El pueblo sufre y pregunta: “¿Qué hacer
para salir del atolladero?”.
Reconocer y proclamar que cada cual
tiene ante todo el derecho de vivir, y que la sociedad debe repartir entre todo
el mundo, sin excepción, los medios de existencia de que dispone. Obrar de
suerte que, desde el primer día de la Revolución, sepa el trabajador que una
nueva era se abre ante él; y que en lo sucesivo nadie se verá
obligado a dormir debajo de los puentes, junto a los palacios, a permanecer en ayuno mientras haya alimentos, a tiritar de frío cerca de los comercios de pieles. Sea todo de todos, tanto en realidad como en principio, y prodúzcase al fin en la historia una revolución que piense en las necesidades del pueblo antes de leerle la cartilla de sus deberes.
obligado a dormir debajo de los puentes, junto a los palacios, a permanecer en ayuno mientras haya alimentos, a tiritar de frío cerca de los comercios de pieles. Sea todo de todos, tanto en realidad como en principio, y prodúzcase al fin en la historia una revolución que piense en las necesidades del pueblo antes de leerle la cartilla de sus deberes.
Esto no podrá realizarse por decretos,
sino tan sólo por la toma de posesión inmediata, efectiva, de todo lo necesario
para la vida de todos; tal es la única manera verdaderamente científica de
proceder, la única que comprende y desea la masa del pueblo.
Toma posesión, en nombre del pueblo
sublevado, de los graneros de trigo, de los almacenes atestados de ropa y de
las casas habitables. No derrochar nada, organizarse en seguida para llenar los
vacios, hacer frente a todas las necesidades, satisfacerlas todas; producir, no
ya para dar beneficios, sea a quien fuere, sino para hacer que viva y se desarrolle
la sociedad.
¡Basta de esas formas ambiguas, como el
“derecho al trabajo”! Tengamos el valor de reconocer que el bienestar debe
realizarse a toda costa.
Cuando los trabajadores reclamaban en
1848 el derecho al trabajo, organizabánse talleres nacionales o municipales y
se enviaba a los hombres a fatigarse en esos talleres por dos pesetas diarias.
Cuando pedían la organización del trabajo, respondíanles: “Paciencia, amigos;
el gobierno va a ocuparse de eso, y ahí tenéis por hoy dos pesetas. ¡Descansad
rudos trabajadores, que harto os habéis afanado toda la vida!”. Y entre tanto
apuntábanse los cañones, convocábanse hasta las últimas reservas del ejército,
desorganizábanse los mismos trabajadores por mil medios que conocen al dedillo los
burgueses. Y cuando menos lo pensaban, dijéronles: “¡O vaís a colonizar el
África, u os ametrallamos!”
¡Muy diferente será el resultado si los
trabajadores reivindican el derecho al bienestar! Por eso mismo proclaman su
derecho a apoderarse de toda la riqueza social; a tomar las casas e instalarse
en ellas con arreglo a las necesidades de cada familia; a coger los víveres
acumulados y consumirlos de suerte que conozcan la hartura tanto como conocen
el hambre. Proclaman su derecho a todas las riquezas, y es menester que
conozcan lo que son los grandes goces del arte y de la ciencia, harto tiempo
acaparados por los burgueses.
Y cuando afirman su derecho al
bienestar, declaran su derecho a decidir ellos mismos lo que ha de ser su
bienestar, lo que es preciso para asegurarlo y lo que en lo sucesivo debe
abandonarse como desprovisto de valor.
El “derecho al bienestar” es la
posibilidad de vivir como seres humanos y de criar los hijos para hacerles
miembros iguales de una sociedad superior a la nuestra; al paso que el “derecho
al trabajo” es el derecho a continuar siempre siendo un esclavo asalariado, un
hombre de labor, gobernado y explotado por los burgueses de mañana. El derecho
al bienestar es la revolución social; el derecho al trabajo es, a lo sumo, un presidio
industrial.
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