La escala de Nueva York fue breve; sólo lo necesario para embarcar rumbo a Cuba. No era la isla de las Antillas el lugar de destino de Ascaso y Durruti, sino la Argentina, pero al poner pie en la isla optaron por quedarse unos días en La Habana. Ricardo Sanz les había procurado la dirección de un español residente en aquella capital, adicto a las ideas libertarias. Se trataba de J. A., tan joven como ellos, pero que, por escrúpulos excesivos, no compartía la idea de los actos violentos y era, por así decirlo, un anarquista evolucionista. 

J. A. recibió fraternalmente a Durruti y Ascaso y puso su casa a disposición de ellos, pero pronto chocaron los criterios en cuanto a métodos. J. A., como el resto de los anarquistas españoles que residían en Cuba, consideraba que la labor de los anarquistas era educativa, y cualquier otro procedimiento para abreviar el tránsito a la sociedad libertaria lo creía estéril, dada la incultura de las capas pobres del país. La miseria y la desesperación que reinaban en el país entre los asalariados podían ser capaces de provocar estallidos de ira, pero no se podía ir más lejos por falta de madurez teórica. Lo importante en tales condiciones -les decía a Durruti y a Ascaso- era la propaganda, la difusión de las teorías anarquistas, hacer penetrar sus ideas en las mentes obreras. 

“Vuestra empresa -añadía- está condenada al fracaso. Los obreros españoles y cubanos, pese a la miseria en que viven, os darán gustosos algunos pesos, pero nada más. No esperéis otra cosa. Y si os lanzáis a una tarea de agitación social, lo mas seguro es que os expulsen del país o que os encierren en una cárcel de las que en Cuba es muy difícil salir si no es con los pies por delante” (138).

En Cuba, por aquellos tiempos, gobernaba Gerardo Machado, tirano que, como todos los de su estirpe, se mantenía en el poder gracias al terror que imponía. Aparentemente, Cuba daba la impresión de una cierta prosperidad, que ocultaba mejor la dominación que ejercía el capital yanqui tanto en lo urbano como en lo rural. Pero bastaba con visitar las tabernas y los barrios obreros para convencerse de la miseria moral y física. La prostitución estaba a la orden del día, y más aún porque era alentada por el propio régimen.

La propaganda es una labor necesaria -decían Ascaso y Durruti-, pero la teoría, si no va acompañada de la acción, es letra muerta y más todavía dado el gran número de analfabetos, que es precisamente a quienes la propaganda se dirige. Además, si la propaganda no es respaldada por la fuerza de una organización, la prensa y las revistas quedan a merced de lo arbitrario: se suspenden y se liquidan, siendo encarcelados sus editores.

La nota pesimista que les daban los anarquistas cubanos, al menos los que habían hablado con Durruti y Ascaso, no hizo mella en ellos. ¿Por qué Cuba tenía que ser diferente a la Argentina, Uruguay, Chile o México? Además, el pueblo cubano había luchado ferozmente por su libertad contra el colonialismo español y había salido victorioso. ¿Que luego cayó bajo la dominación del dólar? Esto no quitaba lo primero, sino que, al contrario, lo que cabía era justamente demostrar que no se puede luchar simplemente por la llamada independencia política, sino que esta había que extenderla también a lo económico. Y que una independencia de ese tipo no se podía obtener por los medios políticos propuestos por la burguesía. La descolonización no había resuelto problema alguno, puesto que persistían las mismas estructuras económicas y las mismas capas dirigentes. Ninguna teoría era mas adecuada que la del anarquismo para denunciar las falsas soluciones de la burguesía liberal y, a la vez, señalar las vías más directas que conducen a la auténtica liberación del ser humano. Pero ese sentido crítico del anarquismo -decían Durruti y Ascaso- no puede quedar encerrado en una tertulia de convencidos, sino que debe llevarse a la calle, propagarse activamente, mezclándose los anarquistas con los obreros del campo y de la ciudad: la palabra escrita debía convertirse en acción práctica.

Inclinados Durruti y Ascaso más hacía la práctica que a la teoría, se enrolaron en las cuadrillas de portuarios para trabajar en los muelles, participando en la carga y descarga de los buques, y alternar con los trabajadores en las tabernas y convivir con ellos en los tugurios que les servían de alojamiento. Pronto, particularmente Durruti, gracias a su corpulencia y por estar siempre dispuesto a echar una mano al más débil, los dos españoles se hicieron apreciar por sus compañeros de labor. Y del trabajo diario, junto con la vida cotidiana, se pasó pronto a las confidencias de las miserias y humillaciones, y a los desengaños de quienes les habían predicado la acción, y una vez en ella, los habían dejado en la estacada. Y el fatalismo de que la vida del paria no tenía otra salida que la de bregar, en espera de que llegara la muerte, verdadero remedio a su miserable condición, era siempre la conclusión de cualquier polémica. La superstición y el fatalismo eran los dos obstáculos principales que se oponían a cualquier discurso que expusiera los medios de salir de aquella miseria física y moral. Hablar de organización, de sindicalizarse, de agruparse, era mentar y traer el recuerdo de algún líder o de los líderes traidores que les habían engañado, o verse ya esposados y conducidos a prisión; en esas “prisiones de las que no sale nadie, si no es muerto”.

Pero ni Ascaso ni Durruti se dejaban vencer por el pesimismo reinante y, una y mil veces, volvían a la carga para hacer entrar en las mentes de sus compañeros de trabajo que lo de los líderes era cierto, que lo de las cárceles también, y que justamente para evitar el ser engañados de nuevo no debían confiar sus destinos a los profesionales de la política, ni rebelarse individualmente. Cuando el sindicato era manejado por “un profesional”, éste los traicionaba, y cuando un trabajador respondía aisladamente, se le encarcelaba o se le mataba a palos. La solución estaba en que el sindicato fuera ellos mismos y no otra cosa, no admitiendo gente extraña que no conociera los efectos directos de la explotación del hombre por el hombre; además, no había que rebelarse individualmente sino colectivamente. Si el sindicato sois vosotros -exponían Ascaso y Durruti- y vosotros todos vivís en perpetua alerta, separando de vuestras filas a los que, despuntando, pretendan con ello imponeros su liderazgo, impediréis de este modo el cultivo del líder. Si os mantenéis unidos, exigiendo vuestras reivindicaciones, el dictador Machado no dispone de suficiente policía para apalearos a todos, ni de cárceles en que encerraros.

Poco a poco, con lenguaje simple, con actitudes claras y con ideas como “vuestra libertad comenzará a ser efectiva en el momento en que comencéis a mostraros capaces de conducir vuestras luchas sin jefes ni líderes, sino por vosotros mismos”, la idea de organización fue calando en la mente de los obreros portuarios hasta concretizarse en una organización propia, la cual, para hacer más efectiva su labor, se federó con otras organizaciones obreras del mismo tipo y que ya funcionaban entre los obreros tabaqueros y del ramo alimentario.

En las reuniones y asambleas portuarias, Durruti se reveló como un verdadero agitador de masas. De frase simple pero contundente y demoledora, con discursos que más que piezas oratorias semejaban hachazos, tenía el don de despertar el interés de los oyentes desde el primer momento y mantener un vínculo íntimo entre él y el auditorio.

Su nombre comenzó a hacerse popular; pero, desgraciadamente, no sólo entre los obreros, sino también entre los medios policíacos. El peligro de ser detenido se hizo inminente, y como no deseaban ni él ni Ascaso caer en manos de la policía, optaron por desaparecer de La Habana, en compañía de un joven cubano que se les unió como guía para internarlos en la isla.

Una vez fuera de La Habana, y habiendo llegado al distrito de Santa Clara, se enrolaron como cortadores de caña en una hacienda situada entre Cruce y Palmita. A los pocos días de encontrarse trabajando como “macheteros”, estalló en la hacienda donde estaban ocupados una huelga sobre el tajo. El motivo era que, so pretexto de un descenso del precio del azúcar, el hacendado reducía también el salario de los cortadores de caña. Como protesta, los cortadores se declararon en huelga de brazos caídos. Se dio parte de ello al propietario, y éste ordenó que se reunieran todos en una explanada, ante la casa señorial. Los capataces, a caballo, dieron órdenes de reunión. Ante los huelguistas, el propietario les reprochó dejarse llevar por ciertos individuos que él conocía bien. Y nombró a tres de ellos que, según el hacendado, eran los promotores y jefes de la revuelta. Llevados por los capataces, los tres supuestos jefes fueron conducidos al puesto próximo de la guardia rural. Una hora mas tarde, aparecieron los guardias rurales trayendo consigo a los tres cortadores de caña tan apaleados que cayeron inermes a los pies de sus compañeros. 

-¿Hay alguno más que proteste?, gritó el propietario. Y además -añadió-, el tiempo que habéis perdido será descontado de vuestros salarios. !Rápido, a trabajar!

Las órdenes sonaban como latigazos. Cabizbaja, la peonada se reintegró al cañaveral, seguida de cerca por la guardia rural.

Durruti y Ascaso formaban parte de la peonada cabizbaja. Entre corte y corte de caña, cambiaron impresiones con su compañero cubano, y los tres coincidieron en que era preciso dar un escarmiento al propietario, que pudiera servir de lección a sus colegas.

A la mañana siguiente se encontró al propietario apuñalado y con un escrito; “La justicia de Los Errantes”. Prevenida la policía, ésta se lanzó en persecución de los “ajusticiadores”, pero madrugadores que éstos habían sido, se encontraban ya en la provincia de Camagüey.

La noticia de la ejecución sumaria corrió como reguero de pólvora, y a la vez que corría se la abultaba, llegándose a afirmar que “una banda de españoles llamados Los Errantes había ejecutado a media docena de propietarios porque maltrataban a sus obreros”.

Para los rurales era una cuestión de prestigio el dar caza a los “asesinos”. Ejecutados a la vista de todo el mundo, pensaban con ello dar lección a los que pensaran en imitarlos. En la búsqueda daban palos de ciego. Y so pretexto de que algunos campesinos habían dado refugio a Los Errantes, se les apaleaba y se prendía fuego a sus chozas.

Los rurales se volvían locos de ira al no poder echar mano a los culpables, y esa ira vino a aumentarse cuando se supo que a un capataz bravucón, en el distrito de Holguín, se le había encontrado muerto con un escrito en el que se hacían responsables de esa ejecución a Los Errantes. Este nuevo atentado terminó por desorientar la búsqueda de “los rurales” y llenar de miedo a los propietarios que se fortificaron en sus palacios antojándoseles los dedos huéspedes. (139)

Mientras se buscaba a “Los Errantes” por el interior de la isla, éstos habían logrado llegar a La Habana, con el propósito de salir cuanto antes de aquel cerco peligroso. De qué manera dejaron chasqueada a la policía de Machado, lo sabemos por la narración de un testimonio:

"Viendo que era imposible mantenerse por más tiempo en Cuba, decidieron salir para México. Con el fin de lograr con éxito su propósito, alquilaron una pequeña lancha para dar un paseo fuera del puerto, pero ya surcando la bahía exigieron de los lancheros que les llevaran a bordo de cualquiera de los barcos que aparejaban para hacerse a la mar.

Temerosos, los lancheros les llevaron a uno de los barcos pesqueros, al que abordaron, obligando al patrón del mismo a levantar anclas, llevándose también a los dos patronos de la lancha.

Ya en alta mar, pistola en mano, exigieron que el patrón del pesquero pusiera proa hacia costa mexicana.

Así navegaron hasta alcanzar la costa de Yucatán, en la que desembarcaron después de gratificar espléndidamente a los marineros cubanos.

La acción de desembarque no fue fácil. Dos o tres vigilantes del fisco mexicano se dieron cuenta de su llegada. Estos supusieron que eran contrabandistas, y como tales decidieron conducirlos al puerto de Progreso, para entregarlos a las autoridades. Camino andando, Durruti ofreció determinada cantidad a cambio de la libertad (...). La suma ofrecida interesó más a los agentes del fisco que la comprobación de si eran o no contrabandistas. Orientados por los propios agentes del fisco, nuestros amigos llegaron a Mérida, y de ahí a Progreso, en donde embarcaron rumbo a Veracruz” (140).

Llegados a Veracruz, en el puerto les aguardaba un anarquista mexicano llamado Miño -de lo que puede deducirse que Durruti o Ascaso habían escrito a México, previniendo que llegarían a Veracruz-. Miño les condujo a la capital mexicana y, una vez allí, a casa de Rafael Quintero, uno de los dirigentes de la CGT mexicana, quien había intervenido directamente en la revolución con Emiliano Zapata. Entonces, Rafael Quintero tenía una imprenta instalada en la plaza Miralle, 13, y en este local les dio cobijo provisional (141).

Pocos días después. Quintero les llevó al domicilio de la CGT , que por aquel entonces estaba instalada en la plaza de las Vizcaínas, 3. Aquella noche de su visita se discutía en una reunión sobre las dificultades económicas que atravesaba el órgano periodístico de la CGT. Sin mediar palabra, Los Errantes hicieron un donativo de cuarenta pesos para el periódico (142).

La citada reunión dejó deprimidos a los dos “Errantes”, no sólo por la pobreza de medios económicos, sino también por la falta de dinamismo que mostraba la organización anarcosindicalista local.

Se notaba que se vivía del crédito de la revolución mexicana, pero de la revolución no quedaba nada más que el recuerdo. Los mejores habían caído, y los sobrevivientes se habían adaptado a la nueva situación, haciendo valer algunos de ellos su pasado militante ante el nuevo “poder revolucionario”. Y el poder, por su parte, les gratificaba facilitándoles algunos cargos burocráticos. De tal forma que, por ejemplo, algunos ex-anarquistas habían llegado a ser gobernadores. Todo parecía ajustarse a las nuevas condiciones. Solamente los ex-compañeros de Flores Magón, muerto hacía tres años en una cárcel yanqui, mantenían realmente vivo el espíritu del anarquismo, acordándose del principio ideológico de “que la revolución no se puede conjugar con la ley, y que la verdadera revolución es Ilegal por excelencia”, como escribía en uno de sus póstumos escritos el mismo Flores Magón (143). Es evidente que los perseguidos de siempre eran estos continuadores de Magón... Sería, pues, entre éstos, entre los que Durruti y Ascaso encontrarían vivienda y colaboración.

La estancia en casa de Rafael Quintero se prolongó unas semanas en espera de la llegada de Alejandro Ascaso y Gregorio Jover, los cuales entraron a la ciudad de México a finales de marzo de 1925. Reunidos los cuatro, se decidió salir de la capital, y Quintero les propuso como lugar de residencia una pequeña granja situada en Ticomán. El propietario de la granja, Román Delgado, recibió a los cuatro españoles y los presentó al grupo anarquista de la localidad; Nicolás Bemal, el mentado Delgado, Herminia Cortés, y otros (144).

En abril de 1925 se produjo un asalto a las oficinas de una fábrica de hilados y tejidos llamada “La Carolina”. A partir de aquel momento, los testimonios que consultamos coinciden en afirmar una entrega de dinero para el sostenimiento de la publicación de la CGT y para la instalación de una Escuela Racionalista, del tipo de las que creó Francisco Ferrer y Guardia en España en 1901.

“Unas semanas pasaron sin dar fe de vida. Insospechadamente, aparecen con un automóvil “Buick” algo viejo y elegantemente vestidos. Durruti preguntó: “¿Ha salido el periódico?”. Al contestarle que sí, quiso leer los números publicados. “¿Siguen aún las dificultades económicas?” “¡Cómo quieres que no sigan!” La respuesta de Durruti fue hacer entrega de una fuerte cantidad de dinero. En esto, notó Durruti que se le miraba con recelo; para desvanecer las dudas que flotaban entre los compañeros mexicanos, mostró una carta de Sebastian Faure que llevaba en el bolsillo, acusándole recibo de una fuerte cantidad destinada a la biblioteca social” (145).

Y otro testigo escribe sobre la misma época; “Una sorpresa -así empezaba los renglones el compañero C. V., al explicamos la vida azarosa de Durruti-, invitóme a almorzar, no sin pedirme que vistiera mi mejor traje, porque íbamos a uno de los principales restaurantes porteños. Rehusé aceptar la invitación, teniendo, no un escrúpulo, pero sí una aversión a todo aquello que contrariaba mi vida y pensamiento de militante. Insistió, explicándome que era indispensable que le acompañase, que tenía que hablar conmigo; que no podía invitarme a un modesto restaurante, debido a que había llegado a Tampico en plan de hombre acaudalado. Acepté, al fin, intrigado, ¿por qué no he de decirlo?, tanto por la curiosidad, como por saborear platillos que no había probado desde hacía largo tiempo. Ya de sobremesa, Durruti me dijo:

“-¿Qué os parecería si pudiéramos tener miles y miles de pesos para establecer un centenar de escuelas como la que ha fundado el Sindicato del Petróleo?

- Eso es un sueño, Miguel - respondí. (Miguel era el nombre que Durruti utilizó en México.)

- Pues no será un sueño; quizá yo pueda entregar a vuestra Confederación cien mil pesos.

Durruti sentía un verdadero cariño por los niños, por eso ofrecía su vida sacando dinero de los bancos para fomentar la cultura.

Despidiéndonos, díjome:

- Vamos, chico. Sé que sois hombres, que sois capaces de todo por vuestras ideas. Mirad, Los Errantes somos aquellos que trabajamos en silencio, que exponemos nuestras vidas con tal de servir a las ideas que profesamos. Vosotros sois de otra manera; peleáis contra el Estado en la legalidad; nosotros lo combatimos o lo desafiamos en la ilegalidad” (146)

Y otro testimonio más concreto aún, por lo que respecta al asalto de las oficinas de “La Carolina’’, lo tomamos de la revista “Ruta”, de Venezuela, numero 38: 

“Viejos compañeros mexicanos recuerdan aún el paso de Durruti por la capital azteca, y ello por dos razones: la primera, porque Durruti fue uno de los más fervientes propulsores de la CGT mexicana, animada por aquel entonces por Jacinto Huitrón, Rafael Quintero y un puñado mas de libertarios mexicanos, y la segunda, porque supo imponerse como persona por su natural modestia y su acendrado amor al ideario”.

El articulista Víctor García cuenta con qué dificultades se encontraba la CGT para montar una escuela racionalista, y escribe:

“Durruti, que tenía la virtud de captar los problemas, muchas veces por intuición, comprendió el estado de ánimo de esos entusiastas compañeros y solicitó, en conversación reservada al Consejo de la CGT, que se le permitiera solucionar ese problema. A la pregunta de ¿qué se proponía?, respondió que lo diría en ulterior ocasión. Dos días más tarde Durruti entrega una suma considerable a esa Comisión Pro-Escuela, diciéndoles: “Esos pesos los tomé de la burguesía... No era lógico pensar que me los diera por simple demanda”. Al día siguiente, los rotativos de la capital mexicana señalaban con títulos a ocho columnas la noticia del atraco a la fábrica de “La Carolina”. Daban, en números exactos, la cantidad sustraída. Esa era, sin un centavo menos, la suma que Buenaventura Durruti había entregado el día anterior a los amigos de la Escuela Racionalista” (147).

Naturalmente, cuando se va a buscar dinero de la manera en que iban Los Errantes, no siempre era todo fácil. En el asunto de “La Carolina”, el cajero descolgó el teléfono para prevenir a la policía, hubo un forcejeo, se escapó un tiro, y este terminó con la vida del empleado. El caso apuntaba feo, pues ya se habían producido varios hechos de asalto -unos con suerte y otros sin ella- , por lo que se pensó que era mejor salir de México lo antes posible; y no por temor a las redadas de la policía, ya que éstas se orientaban hacía los barrios pobres, mientras Durruti y Ascaso habitaban un lujoso hotel, cubriéndose bajo el nombre de “Mendoza”, de profesión “propietario de minas en Perú”, y su acompañante. Y así, “un día, ligeros de equipaje, con pasaportes falsos y con muy pocos pesos en los bolsillos, abandonaron el hotel, dejando a “Mendoza” la obligación de liquidar la cuenta, alejándose de México para retornar a Cuba” (148).

Era el mes de mayo de 1.925, y la situación de los cuatro españoles debía ser desesperada, pues según cuenta Atanasia Rojas: “Se encontraron obligados a vender varias cosas, entre ellas el coche, para poder costearse el viaje a Cuba”. Cuba no ofrecía a Durruti y Ascaso la más mínima seguridad, después de sus anteriores actividades; por lo tanto, permanecieron en la isla el tiempo justo para dar un asalto al Banco de Comercio de La Habana, y salir inmediatamente con pasaje en el vapor Oropesa u Oriana con destino a Valparaíso, Chile, donde debían encontrarse con Víctor Recoba y Antonio Rodríguez. Encuentro que no pudo realizarse por la no presencia de los mentados en Chile. Aquí perdemos las huellas de los dos personajes...

En el barco de La Habana a Valparaíso viajaba también un jockey de nacionalidad francesa que, al relacionarse con ellos, creyó que eran españoles que se trasladaban a Chile para negocios. Señalamos esta presencia porque tal individuo será la primera fuente de información de la policía chilena, después de los hechos que vamos a relatar. El 9 de junio de 1.925 llegó el Oriana a Valparaíso, y el 16 del mes siguiente se produce el atraco al Banco de Chile, sucursal de Mataderos. Veamos los pasos de Ascaso y Durruti, según informe de la propia policía chilena: “Trabajaron en diversos oficios hasta el día en que se produjo el asalto al banco, y después, es decir, desde el 16 de julio hasta primeros de agosto, continuaron trabajando. Es más, la dueña de la pensión en que se encontraban hospedados declaró después a la policía que eran cinco hombres educados, continuamente hablaban de luchas sociales y se llamaban a sí mismos revolucionarios españoles y que recorrían los pueblos de América en busca de fondos destinados a financiar el derrocamiento de la monarquía española” (149).

El atraco a la sucursal de Mataderos del Banco de Chile se produjo el 16 de julio de 1.925 y se llevaron -según la policía chilena- 46.923 pesos chilenos. “Los desconocidos -sigue el relato policial-, luego de apoderarse del dinero huyeron a gran velocidad en un automóvil, haciendo disparos al aire, creando una gran confusión en ese populoso lugar. Un empleado del banco logró asirse en momentos que éste arrancaba. Uno de los asaltantes le grita que se baje, pero el empleado no ceja. Entonces lo bajan de un tiro”.

En Chile permanecen Durruti, Ascaso y su hermano Alejandro, y Gregorio Jover. El quinto hombre partió inmediatamente, después del asalto, para España. ¿Quién era el quinto hombre? Pues Antonio Rodríguez. Efectivamente, no era otro que “el Toto”, es decir, Gregorio Martínez. Los 47.000 pesos chilenos fueron destinados en su totalidad a la lucha clandestina contra la dictadura de Primo de Rivera.

A principios de agosto de 1925, Los Errantes partieron en dirección a Buenos Aires. En este punto, se hace imprescindible abrir un paréntesis en el curso de la obra, con el propósito de dedicamos, brevemente, a ver la situación general y las luchas del movimiento obrero, y el anarquismo en particular, en la Argentina.







138. J. A., quien prefiere, en tanto resida en Sudamérica, guardar su anonimato; él nos ha contado los detalles que nos permiten seguir los pasos de Ascaso y Durruti en Cuba.

139. Hasta aquí el relato de J.A.

140. Estos detalles se encuentran en un artículo del periódico “El Amigo del Pueblo”, portavoz de la agrupación “Los Amigos de Durruti”, titulado “Durruti en tierras de América”, núm. 11, 20 de noviembre de 1.937.

141. Testimonio de Atanasia Rojas, viuda del compañero Román Delgado. Atanasia vive aún en México y cuenta ochenta años.

142. Idem.

143. Flores Magón. Artículo reproducido por “Regeneración”, en su número de abril de 1.970. “Regeneración” es el órgano de la Federación Anarquista Mexicana.

144. Hasta aquí seguimos el testimonio de Atanasia Rojas, pero a partir de este momento las cosas se complican a causa de los nombres falsos y las fechas. Durruti se hacia llamar “Carlos”, y a “el Toto” se le denomina con el apelativo de “el Chino” o con el nombre de “Antonio Rodríguez”. Por otra parte, aparece un peruano llamado Víctor Recoba, que llega circunstancialmente a México, pero a quien se le pierde la pista después. Este capítulo es de los más intrincados sobre las vidas de Durruti y de Ascaso. Nuestras investigaciones han ido lo mas lejos posible; pero, quizá, un día puedan aclararse todavía más si aparece un escrito de Gregorio Jover, en el que narra estas aventuras a peticion de Santillán, quien declara que ese testimonio de Gregorio Jover quedó en Barcelona entre sus papeles cuando esta ciudad cayó en manos de “los nacionales” el 26 de enero de 1939.

145. “El Amigo del Pueblo”, número citado, y en “Ruta”, de Caracas, Venezuela, num. 38, artículo de Víctor García hablando sobre Durruti a su paso por México: Otro relato ilustrativo de esta permanencia en el país de Flores Magón, Emiliano Zapata y Francisco Villa, nos la brinda Jose Peirats: “Yo pude conocer a Ascaso más de cerca. De sus labios escuché una anécdota sobre su aventura en América. Ocurrió cuando con los pies en polvorosa abandonaron Cuba por el Yucatán. Desembarcados en el país maya, corrió pronto el viento de su fama. Alguien preparó un mitin en un rancho ante un centenar de campesinos. Durruti se vió obligado a pronunciar un discurso incendiario con mención constante a la revolución. Pero el público permanecía impasible. Durruti hacía subir el tono obteniendo idéntico resultado. Ascaso le susurró: “Termina ya, esta visto que tienen sangre de horchata”. Durruti encontró por fin el difícil final y naturalmente, no hubo aplausos ni vivas. Pero uno de los oyentes salió de su mutismo y, acercándose al orador, le dijo cadenciosamente: "Manito, vamos ahorita mismo a hacer la revolucioncita. Toditos estamos prestos..." En “Frente Libertario”, de la CNT -en el exilio-, París, noviembre de 1972, artículo titulado: "Hipoteca sobre el heroísmo".

146. “El Amigo del Pueblo”, número citado.

147. “Ruta”, ejemplar ya citado.

148. “El Amigo del Pueblo”, ya citado.

149. Osvaldo Bayer, “Los anarquistas expropiadores”, Editorial Galerna, Buenos Aíres, 1.975. En este libro se recogen los artículos que Bayer había publicado en la revista “Todo es Historia” entre los años 1.967-1.971.


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Capítulo XI, titulado "Guerrilleros en Sudamérica" del libro de Abel Paz (1.921-2.009) "Durruti en la Revolución española"; en formato PDF puede descargarse en: 


1 comentario:

  1. estimado,, un gusto tu relato, cada ciertos años, retomo la busqueda de antecedente de la estadiae sudamerica... no he podido dar con “El Amigo del Pueblo”, núm. 11. Sabeis donde esta? abrazos

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