Brevísima introducción histórica a nuestras ciudades de mierda



por Javier Montenegro


Las ciudades son otro de esos productos envenenados de la “revolución” neolítica que aún padecemos, como la propiedad privada y la familia, las fronteras, los guerreros, los héroes y los dioses. En Europa después de un largo desarrollo evolutivo "lo cierto es que a inicios del primer milenio a.n.e. hubo una tendencia señalada hacia la agregación. Durante la Edad del Bronce se distinguieron cada vez más las divisiones sociales, se desarrolló la industrialización (sobre todo la metalurgia en los asentamientos) y se crearon unidades territoriales casi políticas. Pocos dudarían de que a lo largo de la Edad del Hierro se puede percibir el inicio de entidades verdaderamente urbanas, y el proceso que llevó a su desarrollo estaba ya presente durante la Edad del Bronce" (1). Para poder entender la situación actual de nuestras ciudades, hay que saber un poco de donde venimos, y establecer contrastes, semejanzas, analogías y diferencias, para así construirnos una opinión propia y poder hacer un juicio crítico. Todos los lenguajes arquitectónicos y sus modelos urbanos, han pasado por un proceso de nacimiento, desarrollo, madurez y decadencia, y lo nuevo siempre ha venido a “matar al padre”, pero hay algo que nunca ha cambiado, y es el desinterés por las personas en beneficio de una pequeña minoría privilegiada; y su evolución ha "de repuntarse como formas expresivas de la estructura social y de las adquisiciones intelectuales de determinadas épocas" (2).

Todo empezó en las pequeñas ciudades Estado sumerias, recintos amurallados, organizados por la casta sacerdotal y estructurados en torno al templo, centro religioso, político y de negocios. Luego vino el modelo griego de Hipodamo de Mileto (s.V ane), el padre del urbanismo occidental, con su sistema “hipodámico”, en retícula y clasista, que lxs romanxs con su crecimiento demográfico desmedido llevaron al colapso, haciendo de las ciudades algo insalubre parecido a lo que conocemos hoy. Pese a los esfuerzos y avances en ingeniería hidráulica, sean presas, acueductos, canalizaciones, fuentes, etc, la especulación del suelo pudo más, y las insulae, bloques de pisos, generalmente en régimen de alquiler, con viviendas hacinadas en espacios mínimos, sin saneamientos ni agua, mal iluminadas y mal ventiladas, inseguras en extremo por defectos de obra, derrumbes e incendios, hicieron las ciudades invivibles, e insanos focos de infección. Los ricos desde el s.II ane solían vivir lejos de las ciudades en las villae, casas de campo con funciones productivas y de residencia, un modo aristocrático de propiedad que se extenderá en el tiempo acompañando el declive de las ciudades, durante la Alta Edad Media. Las villae serán explotadas primero por esclavos y paulatinamente pasaran a un modelo de producción feudal basado en la servidumbre. En el s.IV un censo de edificios de Roma recogerá la existencia de 46.602 insulae, pero a partir de esa fecha hasta el s.XV, en un proceso gradual marcado por la destrucción de los abastecimientos de agua, la ciudad irá reduciendo su tamaño y población, hasta quedar sólo una conducción de agua, la mandada construir por Agripa para sus Termas, en torno a la cual se concentrará la ciudad medieval, y Roma habrá pasado de 1.500.000 habitantes en su momento de mayor densidad demográfica, a menos de 20.000 en el s.XVI.

El urbanismo altomedieval -exceptuando las ciudades árabes, que conservan la tradición romana y se construyen de forma planificada en retícula o con distribución circular concéntrica-, serán agrupaciones de viviendas miserables sin orden ni concierto, dentro de un recinto amurallado, donde los ricos se atrincheran apartados del caos urbano en los lugares altos y de más fácil defensa.

En la Baja Edad Media volverán a levantar un poco la cabeza las ciudades, que casi desaparecieron durante la Alta Edad Media. Edificios civiles y religiosos, hechos con la intención de perdurar, se articularán alrededor de la plaza del mercado y la catedral, las más de las veces en forma desordenada. Una época muy idealizada por la historiografía decimonónica, el romanticismo y sobretodo por el influyente socialista cristiano, historiógrafo y crítico de arte, John Ruskin.

Y de la Baja Edad Media al urbanismo del Renacimiento, que empezará tímidamente a entender la necesidad de ordenar el espacio público y hará que las plazas, ahora plazas ceremoniales, sean los ejes que articulen las calles de la ciudad. Construirán palacios y edificios religiosos en una gran campaña constructiva, especularán mucho sobre la "ciudad ideal", pero no modificarán sustancialmente el trazado urbano medieval, tratándose de un urbanismo cerrado, estático e individualista, que no resuelve los problemas de integración entre lo viejo y lo nuevo. Destacando las dos ampliaciones de Ferrara, especialmente la segunda, emprendida por el duque Ercole I d'Este. Las ciudades empezarán a crecer, Nápoles pasará de 40.000 habitantes mediado el siglo XV a más de 200.000 cien años después. A mediados del siglo XV, según Peter Burke, el 50% de las ciudades europeas con más de 50.000 habitantes estaban en Italia.

En contraste el urbanismo barroco será abierto, dinámico e integrador, si bien atendiendo siempre a un sentido simbólico y propagandístico, con una teatralidad afectada que en Roma servirá de exaltación al Papa, en París al rey, en España como trampantojo de una sociedad en decadencia, etc. Un nuevo modelo urbano que construirá calles, avenidas, plazas, grandes edificios monumentales, diseñará jardines, erigirá estatuas y levantará obeliscos (el papa Sixto V -que inaugura el urbanismo barroco en la Ciudad Eterna- levantará cuatro obeliscos en Roma, tres egipcios y uno copia romana, previo exorcismo y con una cruz encima). Lujo y apariencias, que muchas veces engañan y no pasan de la fachada, eso sí, fachadas espectaculares, llenas de movimiento y elementos decorativos, en un proceso cada vez más excesivo y decadente que culminará en el rococó, un estilo insultante por ostentoso y ajeno a la durísima realidad social en la que vivía la mayoría de la población. Las ciudades seguirán creciendo, y en el s.XVIII Nápoles será la ciudad más grande de Europa, un pueblo enorme que crecía como una mancha de aceite, y con el cambio de siglo, Londres, París y Viena, ya pasaban del millón de habitantes, consecuencia del robo y el expolio colonial (Londres pasó de 700.000 habitantes en 1.750, a 4.500.000 en 1.901 - 6.600.000 contando las zonas suburbanas-)

Por fin llegó la revolución de 1.789 y una nueva burguesía, que dejará un poco de lado la edilicia religiosa y construirá museos, bibliotecas, ayuntamientos, teatros, parlamentos, senados, palacios de justicia, casas de gobierno, etc. Y como reacción al arrogante y ofensivo rococó, el neoclasicismo propondrá otra vez una vuelta a la sobriedad de la antigüedad clásica, copiando su lenguaje arquitectónico. Vuelven los templos romanos y griegos -ahora sin finalidad religiosa-, las grandes columnas, los frisos historiados o con triglifos y metopas, los frontones clásicos, los arcos de medio punto, los crepidomas y las escaleras monumentales, los Arcos de Triunfo, las cúpulas como símbolo del poder político, nuevos obeliscos conmemorativos, etc. Una arquitectura monumental que exalta los valores del Estado moderno, liquidado el Antiguo Régimen. Londres y Edimburgo quieren ser la Nueva Atenas; París una Nueva Roma; Brest la Roma del Elba; Amsterdam y Estocolmo, las Venecias del norte. Un urbanismo apabullante, elitista y desconsiderado con lxs pobres, a lxs que simplemente ignora, y el descontento popular crece igual que las ciudades, en ambos casos como consecuencia de la revolución industrial. En este contexto, ya en época romanticista aparecerá la nostalgia por la arquitectura gótica, una forma escapista conservadora, que se dejará notar en las obras de nueva planta, pero también aparecerán los arquitectos de la utopía, precursores de las comunas anarquistas, soñadores influidos por el naciente movimiento obrero: Charles Fourier, que retoma la estructura en planta de Versalles para su diseño de ciudad obrera, el "falansterio". “Fourier fue más que un soñador de fantasías: fue antes que nada un serio crítico y reformador social, que puso en evidencia los inconvenientes del orden social establecido, al que calificó de derrochador, absurdo e injusto. Criticó la acumulación de dinero en manos de unos pocos, la competencia entre los trabajadores, y la miseria y envilecimiento de la clase trabajadora” (3), y sobre el tema que nos ocupa, “si la arquitectura de la civilización lleva el sello de su egoísmo, de su corrupción, de su miseria y de su discordia, la asociación tendrá su arquitectura propia y será una arquitectura de combinación y unidad. Cuando los hombres estén asociados y unidos, un edificio grande y elegante sustituirá a cientos de construcciones aisladas y miserables” (4); Robert Owen, que proponía comunidades industriales inspiradas en el socialismo, y que desde 1.799 hizo de New Lanark (Escocia) un ejemplo que inspiró muchas experiencias similares, especialmente en Estados Unidos, en los Estados de Indiana, Ohio, Tennessee y New York. Con su influencia en 1.834, a su vuelta un año antes de los Estados Unidos, se fundó en Londres el sindicato socialista Grand National Consolidated Trades Union. Enemigo de la familia, la religión, la herencia, etc. “Según él, el hombre es el instrumento de las circunstancias exteriores y su carácter no es obra suya, sino de las influencias ambientales. El hombre se hace un salvaje feroz, un caníbal, un civilizado superior o un ser ordinario, según las circunstancias en que fue situado desde su nacimiento. Tal es su teoría. La conclusión lógica de este razonamiento es que el único medio de elevar el carácter y los hábitos de los hombres consiste en la mejora de las condiciones de vida” (5), "la concepción de Owen de la aldea industrial, que combinaba factorías y talleres con agricultura, conforma el prototipo de la idea comunal de Kropotkin ("Campos, Fábricas y Talleres"), y las ciudades-jardín de Ebenezer Howard" (6), desgraciadamente sus iniciativas no pudieron prosperar; y para acabar esta pequeña lista de utopistas, añadir a André Godin y sus "familisterios", una versión no socialista de los "falansterios" de Fourier. 

Pero estos idealistas no pudieron llevar sus proyectos muy allá en un entorno hostil, y no tuvieron proyección fuera de algunas experiencias marginales, mas o menos fallidas por la presión externa. Así que la cuestión de las viviendas para lxs obrerxs será cada vez más acuciante, dada la necesidad de mano de obra asalariada para la nueva industria y el consecuente crecimiento demográfico de las ciudades; y seguirá sin resolverse.

El s.XIX fue el siglo de la arquitectura del hierro, y el uso de nuevos materiales aplicados a la construcción: hierro fundido, acero, cristal, aluminio, cemento armado (evolución del concreto romano), etc.

Para reprimir el descontento popular y frenar al movimiento obrero, con Napoleón III (1.848-1.852) aparece el siniestro barón Haussmann y su urbanismo administrativo-policial, que se resume en echar a los pobres del centro, expropiando bloques enteros de viviendas, destruir el tejido urbano antiguo de la ciudad, muchas veces aún medieval, y ensanchar las calles para facilitar la movilidad de las intervenciones policiales y el control de las masas. Asimismo reglamenta sobre vivienda (altura, impostas, materiales, etc), transforma las fuentes de uso público (preexistentes) en fuentes ornamentales, reestructura el centro con grandes avenidas y paseos arbolados, extiende el alcantarillado y el agua corriente. Su ejemplo será imitado en todas partes; Lyon, Marsella, Toulouse, Roma, Florencia, Bolonia, Nápoles, Turín, Milán, México, etc, con la misma intención que en París, facilitar el trabajo a la policía y alejar a lxs pobres del centro de las ciudades.

Otros modelos urbanos del s.XIX son: el propuesto para Viena por Ludwig Förster, el Ring de Viena, que imita el urbanismo de París pero sin tanto impácto, sin destruir nada, y que a su vez es imitado en otras ciudades, como Colonia, Leipzig, Copenhague, etc ; o el plan para el ensanche de Barcelona de Hildefonso Cerdá, que además de respetar el casco antiguo de la ciudad, es el modelo más racional y vivible (aunque lo fuera sólo para uso y disfrute de la emergente burguesía catalana), una organización descentralizada en manzanas con mucho espacio arbolado (en aceras y patios interiores), imitado parcialmente en Nueva York, Amsterdam, Estocolmo, etc; Y de forma más anecdótica por lo disparatado, volviendo a la búsqueda de un urbanismo ideal, está el caso de Arturo Soria y su plan para Madrid (1.880-1.885), la Ciudad Lineal, una propuesta distópica unitaria a escala territorial y de crecimiento ilimitado, “Hay que optar pronto y resueltamente entre remendar el plano defectuoso de Madrid de hoy o hacer uno nuevo. Esto último es más fácil, sencillo y económico de lo que a primera vista parece. Antes de demostrarlo, dibujemos a grandes rasgos y en breves palabras el tipo ideal, casi perfecto, de una ciudad tal como nosotros la concebimos. Una sola calle de quinientos metros de anchura y de la longitud que fuera necesaria, entiéndase bien, de la longitud que fuera necesaria, tal será la ciudad del porvenir, cuyos extremos pueden ser Cádiz y San Petersburgo o Pekín y Bruselas. Póngase en el centro de esta inmensa cinta ferrocarriles y tranvías, cañerías para el agua, gas y electricidad, estanques, jardines y, de trecho en trecho, pequeños edificios para los diferentes servicios municipales, de incendios, de limpieza, sanidad, seguridad y otros, y quedarían resueltos de una vez casi todos los complejos problemas que engendra la vida urbana de grandes masas de población” (7), sobre el papel, una planificación inhumana pensada para el ahorro energético y la facilidad de mantenimiento. El proyecto muy disminuido y completamente transformado fue continuado a lo largo del s.XX, como ciudad jardín, para ser finalmente abandonado.

Pero lo que más ha afectado a la fisonomía de nuestras ciudades de hoy, aparte de la especulación del suelo derivada de la "escasez", el negocio del ladrillo, y la corrupción política de las concejalías de urbanismo y sus planes de ordenamiento urbano, tiene que ver con el s.XX, y la creación del brillante Le Corbusier (8), el Estilo Internacional o racionalismo y las “máquinas de vivir dentro” como denominaba a sus casas. Edificios de fachadas planas sólo rotas por los vanos de las ventanas, sin ornamentos ni accesorios, sin uso de materiales naturales, con estructuras internas básicas de pilotes y plantas, cajas fácilmente apilables, haciendo bandera de la funcionalidad y la racionalidad, un modelo matriz que desgraciadamente aún se usa hoy en día. Le Corbusier también teorizó sobre planificación urbana, “Imaginó, proyectó y teorizó acerca de una ville radieuse (ciudad radial) de 3.000.000 de personas, con fábricas interrelacionadas, edificios de oficinas, bloques de apartamentos altos y bajos, y centros culturales y de diversión, todo conectado por medio de elevadas autopistas y lleno de áreas verdes de recreo. Cuando contemplamos nuestras aglomeraciones urbanas de hoy, totalmente contaminadas, tan solo podemos lamentarnos de que, a pesar de sus proyectos para el centro administrativo de Chandigarh, en la India, Le Corbusier nunca tuviera oportunidad de demostrar las potencialidades de su sueño de una metrópolis orgánica” (9). No creo que su proyecto fuera orgánico, y no comparto el entusiasmo de Frederick Hartt.

Y junto a Le Corbusier, dos de sus seguidores, Walter Gropius (10) fascinado con las cajas de cristal, y Mies Van der Rohe (11) y su divisa “menos es más”, dos genios pero expertos en casas invivibles y significativamente influidos por el marxismo, que considerando que la “intimidad” es un prejuicio pequeño burgués inciden en los muros-ventana (por supuesto siempre sin cortinas y en guerra contra las persianas, que serían vistas como un gesto de individualismo también pequeño burgués) que dejen todo a la vista, y tabiques de separación de papel de fumar, facilitados por los nuevos materiales, que permitan oír como respira tu vecino; y como defienden el “igualitarismo”, uniformizan por dentro y por fuera, el espacio interno y las fachadas, todos iguales para que no haya envidias (ironía), y además bajan los techos para poder apilar más viviendas unas encima de otras, y así la colmena sea más densa. Y todo esto combinado con materiales baratos para reducir gastos. Paradójicamente, el sueño de los promotores de vivienda hecho realidad.

Dentro del racionalismo, aparte de las magníficas residencias para ricos (muchas veces viviendas de recreo o edilicia monumental) y, las derivadas y masivas repugnantes imitaciones para pobres que llenan nuestras ciudades, hay que destacar como experiencias marginales parcialmente interesantes: los barrios obreros de Alemania en los años 20; un poco más tarde en Viena, la Karl Marx Hof, la supermanzana obra del arquitecto Karl Ehn, dentro del enorme proyecto de "ciudad socialista" (con viviendas sociales) que se denominó la Viena Roja; y a partir de 1.930 las primeras ciudades-jardín-dormitorio en GB, ciudades de no más de 20.000 habitantes, con casitas bajas y jardines, pero sin servicios; por oposición a las ciudades dormitorio de los cinturones industriales, también sin servicios, pero además definidas por la lógica capitalista de mínima inversión, máxima ganancia. Estas se inspiraban en las ideas del urbanista Ebenezer Howard (1.850-1.928) y algunos proyectos filantrópicos de industriales listos, "pueden citarse, entre esas obras patronales, las ciudades jardines o garden cities,  que contrastan maravillosamente por su belleza arquitectónica, su higiene y su comodidad con las ahumadas ciudades próximas. Así, los 3.500 habitantes de Bourneville no tuvieron más que tres defunciones en 1.902, en tanto que el término medio de mortalidad en Birmingham para el mismo número de habitantes fue de 66 " (12). Pero ante el fracaso de estas ciudades-jardín-dormitorio, a partir de 1.948 los laboristas planifican las también fallidas New Towns, con las mismas premisas que las ciudades-jardín-dormitorio, sólo que aumentando la población a 50.000 habitantes, y con más espacios verdes y servicios (comercios, espacios culturales y deportivos, centros de salud, etc), la última, Central Lancashire, fue creada en 1.970, y pese a las buenas intenciones, hoy pasa de 300.000 habitantes, algo bastante poco racional teniendo en cuenta el proyecto inicial.

Así que lo que el racionalismo en un principio planteó como un ideal revolucionario (si bien desde una perspectiva autoritaria), en manos de constructores sin escrúpulos, desde los años 60 y 70 del siglo pasado se ha convertido en una pesadilla que dura hasta hoy, un cliché para la construcción de edificios baratos en serie, en los que amontonar a los ciudadanos, siguiendo Planes Generales de Urbanismo dictados por intereses políticos, casi siempre inconfesables. 

Aproximadamente en la misma época que el racionalismo y Le Corbusier, y hasta el presente,  la otra gran corriente de la arquitectura contemporánea, la arquitectura orgánica, encabezada por Frank Lloyd Wright, está claramente inspirada en las propuestas anarquistas sobre la vivienda, pero despojada de sensibilidad social y al servicio del privilegio, como sucede con muchas de las tesis del urbanista Lewis Mumford.

Cada ciudad ha sufrido un proceso distinto, con lo que los problemas que se plantean también son distintos, pero la planificación urbana no ha cambiado en lo esencial, siempre al servicio del poder político, y la historia del urbanismo es la historia de la prepotencia del poder, hablemos de obras bizantinas, románicas o modernistas. No es posible que nuestras ciudades sean más funcionales para los coches que para las personas. No es tolerable que la codicia capitalista haga de las ciudades hormigueros invivibles, fuentes de contaminación que están cargándose el planeta, además de alimentar la pobreza y la desigualdad. Las ciudades no pueden seguir en guerra con la naturaleza y las personas. La única solución pasa por la dinamita y una integración orgánica con el medio físico, la racionalización del transporte y densidades demográficas de escala humana. Abolición de la propiedad privada y apropiación colectiva de los medios de producción y consumo, expropiación del suelo y viviendas, en palabras del sabio Kropotkin, “Los revolucionarios sinceros trabajarán con el pueblo para que sea un hecho consumado la expropiación de las casas. Trabajarán para crear una corriente de ideas en esta dirección, trabajarán para ponerlas en práctica, y cuando estén maduras, el pueblo procederá a la expropiación de las casas, sin prestar oídos a las teorías, que no dejarán de predicarse acerca de indemnización a los propietarios y otros despropósitos.” (13). La solución es democracia directa, el municipio libre o comuna, redes de apoyo mutuo y solidaridad, con el concurso de todxs en una nueva sociedad sin explotados ni explotadores, en armonía con la naturaleza.

Para los anarquistas, la ciudad, el urbanismo y la arquitectura, han sido siempre una preocupación. En su libro “Campos, fábricas y talleres” publicado en Londres en 1.898 –compilado de artículos escritos entre 1.888 y 1.890-, Piotr Kropotkin pone en evidencia el despilfarro y la mala gestión de recursos en el mundo, y en plena revolución industrial, con ciudades infectas donde la demografía crecía exponencialmente al ritmo de la industria, propone aliviarlas descentralizándolas, y cambiando totalmente de paradigma, reemplazando la ciudad (y la aldea) por la comuna o municipio libre (libre de propiedad privada, libre de iglesias, libre de autoritarismo, libre de coacción, libre de jerarquías, libre de dogmas y libre de prejuicios religiosos, sociales y culturales) . Muy en resumen: Integración de la agricultura y la industria, en una relación orgánica (no intrusiva y ecológica) con el medio ambiente, armonizando zonas verdes y áreas urbanizadas; con dimensiones y escala humana que hagan la comuna sostenible, y faciliten la convivencia y la democracia directa, priorizando los espacios comunitarios; y poniendo el arte, la ciencia y la tecnología (limpia), al servicio de la comuna, por demás autogestionada y libremente federada: "claro es que sería un gran error imaginar que la industria debería volver a su estado de trabajo manual, a fin de combinarse con la agricultura; pues donde quiera que la máquina venga a economizar el trabajo humano, debe acudirse a ella y recibirla con los brazos abiertos, y apenas hay una sola rama de la industria en la que el trabajo mecánico no pueda introducirse ventajosamente” (14). Por encima estos son los principios del urbanismo anarquista, y desde las mismas premisas, muchos otros abordarán el tema, “llega así Reclús a formular las bases de una estética urbanística mostrando una preocupación, que, como veremos, era constante para los libertarios, el imaginar la ciudad del futuro. Declara que no sólo esperan los anarquistas el embellecimiento y restauración de las ciudades, sino una renovación de las campiñas, adaptando las obras al ambiente de la naturaleza, de modo que nazca, entre la tierra y el hombre, una reconfortadora armonía. Los grandes edificios pueden ser bellísimos si se comprende el carácter del sitio de su emplazamiento y se hace de la obra del hombre algo en armonía con el trabajo geológico de los siglos. Reclús compara un templo griego que desarrolla y adorna los contornos del peñasco, transformándose en parte integrante de él, y coronándolo de su sentido humano. En cambio hay cumbres que profanaría cualquier arquitecto pagado por hoteleros sin pudor, que diseñan grandes bloques rectangulares cuajados de simétricas ventanas. La tierra es infinítamente bella –concluye-, y para asociarnos a su belleza no hay otro modo sino el rebelarse contra el dinero y abolir la lucha de clases suprimiéndolas” (15); una ciudad del futuro que también podemos encontrar en el ensayo utópico titulado “La ciudad anarquista americana” de Pierre Quiroule, seudónimo de Joaquín Alejo Falconnet (1.867-1.938), donde abomina de las grandes urbes y propone pequeñas comunidades autónomas federadas entre sí; o en el folleto "La urbanística del porvenir" del ingeniero industrial colaborador de las revistas "Estudios", "Orto", "Tiempos Nuevos", "Biofilia", etc, Alfonso Martínez Rizo (1877-1951), y sus novelas de ciencia ficción "1945. El advenimiento del comunismo libertario" y "El amor dentro de 200 años (la vida sexual del futuro)", publicadas en 1932 dentro de la colección "La Novela Ideal" de "La Revista Blanca", donde sienta las bases del urbanismo orgánico y ecológico  de los anarquistas, sustancialmente: abolición de la propiedad privada, crecimiento horizontal y controlado de las ciudades (no mayores de 100.000 habitantes), y casas unifamiliares con pequeños jardines. También, Felipe Alaiz (1887-1959) en el Cuaderno 15 titulado "Urbanismo" -publicado en 1947 por "Ediciones Tierra y Libertad" (Burdeos)- de su infumable "Hacia una federación de autonomías ibéricas", aborda el tema desde la misma esencia y perspectiva. El siempre polemista y discutidor Ricardo Mella, llevado por su amor a la ciencia y el progreso tecnológico, pintará una ciudad del futuro donde es difícil separar la utopía de la distopía: "Tal vez la más interesante y detallada descripción urbanística de la utopía tecnológica ácrata es la expresada por Ricardo Mella en La Nueva Utopía. Mella la compara con otras ciudades modernas. En esa nueva metrópoli, los caracteres distintivos serán el hierro y la fuerza mecánica. Habrán desaparecido el amontonamiento de viviendas, las lóbregas habitaciones de los proletarios, la tortuosa disposición de los barrios pobres. En su lugar habrá - grandes edificios perfectamente alineados, separados por pequeños jardines, donde juegan alegremente los niños de la vecindad -. Una parte de la ciudad estará dedicada exclusivamente a las viviendas, mientras en las afueras habrá - inmensas fábricas, talleres, granjas de labor... grandiosos mercados, conjunto hermoso y grandilocuente de la actividad humana: el trabajo -. Los edificios habitacionales rodeados de jardines satisfarán las prescripciones de la ciencia y la higiene: espacio suficiente, aire, luz abundante, agua, surtidores eléctricos para los servicios mecánicos, ingeniosísimos aparatos de calefacción. Habrán desaparecido las escaleras y en su lugar - habrá sencillos y magníficos ascensores -. La madera habrá sido desterrada, sustituida por el ladrillo y el hierro. Mella llega a un verdadero lirismo al describir la parte industrial de la ciudad: - Una gran extensión superficial ofrece un horizonte mágico. Centenares de chimeneas lanzan al aire penachos interminables de humo -" (16). La novela "La Nueva Utopía" fue publicada en 1.890 y describe al detalle una ciudad del futuro a orillas del Cantábrico. Y en la segunda mitad del s.XX destacan los escritos del sociólogo Paul Goodman y su hermano Percival Goodman, éste teórico urbanista y reconocido arquitecto; que en su ensayo titulado “ Prohibición de los automóviles en Manhattan", entre muchas otras cosas, concluyen: “El objetivo de la urbanización integral estriba en crear una comunidad a escala humana, con asociaciones flexibles, entidades intermediarias entre los individuos y las familias y las metrópolis; esta sería la contrarreacción al aislamiento del individuo en la sociedad de masas” (17). Para terminar, recordar la importante aportación al urbanismo anarquista de Murray Bookchin - padre de la ecología social -, en especial su ensayo titulado, “Urbanization without Cities: The Rise and Decline of Citizenship”, focalizando en el municipio la base de la organización social del futuro. 





(1) "Sociedades europeas en la Edad del Bronce", A. F. Harding. Editorial Ariel, 2.003, Barcelona, pág. 83

(2) "Nacionalismo y cultura", Rudolf Rocker. Ediciones La Piqueta, 1.977, Madrid, pág. 607

(3) “Viaje a las Comunas”, vv.aa. Pastanaga Editors, 1.978, Barcelona, pág. 15

(4) Ibídem, pág. 16

(5) “Historia de las experiencias de vida en común sin Estado ni autoridad”, Emile Armand. Editorial Ricou (Hacer), 1.982, Barcelona, pág. 45
 
(6) "La ecología de la libertad", Murray Bookchin. Nossa y Jara Editores, 1.999, Madrid, pág. 455

(7) “Historia del arte en España II - Desde Goya hasta nuestros días”, Valeriano Bozal. Ediciones Istmo, 4ª edición 1.978, Madrid, pág. 72

(8) Le Corbusier –nombre artístico- (1.887-1.965), teórico, arquitecto, urbanista, diseñador, pintor, escultor y "ambiguo" arrepentido después de la 2ª GM, y para no ser injusto, en opinión del experto, crítico de arte y anarquista, Herbert Read: modelo del hombre universal (l´uomo universale)

(9) “Arte. Historia de la pintura, escultura y arquitectura”, Frederick Hartt. Ediciones Akal, 1.989, Madrid, pág. 1.125

(10) Walter Gropius (1.883-1.969), teórico, arquitecto, urbanista y diseñador. Fundador de la Escuela Bauhaus y su director de 1.919 a 1.928. Exiliado en 1.934 en GB y desde 1.938 en Estados Unidos

(11) Mies Van der Rohe (1.886-1.969), arquitecto y diseñador. Último director de la Escuela Bauhaus de 1.930 a 1.933. Exiliado en Estados Unidos desde 1.937

(12) "El hombre y la tierra. 8/ historia contemporánea", Élisée Reclus. Editorial Doncel, 1.975, Madrid, pág. 138

(13) “La conquista del pan”, Piotr Kropotkin. Ediciones Júcar, 1.977, Madrid, pág. 60
 
(14) "Campos, fábricas y talleres", Piotr Kropotkin. Ediciones Júcar, 1.978, Madrid, pág. 137

(15) “Musa Libertaria”, Lily Litvak. Fundación Anselmo Lorenzo, 2001, Madrid, pág. 334

(16) "La mirada roja", Lily Litvak. Ediciones del Serbal, 1.988, Barcelona, pág. 41-42

(17) “Ensayos utópicos”, Paul Goodman. Ediciones Península, 1.973, Barcelona, pág. 178 (para el texto: escrito en colaboración con Percival Goodman)


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