad socialista”. Belgrado, 1978.

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