A modo de
introducción y para contextualizar brevemente
las ideas de Bakunin, decir que en esa época Karl Marx y sus discípulos daban
en llamarse a si mismos “socialistas científicos”, con la petulancia de
creérselo, estúpida pretensión que sostuvieron pese al monumental fracaso de su
economia científicamente centralizada y planificada -y sus planes quinquenales-,
hasta la caída del muro de Berlín y aún después; y que también en esa época, la
filosofía positivista que tanto había aportado condensando el pensamiento
moderno, las ideas de los enciclopedistas y la gran Revolución francesa, pero
también las de Henri de Saint-Simon, Fourier y Owen, separando la ética y la
ciencia de los prejuicios religiosos, había degenerado en la fundación de una
nueva religión, que según Auguste Comte vendría a sustituir al cristianismo,
atribuyendo a los mitos, ritos y dogmas, una importancia educadora.
Entendemos por ciencia racional aquella que,
habiéndose liberado de todos los fantasmas de la metafísica y de la religión,
se distingue de las ciencias puramente experimentales y críticas, primero en
que no restringe sus investigaciones a tal o cual objeto determinado, sino que
se esfuerza por abrazar el universo entero, en tanto que conocido, porque no
tiene nada que hacer con lo desconocido, y además en que no se sirve, como las
ciencias mencionadas, exclusiva y solamente del método analítico, sino que
permite también recurrir a la síntesis, procediendo muy a menudo por analogía y
por deducción, teniendo buen cuidado de no atribuir nunca a esas síntesis más
que un valor hipotético, hasta que hayan sido enteramente confirmadas por el
más severo análisis experimental o crítico.
Mijaíl A.
Bakunin, “Obras Completas- Tomo 3”. Ediciones Júcar, Madrid, 1977, pág.90
La base del
hombre, considerado como individuo, es por consiguiente completamente animal y
por tanto la de una sociedad humana no podría ser tampoco más que animal. Sólo
que como la inteligencia del hombre-individuo es progresiva, la organización de
esa sociedad debe serlo también. El progreso es precisamente la lay natural
fundamental y exclusivamente inherente a la sociedad humana.
Ibid. pág.235
Pero el hombre
no tiene otro medio para asegurarse de
la realidad cierta de una cosa, de un fenómeno o de un hecho, que el de
haberlos realmente encontrado, constatado, reconocido en su integridad propia,
sin ninguna mezcla de fantasías, de supuestos y de adjudicaciones del espíritu
humano. La experiencia se convierte, pues, en la base de la ciencia. No se
trata aquí de la experiencia de un solo hombre. Ningún hombre, por inteligente,
por curioso que sea, por felizmente dotado que esté, desde todos los puntos de
vista, puede haberlo visto todo, encontrado todo, experimentado todo por sí
mismo. Si la ciencia de cada uno debiera limitarse a sus propias experiencias
personales, habría tantas ciencias como hombres y toda ciencia moriría con cada
hombre. No habría ciencia.
La ciencia
tiene, pues, por base la experiencia selectiva, no sólo de todos los hombres
contemporáneos, sino también de todas las generaciones pasadas.
Ibid. pág.249
De todo eso resulta
que la ciencia, desde el principio, está fundada sobre la coordinación de una
masa de experiencias personales contemporáneas y pasadas, sometidas
constantemente a una severa crítica mutua. No puede imaginarse uno base más
democrática que esa. Es la base constitutiva y primera, y todo conocimiento
humano que en última instancia no repose sobre ella, debe ser excluido como desprovisto
de toda certidumbre y de todo valor científico.
Ibid. pág.251
La ciencia, al
convertirse en patrimonio de todo el mundo, se casará en cierto modo con la
vida inmediata y real de cada uno. Ganará en utilidad y en gracia lo que
perderá en ambición y en pedantería doctrinarias. Tomará en la vida el puesto
que el contrapunto debe ocupar, según Beethoven, en las composiciones
musicales. A alguien que le había preguntado si era necesario saber de
contrapunto para componer buena música, le respondió: “Sin duda, es
absolutamente necesario conocer el contrapunto, pero es igual de necesario
olvidarlo después de haberlo aprendido, si se quiere componer algo bueno”. El
contrapunto forma en cierto modo el esqueleto regular, pero perfectamente
inanimado y sin gracia, de la composición musical, y como tal, debe desaparecer
absolutamente bajo la gracia espontánea y viva de la creación artística. Lo
mismo que el contrapunto, la ciencia, no es el fin, no es más que uno de los
medios más necesarios, más magníficos de esa otra creación, mil veces más
sublime aún que todas las composiciones artísticas, de la vida y de la acción
inmediatas y espontáneas de los individuos humanos en la sociedad.
Ibid. pág.302
Resumo.
Nosotros reconocemos, pues, la autoridad absoluta de la ciencia, porque la
ciencia no tiene otro objeto que la reproducción mental, reflexiva y todo lo
sistemática que sea posible, de las leyes naturales inherentes a la vida tanto
material como intelectual y moral del mundo físico y del mundo social, esos dos
mundos no constituyen en realidad más que un solo y mismo mundo natural. Fuera
de esa autoridad, la única legítima, porque es racional y está conforme a la
naturaleza humana, declaramos que todas las demás son mentirosas, arbitrarias,
despóticas y funestas.
Mijaíl A.
Bakunin, “Obras Completas- Tomo 4”. Ediciones La Piqueta, Madrid, 1979, pag.68
La misión de
la ciencia es ésta, al notar las relaciones generales de las cosas pasajeras y
reales, al reconocer las leyes generales inherentes al desenvolvimiento de los
fenómenos tanto del mundo físico como del mundo social, planta, por decirlo
así, los jalones inmutables de la marcha progresiva de la humanidad, indicando
a los hombres las condiciones generales cuya observación rigurosa es necesaria
y cuya ignorancia u olvido serán siempre fatales. En una palabra, la ciencia es
la brújula de la vida, pero no es la vida. La ciencia es inmutable, impersonal,
general, abstracta, insensible, como las leyes de las que no es más que la
reproducción ideal, reflexiva o mental, es decir cerebral (para recordarnos que
la misma ciencia es únicamente un producto material de un órgano material del
hombre, del cerebro). La vida es fugitiva, pasajera, pero también palpitante de
realidad y de individualidad, de sensibilidad, de sufrimientos, de alegrías, de
aspiraciones, de necesidades y de pasiones. Es ella la que espontáneamente crea
las cosas y todos los seres reales. La ciencia no crea nada, observa y reconoce
solamente las creaciones de la vida. Y siempre que los hombres de ciencia,
saliendo de su mundo abstracto, se mezclan a la creación viviente en el mundo
real, todo lo que proponen o lo que crean es pobre, ridículamente abstracto,
privado de sangre y de vida, muerto nato, semejante el humúnculus creado por
Wagner, el discípulo pedante del inmortal doctor Fausto. Resulta de ello que la
ciencia tiene por misión única esclarecer la vida, no la de gobernarla.
El gobierno de
la ciencia y de los hombres de ciencia, aunque se llamen positivistas,
discípulos de Auguste Comte, o discípulos de la escuela doctrinaria del
comunismo alemán, no puede ser sino impotente, ridículo, inhumano y cruel,
opresivo, explotador, malhechor.
Ibid. pp.87-88
Lo que predico
es, pues, hasta un cierto punto, la rebelión de la vida contra la ciencia, o
más bien contra el gobierno de la ciencia. No para destruir la ciencia -esto
sería un crimen de lesa humanidad-, sino para ponerla en su puesto, de manera
que no pueda volver a salir de él. Hasta el presente, la historia humana ha
sido una inmolación perpetua y sangrienta de millones de pobres seres humanos a
una abstracción despiadada cualquiera: Dios, patria, poder del Estado, honor
nacional, derechos históricos, derechos jurídicos, libertad política, bien
público.
Ibid. pág.91
Otra vez más:
la única misión de la ciencia es iluminar la ruta. Sólo la vida, libertada de
todos los obstáculos gubernamentales y doctrinarios y devuelta a la plenitud de
su acción espontánea, puede crear.
¿Cómo resolver
esta antinomia?
Por una parte,
la ciencia es indispensable a la organización racional de la sociedad, por otra
es incapaz de interesar a lo que es real y viviente, no debe mezclarse en la
organización efectiva o práctica de la sociedad. Esta contradicción no puede
ser resuelta más que de un solo modo: la
liquidación de la ciencia como ser moral existente al margen de la vida social
de todo el mundo, y representada, como tal, por un cuerpo de sabios patentados,
y su difusión a las masas populares.
Ibid. pág.94
La ciencia
como ciencia -mañana lo mismo que hoy- será una de las numerosas especialidades
sociales, con esta sola diferencia: que esa especialidad, accesible hoy a los
individuos pertenecientes a las clases privilegiadas solamente, será luego,
cuando desaparezcan las distinciones de clase para siempre, accesible a todos
los que tengan vocación o deseo de estudiar, pero no a expensas del trabajo
común manual, que será obligatorio para todos. Un patrimonio común será sólo la
instrucción científica general y sobre todo la enseñanza del método científico,
el hábito de pensar, es decir, de generalizar los hechos y de deducir
conclusiones más o menos correctas.
Mijaíl A.
Bakunin, “Obras Completas- Tomo 5”. Ediciones La Piqueta, Madrid, 1986, pág.209
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